“Job”
es un nombre hebreo que en la forma de A-ya-ab se encuentra ya en las cartas de
Amarna; es el personaje central del libro bíblico que lleva su mismo nombre.
Job figura en la Biblia como ejemplo de justicia o de santidad de vida[1], sobre todo como ejemplo de invicta paciencia[2]. Por el conjunto de la narración, se entiende que
habita en la tierra de Us, región que habría que buscar al Este o Sudeste del
Mar Muerto como país fronterizo con Edón y Arabia. No pertenece al pueblo de
Israel sino a los “Hijos de Oriente”[3]; por eso seguramente, tenemos el nombre del
personaje pero no su genealogía.
En la Biblia de los 70 y las versiones que de ésta dependen, identifican a Job
con Yobab, segundo rey de la lista de los reyes edomitas de Gen 36, 33, pero
esta identificación no es auténtica. El autor del libro de Job presenta a su
héroe como contemporáneo de los Patriarcas.
Este libro pertenece a ese estadio en el que la idea de una retribución
individual en esta vida se encontró de lleno con dificultades prácticas
insolubles. Para la comprensión de este libro y también para la gran suma de la
literatura sapiencial, es importante tener presente, que los hebreos tenían una
noción muy vaga del más allá. En la muerte, el hombre no desaparecía del todo,
continuaba existiendo de una manera oscura, indefinida en el Seol; pero en esta
morada lúgubre de la muerte, todos, ricos y pobres, buenos y malos eran iguales.
Dada esta situación, es inevitable que la retribución de los buenos y los malos
se viera en una perspectiva exclusivamente terrena y sólo mostrara interés por
las sanciones temporales. Sólo en la primera mitad del S. VII a.C –dos siglos
después del libro de Job- hizo su aparición la doctrina de la retribución
después de la muerte[4]. El progreso lo hicieron las almas atormentadas,
bajo la guía divina[5], buscando una solución que fuese estrictamente la
medida de la realidad. El libro de Job marca el paso más decisivo en este
progreso.
ESTRUCTURA LITERARIA DEL LIBRO
Prólogo-
Los cc 1-2, recuerdan la historia de un gran siervo de Dios llamado
Job que vivía feliz en el temor de Dios en medio de la abundancia. Satán obtuvo
permiso de Dios para probar a este hombre y ver su comportamiento era auténtico
o interesado. Herido primero en sus bienes y en sus hijos, Job acepta
pacientemente que Dios tome para Sí lo que Él mismo le había otorgado. Afectado
en su propia carne por una enfermedad repugnante y dolorosa, Job sigue sometido
a Dios y reusa los consejos de su mujer que le induce a maldecirle. En este
momento llegan de lejos tres amigos para consolarle: Elifaz de Temán, Bildad de
Suad y Sofar de Naamá. Por espacio de siete días con sus noches estuvieron
sentados junto a Job sin ofrecerle otro consuelo que el de su silencio.
Cuerpo central del libro- Cc 3,
42- Aquí se abre un gran diálogo poético, seguido de varios
discursos: tres discursos que son tres discusiones entre Job y sus amigos y que
se centran exclusivamente en el problema del dolor.
A) Primera disputa[6]: Job se lamenta en un monólogo y sus quejas
provocan la acusación de sus amigos, en el sentido de que toda desgracia es un
castigo merecido por el pecado. Elifaz[7] recurre a una revelación por sueños; Bildad[8] a la tradición de los antiguos; Sofar[9] a la razón. Job contesta a cada uno de ellos[10] defendiendo su inocencia y negando valor absoluto
a la doctrina reinante sobre la retribución.
B) La segunda disputa[11] se mueve sustancialmente en torno a las mismas
ideas. Hablan Elifaz[12], Bildad[13], Sofar[14] que reiteran una y otra vez su tesis. Job también
vuelve sobre el mismo punto y opone su experiencia dolorosa y las injusticias
que pueblan el mundo y siempre se encuentra con el misterio insondable del Dios
Justo que aflige al mundo.
C) En la tercera disputa, Elifaz
interviene con un amplio discurso[15]; Bildad, sólo le corresponden unos versos[16] y Sofar guarda silencio absoluto. Job[17] proclama una vez más su inocencia y Bildad le
recrimina inmediatamente aconsejándole que acuda a la penitencia.
