«Orando no seáis habladores. Vuestro Padre conoce vuestras necesidades» (Mt 6,78)
“El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal 26).
El Señor es también nuestra luz, si creemos
que nos ilumina desde nuestro espacio interior,
desde nuestra conciencia más profunda.
En ocasiones, una pequeña nube
puede esconder la luz y el calor del sol.
En ocasiones, un deseo, un pensamiento;
difuminan la luz del Señor,
una luz que está en lo más profundo de nuestro corazón.
En ocasiones es un recuerdo, una reflexión
lo que nos distrae de esta luz.
“El Señor es mi luz y mi salvación”,
puede decir un hombre, una mujer, que ha experimentado el silencio,
puede decir quien se ha dejado llenar por el silencio.
Esperemos, esperemos que la luz interior nos ilumine.
Así como el sol escampa las nubes,
también nosotros podemos dejar
que nuestros pensamientos, nuestros proyectos,
nuestra superficialidad, se vaya diluyendo.
“El Señor es mi luz”.
¡Cree profundamente en esta luz interior!
¡Confía profundamente en esta luz interior!
Es la luz del don de Dios en tu corazón.
Déjate iluminar por esta luz,
No por otras luces, no por otros resplandores.
Déjate iluminar por la luz se Dios en tu interior.
Poco a poco vayamos haciéndonos presentes
a esta luz que nos habita.
Nuestra plegaria silenciosa
es un acto de confianza en esta luz interior.
El silencio vuelve nuestro corazón más transparente,
el silencio nos hace conscientes de que nuestro corazón está lleno de luz.
En el silencio todo se vuelve luz;
tú también eres una luz.
El Señor es mi luz. El silencio es tu luz.
El silencio vuelve luminoso tu corazón.
¡Permanece en silencio!
Deja que el silencio haga transparente la luz que hay en tu corazón,
deja que el silencio inunde de luz tu corazón.
Deja que el silencio haga serenos tantos pensamientos,
tantos deseos, tantas imaginaciones.
Deja que tu corazón repose tranquilo. Todo se convertirá en luz.
“El Señor es mi luz”.