sábado, 24 de junio de 2017

MEDITANDO LA PALABRA DE DIOS. Domingo 12 -Ciclo A


        “No tengáis miedo”. Tres veces repite Jesús en el evangelio de hoy esta recomendación. En la vida, más o menos, todos tenemos miedo; todos conocemos aquel rincón de nuestro interior en el que se hallan relegados ciertos fantasmas que incuten temor, que amenazan de algún modo nuestra serenidad. Podemos tener miedo de las dificultades de la vida, de no ser amados, de no ser apreciados, de ser explota­dos o tratados sin respeto, de lo que puede decir la gente, de nuestros propios límites, de los fra­casos que quizá hemos sufrido, de las desilusiones que hemos podido experimentar. Sobre todo puede causar miedo la realidad de la muerte, de la que ha hablado la segunda lectura y con la que un día tendremos que enfrentarnos. Tener miedo en la vida es una experiencia que paraliza, que ahoga, que puede llevar a la desespe­ra­ción. Si tenemos miedo, si el temor nos oprime, puede decirse vivimos a medias, sin entusiasmo, casi arra­strándo­nos. Pero Jesús nos dice y nos repite: “No tengáis miedo”. Y lo dice porque nos ama y porque quiere que vivamos en la alegría y la paz, no en el temor y la zozobra. Jesús no puede ofrecernos la solución de todos los problemas, pero nos ofrece la posibilidad de superar el miedo, de recuperar la confianza, para vivir nue­stra existen­cia con energía y decisión, confiando, no en noso­tros mismos, sino en Aquel que nos ha llamado y que nos ama de verdad.
         Para convencernos a no tener miedo, Jesús propone dos breves imágenes a nuestra consideración. En primer lugar recuerda que dos gorriones pueden ser vendidos por pocas monedas, pero ninguno de ellos caerá al suelo sin que lo dis­ponga el Padre que está en los cie­los. De ahí saca la conclusión: “No hay comparación entre voso­tros y los gorriones”, es decir, no puede pasarnos nada que escape del amor que Dios nos tiene. Como si no bastase nos asegura que tenemos contados los cabellos de la cabeza, sean pocos o muchos. Jesús quiere convencernos que somos algo precioso para Dios, que nada de nuestra vida se escapa de su providencia. Por esto no hemos de temer nada, hemos de desechar cualquier temor. Hemos de sentirnos en seguros en manos de Dios como el recien nacido en brazos de su madre.
         Y en cuanto a la muerte, que reina e impera en el mundo, y ante la cual nadie escapa de pagar su tributo, en la segunda lectura se nos ha recordado que, gracias a un solo hombre, Jesús, la benevo­lencia y el don de Dios se han desbordado sobre nosotros, de tal manera que la muerte deja de ser término para convertirse en Pascua, en paso a una nueva vida con Dios que no conoce límite. Esta es nuestra fe, este es el mensaje que nos propone hoy Dios. Si lo aceptamos, si creemos en verdad en el amor que Dios nos tie­ne, podremos enfrentarnos con la vida y sus dificultades.
         Porque en la vida no todo es fácil. La primera lectu­ra evoca el drama personal del pro­feta Jeremías: la fideli­dad a la misión que Dios le había confiado lo hacía vivir en el temor y el miedo: todos, in­cluso los que antes eran sus amigos, se le ponían en contra y buscaban el modo de de­struir­lo. Pero el profeta no se rinde ante el miedo, no se deja vencer. Proclama con entereza que Dios está a su lado, que no le dejará. Esta confianza le da fuerza para continuar luchan­do, superando cualquier tipo de oposición con las sequelas de temor o de miedo que puedan entrañar.
         En el evangelio, Jesús, preparando a los apósto­les para la obra de evangelización que les espera­ba, les anuncia las dificultades que iban a encontrar. Con un sano rea­lis­mo, Jesús no esconde a sus discípulos que la misión que se les encomienda encontrará oposición, pues la palabra de Dios, en la medida que desbarata las estructuras que el hombre puede haberse construído, suscita oposición. Como Jeremías, los apóstoles se enfrentarán con persecución, con los que pueden matar el cuerpo. La condición del discípulo no puede ser diferente de la del Maestro: se le podrá pedir el sacri­ficio de su vida. No es la vida del cuerpo el autén­tico valor que han de defender los discípulos de Jesús sino la vida que tiene como fundamento Dios y su voluntad. Jesús nos pide ponernos de su parte, sin temer las amenazas de los hombres, confiando en el poder de Dios, en cuya mano está la vida y la muer­te. En cambio nos promete que él se pondrá de nuestra parte en el momento justo. No dudemos en fiarnos de Jesús, poniéndonos en sus manos.




domingo, 18 de junio de 2017

Presencia Eucarística en nuestras calles

 

En la Solemnidad del Corpus Christi, parece justo recordar Aquél, que bajo la guía del Espíritu Santo ha hecho de modo que se instituya la Fiesta,
Don con el que el Señor nos busca. Si queremos conocer a Jesús en el modo en el que Él se ha manifestado y no como lo pensamos nosotros, no es suficiente decir: “Está dentro de mí, Él es mi Amigo por lo que no tengo necesidad de nada más”. No es una amistad sincera con Jesús la que rechaza a la Iglesia o los sacramentos juzgándolos como algo superfluo sin saber que es lo que realmente piensa Jesús.
El primer pensamiento reflexionando sobre el Sacramento Eucarístico es que Él es el dueño del mundo: las procesiones del Corpus Christi quieren manifestar esta realidad también exteriormente.
¿Qué decir de las procesiones? Cuando Jesús pasa todavía hay muchos que expresan su reverencia, en otros hace nacer la indiferencia e incluso el fastidio. Pero Jesús pasa para todos y nosotros estamos allí para seguir su invitación. Pasa en silencio entre cantos y reflexiones; pasa por las calles no porque haga Él las diferencias, sino porque somos nosotros los que elegimos de qué parte estar: o con Él o contra Él. También cuando Jesús pasó aquel día entre las calles de Jerusalén para ir al Gólgota, también aquel día hubo quien no se dio cuenta que estaba pasando el Hijo de Dios.
San Agustín puede ayudarnos a comprender la Fiesta de hoy, Jesús le dijo: “Yo soy el alimento de los fuertes; crece y me tendrás. Tú no me transformas en ti, como el alimento del cuerpo, y serás tú transformado en Mí”.
Sin ilusiones, sin ideologías, nosotros caminamos por los caminos del mundo llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, y las procesiones son manifestación externa de esta divina Presencia en nosotros.
No dejémonos roben el paso del Rey del mundo por nuestras calles. Los políticos que piensan en el bien de los ciudadanos aplastando una mayoría para tutelar una minoría, en nombre del pluralismo quieren eliminar esta procesión y después permiten manifestaciones que van contra la moral común de toda persona. Repito: no dejémonos que nos roben el paso del Rey del mundo.
Festejamos por nuestras calles un Pan, ese Pan es Dios con nosotros. El Dios que nos quiere liberar de nuestro abatimiento y desánimo, nos quiere elevar para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da mediante Jesucristo. La Eucaristía es el Sacramento de Dios que no nos deja solos en el camino sino se pone a nuestro lado y nos indica la dirección justa porque ha venido a caminar con nosotros.

P. Pierdomenico Volpi