Los cc 28-31, contienen la conclusión de las disputas; es un apéndice
intercalado sobre la sabiduría de Dios[18]. Gran discurso de Job dividido en tres partes
como preparación para la intervención de Yavé. Job apela a Dios para que le dé
una solución a su problema moral y la respuesta ahora le viene de un nuevo
personaje que entra en escena de una manera inesperada. Es Eliú el que luego
también desaparece sin dejar rastro de sí; asume el papel de árbitro, censura
la actitud de Job y la conducta de sus amigos y con una elocuencia ampulosa,
intenta justificar el proceder de Dios. Pronuncia cuatro discursos[19].
En el capítulo 38 hasta el 42 inclusive, está la respuesta de Yavé y las
últimas palabras de Job. Yavé aparece en medio de una tempestad y ruega a Job
que enmudezca, la misteriosa actuación de Dios que se manifiesta a través de la
naturaleza, sobrepuja el poder y conocer humanos[20]. Job tiene que reconocer que ha juzgado
precipitadamente[21].
Epílogo- El
libro se cierra con un epílogo en prosa[22]
en el que Yavé reprende a los tres amigos, Job intercede por ellos[23].
Yavé aparta de Job todas sus desgracias y le restituye todos sus bienes
duplicados[24].
EL PROBLEMA LITERARIO
Origen del libro
Hoy ya casi nadie defiende que Job sea el personaje central del libro, ni que
éste haya sido escrito en tiempos de los Patriarcas o en época pre-mosaica;
pero tampoco hay unanimidad sobre la época exacta de su origen. Se ha
propuesto para ello la época de Salomón (Knaben-Bauer, Kaulen-Hoberg) y los
últimos años precedentes al destierro (basándose en Ez 14, 14. 20, pero éste
pasaje no se refiere a todo el libro de Job; así, entre otros, Cottsberg,
Vacari). Otros retroceden hasta la primera mitas del s. V a C (Dhorme),
fundándose en la lengua y en el estilo del libro que presenta matices
arameizantes. Por motivos “teológicos”, Buttenwieser, Eissfeld y Hölscher, los
sitúan hacia el año 400 a. C y Holtmann, por motivos “filosóficos”, hacia el
año 200 a. C. La datación en el s.V es la que parece más acertada.
Esta falta de unanimidad en cuanto a la fecha de composición se debe también a
las diversas opciones sobre el origen de algunas de sus partes y en
consecuencia en cuanto a su unidad.
Unidad.
Fácilmente se admite que la narración que encuadra al libro (prólogo y epílogo)
tiene un carácter popular muy antiguo, y que el poeta del cuerpo de la obra la
reproduce más o menos libremente y la incluye en él. Pero entre la parte
poética y la narración de encuadre existen, se dice, no pocas diferencias pues
esa narración parece dar al problema de la retribución, una solución distinta a
la presentada por la parte poética. Sin embargo, al argumentar así, no se tiene
suficientemente en cuenta este hecho; que la parte poética no puede haber
existido sin una introducción, sin una narración que la encuadre; por eso el
prólogo y el epílogo, deben considerarse como auténticos aunque se admita que
la historia de Job constituía ya de alguna manera una narración tradicional que
el autor de la parte poética habría tomado como punto de partida para su obra.
Autenticidad
También se ha combatido la autenticidad del c. 28, grandioso poema sobre la
sabiduría de Dios, inasequible para el hombre. Se dice que no se comprende como
ese poema viene mucho antes de la aparición de Yavé, donde se revela la
sabiduría divina. Pro por su forma y su contenido, este poema está emparentado
con todo el conjunto de la parte poética, por lo que no es posible dudar de su
autenticidad.
De mayor peso son las dificultades contra la autenticidad de otros dos pequeños
poemas sobre el hipopótamo[25] y el cocodrilo[26] que no se ajustan al tema de la aparición de
Dios. Pero este problema es tan complicado que difícilmente se puede llegar a
sacar de aquí, alguna conclusión.
Más discutida aún es la autenticidad de los discursos de Eliú[27], por su imprevista aparición y por su eclipse
repentino; por el hecho de que estos discursos rompan la ilación entre las
demandas de Job[28] y la aparición de Dios[29]; por el estilo monótono y ampuloso en el que se
advierten particularidades lingüísticas de influjo arameo mucho más acusado que
en todo el resto del libro; por el diverso método de discusión y de disputa; y
por la apreciación del problema capital de la obra.
Toda esta argumentación tiene tal peso que casi todos los exegetas no católicos
y algunos católicos (Dhorme, Van Hoonackher) impugnan la autenticidad de estos
discursos. Hölscher opina que Eliú sería el primero de los “doctrinarios o
maestros” que habrían ampliado, corregido y refundido el libro de Job, en el
sentido de la ortodoxia tradicional. Szezygiel, defiende la tesis de que Job no
intentó un poema didáctico tanto como la controversia jurídica redactada
en lenguaje poético en la cual, no puede faltar el abogado (Eliú).. Dennjeld se
ha sumado a esta manera de ver. Y realmente se eliminan de esta forma muchas
discrepancias, concepciones extremistas en Volz y sobre todo en Baumgartel.
Historicidad
A
pesar de las teorías de los autores ya citados, en general, el libro de Job se
le denomina como fundamentalmente didáctico; sin embargo, es muy probable que
existiera el héroe, y esto puede suponerse no sólo por el descubrimiento de un
nombre bajo la forma de Ayaab (El Amarna a-ca-ab, rey de Pi-hi-lim, hoy Fahil);
la alusión de Ezequiel[30] no se refiere tampoco más que a un sabio
proverbial. En cambio, la ausencia de genealogía no parece que tenga que
tomarse por indicación desfavorable, ya que, como se ha dicho antes, Job nos es
presentado como extranjero al pueblo de Israel y eso puede justificar muy bien
la falta de su genealogía.
Los 70, sitúan con bastante exactitud la tierra de Us en los
confines Idumea y Arabia. Pero estas puntualizaciones topográficas puede
justificar que ésta se la patria del autor pero no la de Job. Diversos autores
modernos, entre ellos Pfeiffer, estiman incluso que el poema debe tener
sus raíces en tierra idumea, pero aunque esto no fuera así, cabe preguntarse
hasta qué punto la influencia de la sabiduría edomita, evocada por los orígenes
de los personajes, habría dejado huellas en la sabiduría israelita. La génesis
de las tradiciones orientales, invita quizás a no recusar absolutamente la
historicidad de Job y de los elementos fundamentales del relato en prosa (pero
en el libro se generaliza el caso y se eleva a la categoría de tipo).
Son si duda, ficción literaria, los coloquios de Satán con Yavé; los números
que expresan las riquezas de Job; los diálogos de éste con sus amigos y los
discursos de Eliú; al menos en cuanto a su forma literaria; la teofanía de 38,
1-42, 6; detalles como el de 1, 15-16 etc. (casi siempre se salva solamente
uno), el silencio de los siete días de los amigos de Job.
L
a manera como el autor presenta a su héroe, tiene todas las características de
una construcción artificial. La figura de Job está idealizada en grado sumo,
las cifras son convencionales, el diálogo se desarrolla de una manera
esquemática. Todo esto manifiesta un artificio literario de carácter didáctico.
La preocupación del autor parece centrarse en comunicar una enseñanza en una
materia oscura, objeto de discusión y controversia. La discusión en forma de
diálogo da también a la obra un tono filosófico.
PROBLEMA TEOLÓGICO
Problema común de las literaturas antiguas
El problema capital de libro de Job es la cuestión sobre cómo coordinar los
males del inocente con la Justicia de Dios, con el correlativo que acaba por
hacerlo más agudo: la felicidad de los pecadores.
Era un problema ya antiguo pero que se iba haciendo más duro conforme se
avanzaba en la percepción de las exigencias de la moralidad. En el imperio
medio, pensadores egipcios habían deplorado en términos vehementes la miseria
de las gentes humildes (Lamentos del pobre campesino). Según aceptaran o
rechazaran la eficiencia de los ritos funerarios, celebraban la muerte como una
entrada en la felicidad o como una caída en la nada (Diálogo del desesperado)
ridiculizando cuando se terminaba, el culto de ultratumba (en Aufef).
Pero parece que en Egipto no se buscaba precisamente la solución al angustioso
enigma que en Akkad ya en el año 2000 a. C., ejercita la sagacidad de un gran
poeta, probablemente un rey: Susi-Mesri-Nergal (Procura-riqueza-Nergal):
destituido de su poder, abatido por la enfermedad, infortunado confiesa su
justicia, y a fuerza de súplicas conmovedoras acaba por obtener de Marduk su
curación. Unos diez siglos más tarde, otro afligido dialoga con su amigo al que
se esfuerza por conmover proclamando su inocencia.
Los trágicos y filósofos griegos, contemporáneos del autor de Job, suscitaron
la misma cuestión: Prometeo no es inocente pero el exceso de castigo lo
exaspera y endurece. Edipo rey, por una ofensa a los dioses de la que no es
responsable, sufre un cúmulo de males. Heracles, siendo justo, se ve agobiado
por el sadismo cruel de los dioses, etc. Los filósofos, especialmente Platón,
acabaron de dar su forma precisa a la insoluble cuestión sin lograr aportarle
otra solución que el recurso a alguna divinidad maléfica.
No es fácil situar el libro de Job en el marco de estas dialécticas orientales
pero por lo menos, es cierto que el autor sagrado participó de la
preocupación propiamente humana que revela y captó sin duda, algunos acentos de
las quejas que acarreaban.
Se puede incluso alegar entre este escrito canónico y los poemas
babilónicos, una dependencia exterior (semejanza material de pensamientos y de
expresión). Esta dependencia marcó sin duda el punto más alto en su relación
con el “Justo doliente”, akkádico que el autor de Job pudo conocer por la
tradición cananeo-fenicia aunque la especulación bíblica haya sido quine dio
origen a la obra inspirada (J. Steinmann).
El problema de la retribución en el libro de Job
En el contexto bíblico del AT, la retribución del bien y del mal fue concebida
al principio como colectiva[31], más tarde como individual[32]. Se sitúa hasta los últimos siglos del judaísmo
en el marco de sanciones de carácter temporal. Sólo a partir de la primera
mitad del siglo segundo a. C. vemos manifestarse la creencia en las sanciones
espirituales y eternas[33]. Los progresos realizados a medida que iba
evolucionando la situación histórica, parecen ciertamente resultar de
reflexiones críticas que poco a poco fueron encaminando, bajo la luz de la
revelación, a los espíritus atormentados[34] hacia concepciones cada vez más conformes con la
realidad. El libro de Job halla su lugar idóneo en la época en que la
retribución individual terrestre tropezaba con dificultades insolubles de orden
experimental.
La tesis del Libro
Los amigos de Job defienden la tesis que por entonces era comúnmente aceptada.
Elifaz se presenta ante Job como defensor de la tesis: “tus sufrimientos son
una prueba de Dios”. Ha venido con sus amigos buscando alentar a Job en su
desgracia. Por tres veces tomará la palabra en riguroso orden. Su tono es
tranquilo y doctoral, un tanto pretencioso. Sus reflexiones personales,
confirmadas por una revelación onírica[35] y por el testimonio de los antiguos[36], le llevan a afirmar que el inocente no puede
perecer[37] que el pecado lleva consigo el castigo[38] y que Dios halla faltas en quien quiera que sea,
sin excluir al mismo Job[39], así el castigo tiende a la corrección[40]: ésta origina la prosperidad[41].
Elifaz en el fondo es un escéptico para el que lo único importante es
vivir bien y quiere indicar a Job cual es el camino justo para ello; sabe dorar
sus ideas con buenas palabras pero termina acusando abiertamente a Job.
El segundo dialogante de Job es Bildad; éste es más parco en palabras pero
también más espontáneo y directo. Es un asceta obstinado en defender la
justicia de Dios y creería hacerle agravio si admitiera oscuridades en Su
gobierno providencial[42]. La tradición bastaría[43]. No evita, sin embargo, acentuar en tono
fatalista, la doctrina reinante[44]. Pero al igual que Elifaz, sabe que la conversión
produce un viraje del destino[45]. Job debe volverse a Dios, implorar al
Omnipotente, ser puro y recto y desde justo ese momento, empezará Dios a velar
por él[46]; las riquezas afluirán de nuevo. Hay que tener
esperanza, Dios es más grande que los hombres[47].
Bildad en el fondo está acusando a Job; no le dice explícitamente que ha pecado
pero lo presupone. Como sabio acude a la historia trillada de cada día. Es la
constante de los tres interlocutores de Job. El fin del malvado ha sido siempre
perder las esperanzas, no lleva a buen término nada de lo que anteriormente ha
programado. Bildad no es capaz de zafarse del mundo mágico.
El tercero en hablar es Sofar; éste es netamente agresivo, sutil, pesimista. No
evoca otra autoridad que la suya[48], no le importa ofender a Job[49], considera irremediable el castigo del pecador[50] y llega a admitir faltas inconscientes[51]. También él, considera la conversión como un
principio de cambio. Y Job no puede no ser culpable; es una postura intolerable
el declararse justo[52]. Sofar no conoce los pecados de Job pero los
deduce de su postura. Job está sumido en su miseria, está cabizbajo, se siente
inseguro y teme. Todo ello es un signo externo de que el pecado está obrando en
él sus consecuencias. Si Job no fuera pecador se habría olvidado de las penas o
de acordarse, lo haría como quien piensa en aguas pasadas[53].
Para Sofar, Dios está muy alejado, casi no le nombra en su discurso. Él es
demasiado alto para que el hombre pueda entablar diálogo con Él. La experiencia
dice cual es Su actitud frente al mal. Al hombre sólo le queda la sabiduría,
temer a Dios, apartarse del mal[54]. Mal y pecado van muy unidos y Job está sufriendo
la parte de su pecado[55], es inútil que pregunte la solución pues ya ha
sido dada en la historia y hay que someterse a ella.
Job se distingue por su firmeza constante con que defiende su causa. Opone su
tesis personal a la tesis corriente; es inocente y sufre[56]. Su respuesta final[57] plantea el problema en toda su agudeza. La
anomalía que se encarna en él, se explica a su parecer, por una violenta
persecución de Dios que se ensaña contra su servidor[58]. De esta forma deja traslucirse una concepción de
Dios bastante audaz puesto que se trata de asociar la sabiduría divina con una
especie de arbitrariedad que constituiría su propiedad esencial. Dios es
siempre justo, ora descargue sus golpes sobre el inocente o colme de bienes al
culpable. Su Omnipotencia parece crear a Su talante la moralidad de Sus actos.
La conclusión de esta singular teodicea es que el hombre no tiene más que
cerrar la boca delante de Dios. Éste es inaccesible al razonamiento humano,
desbordado por la trascendencia divina[59].
Entonces es Dios y solamente Dios, el culpable de todo. Ese Dios de planes
ocultos, más ocultos aún de lo que piensan sus amigos, ha puesto cerco a Job.
Es por eso que éste tiene derecho a preguntar por qué[60], pero es inútil intentar poner pleito a Dios. Job
quiere buscarle y exponerle sus quejas, pero no le hace caso[61], Dios no está ni en oriente ni en occidente
esperando a Job[62], se calla ante el dolor sin responder. Ese Dios
que nadie puede probar. Dios castiga a Job y éste es inocente, pero ¿quién puede
saberlo fuera de Dios y Job? No hay nadie ante quien acudir en busca de
justicia[63], nadie que pueda demostrar que Job tiene razón.
La justicia que proclaman sus amigos no existe; no hay una lista de cosas que
Dios tenga que hacer cada día, a lo que deba someterse el Altísimo. Dios no es
un hombre[64], está por encima de éste y le conoce a fondo.
Sabe sus días porque los ha puesto Él[65] y si sabe de esto, si sabe que es imposible sacar
pureza de lo impuro ¿por qué no deja Dios en paz al hombre, haga lo que haga y
deja consumarse sus breves días?[66] Porque aun cuando exista el pecado, ¿qué
significa realmente el pecado de daño a Dios?[67]
A
Dios no le interesa la conducta de los hombres; es Él quien consume por igual
al íntegro que al culpable[68], quien se ríe de la desesperación de los
inocentes que mueren y quine pone la tierra en manos de los impíos y tapa los
ojos a los jueces[69]. Todos los hombres son iguales ante Él; no hay
ante él ni justos ni pecadores; todos son iguales a la hora de la distribución
de los bienes y los males.
Para saber de la inocencia de un justo, tendría que venir Dios mismo decirlo.
Ni el sufrimiento ni la riqueza ni el poder son signos válidos para postular la
bondad y la malicia del hombre y este, “Su decir”, sería pura gracia porque
nadie hay limpio unto a él y nadie puede osar rebatir Su palabra[70], ni siquiera acudir a la fuerza porque el robusto
es Él.
En un mundo así, es insoportable vivir. No hay razón al sufrimiento de los
hombres. Dios causa el mal de los hombres que están inertes ante Él. Es la mano
caprichosa de Dios que juega con los hombres haciéndoles blanco de Sus iras. No
hay manera de escaparse del acoso de Dios. La única puerta abierta es un mundo
sin futuro, es la muerte. Job no ve las puertas abiertas a la esperanza[71]. El mal que le azota viene ciertamente de Dios
pero ¿por qué? Él es justo, ¿dónde está la cacareada justicia de Dios?
Lo imposible se realiza. El Dios alejado y sarcástico, inaccesible e injusto,
viene hasta Job y sus amigos en respuesta al desafío de Job. Éste ha empañado
la providencia de Dios[72], ha querido dar lecciones a Dios y Dios se
presenta sarcásticamente pidiéndole instrucciones[73]. Es ignorancia de Dios lo que tiene Job. Dios le
aplasta con Sus preguntas y él no sabe responder, por eso se retracta y hace
penitencia sobre el polvo y la ceniza.
Dios no contesta a Job, no le dice por qué el hombre sufre aunque sea justo,
sino que le agobia con Sus preguntas y es ésta la solución. Dios sabe mucho y
sabrá también la solución, la razón por la que el justo sufre. El problema
central queda envuelto en los velos de la sabiduría divina. Él, que todo lo ha
hecho, sabe por qué Job está sufriendo. Dios aunque no rebata a Job lo somete.
Primero lo acusa de enturbiar Su providencia[74], aunque después reconoce que habló rectamente[75]. Job tiene razón y no sus amigos, éstos han
tratado a Dios como si fuera un hombre, han tratado de engañarle sin temor ni
espanto[76], son inventores de falacias, médicos que nada
curan[77]. Job ha desafiado a Dios en su dolor, ha
destrozado las teorías de sus amigos, y esta postura es el buen obrar de Dios.
Dios se vuelve atrás y la felicidad torna a Job[78].
Eliú: las reflexiones de este personaje
tienden a subrayar las inexactitudes de Job y sus amigos, y pone de relieve,
los elementos de solución que presenta el diálogo: dios instruye a los hombres
no sólo por medio de sueños[79] sino también con los sufrimientos[80]. Estos son, en efecto, instrumentos de salud[81]. Si parece no escuchar los clamores de los que
sufren bajo las pruebas es porque éstos, no se han cuidado de invocarlo como
Creador y Señor[82]. Si intercede por ellos un mediador, se
manifiesta Su benevolencia[83]. Así Dios salva a los penitentes[84], Job será liberado de su angustia[85] pero deberá guardarse de recaer en el pecado[86].
Job es culpable. Eliú no dice, no puede
decir en qué ha pecado Job para estar sufriendo ahora; habla tan solo de la
postura rebelde de Job ante Dios. Es malo Job porque acusa a Dios de inventar
pretextos contra él[87] porque ha dicho que nada aprovecha al hombre
estar bien con Dios[88], cuando debiera darle gracias porque todavía no
le ha matado.
Eliú está convencido de que Job ha
pecado interiormente aunque explícitamente no lo diga, sin embargo, no es capaz
de decir en qué ha pecado. Admite que se ha rebelado contra Él, le acusa de
blasfemo, pero estas blasfemias no pueden ser la causa del dolor de Job ya que
éstas son provocadas por el mismo sufrimiento.
Este personaje no aporta ninguna solución nueva, se ha dedicado a criticar la
postura de Job, justamente la misma que Dios alabará. Su pensamiento es un paso
atrás; apela a la justicia como Bildad, y a la ilación pecado-castigo como
Elifaz. Solamente rechaza la experiencia de cada día como fuente de
conocimiento del actuar de Dios. Lo deja todo como velado tras la máscara de un
Dios desconocido, pero justo.
Dios: la intervención de Dios no aporta
la solución que se hubiera debido esperar de Aquel al que había recurrido Job y
sus amigos. Es que Yavé no es un rival que recoge el guante, habla como Dios y
no como hombre. En este sentido, da puntos de ventaja a Job que ha captado
mejor el misterio de la trascendencia divina. Esta trascendencia resplandece
precisamente cuando el Creador y Ordenador del universo despliega el
espectáculo panorámico de Sus obras gigantescas; Su potencia y Su sabiduría
sometieron las fuerzas gigantescas del caos y equilibraron el cosmos. ¿No
debemos ya concluir que esta sabiduría y potencia no pueden dejar de resolver
los enigmas que el espíritu del hombre no es capaz de explicar?
Desarrollo ulterior del problema
La respuesta al problema planteado permanece pues, oculta en Dios. Pero se
presiente que existe. Únicamente se difiere su revelación. La última visión de
Daniel[89], el Segundo libro de los Macabeos[90] y el libro de la Sabiduría[91], levantaron el velo del destino eterno reservado
a los justos y a los pecadores. Y en el NT, explicitando las enseñanzas de los
poemas del Siervo de Yavé[92], acabará de dar la solución que el justo doliente
podía todavía desear en el plano de aquí abajo: el sufrimiento del justo tiene
un valor redentor[93].
Hna. Mª José Pascual
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