“Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le
dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Él
contestó: No quiero. Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le
dijo lo mismo. Él contestó: Voy, señor. Pero no fue”. El evangelio de san Mateo
ha conservado esta curiosa parábola que Jesús dirigió a los responsables del
pueblo judío para invitarles a la coherencia. Estos personajes, celosos de su
fidelidad a las prácticas religiosas tradicionales, habían perdido la libertad
del espíritu para escuchar y atender la llamada de Dios, cuando les invitaba a
la conversión.
Para entender
correctamente esta parábola conviene prestar atención al comportamiento concreto
de cada uno de los dos hermanos. De hecho, cada uno de los dos tiene necesidad
de ser perdonado, pues el primero de entrada rehusa, pero después se arrepiente
y lleva a cabo lo que le pedían; el segundo acepta la propuesta, pero luego no
la lleva a cabo. El primero ha sabido reconocer su equivocación y vuelve sobre
sus pasos, aprendiendo a obdecer cimentado en la fe, que es lo que
verdaderamente cuenta. No son las convicciones, las ideas, las teorías que
podamos formular lo que al final pesará, sino el modo concreto de nuestro hacer
y obrar de cada momento. Un popular proverbio castellano resume muy bien esta
realidad cuando dice: “Obras son amores y
no buenas razones”.
La parábola
va dirigida sobrte todo a los sacerdotes y ancianos responsables espirituales
de Israel. Tal como lo dejan entrever los evangelios, la vida espiritual de
esos hombres, centrada en una meticulosa y fiel observancia de las prácticas de
la Ley mosaica,
les daba una tal seguridad, que se había apagado en ellos la vivacidad del
espíritu para saber acoger en el momento justo la llamada de Dios. Porque no
basta en la vida haber escuchado una vez la palabra de Dios que llama, haber
respuesto con ardor y vehemencia un sí rotundo, para dejarse llevar despues por
la monótona rutina de cada día, sin sobresaltos ni cambios.
“Las
publicanos (es decir los odiados cobradores de impuestos), y las prostitutas os
llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Es fácil imaginar el
impacto que estas palabras de Jesús debieron producir en aquellos observantes
personajes, cubiertos con sus mantos rituales y sus filacterias, como imponía
la tradición. Jesús pone en guardia contra una ciega fidelidad a concretas
prácticas religiosas o actitudes espirituales que pueden impedir en el momento justo
el gesto radical de la conversión, que comporta descubrir a Dios como un tú con
el que puedo dialogar, que puede despertar en nosotros el ansia y el deseo de
conocerle y de hacer su voluntad. Jesús invita a los suyos a una relación
personal con él y con el Padre, más que a concretas prácticas religiosas, y
esta relación entraña un conocimiento de nuestra limitación, por una parte, y
por otra la necesidad de dejarnos guiar por Dios. A pesar de que puedan no
gustar las actitudes propuestas, Jesús invita a todos a abrazar la humildad y a
la obediencia.
Lo que
Jesús propone en el evangelio, lo repite san Pablo desde otra perspectiva en la
segunda lectura. Escribiendo a los cristianos de Filipos les invita a
mantenerse unánimes y concordes, con un mismo amor y un mismo sentir, para
superar las naturales dificultades que podían surgir en el seno de la comunidad
local. “No os encerréis en vuestros intereses, les dice, sino buscad todos el
interés de los demás”. Humildad y obediencia serían también las consignas de
Pablo a sus discípulos, proponiendo el ejemplo personal del mismo Jesús.
Utilizando un antiguo himno cristiano presenta a Jesús como el Hijo de Dios,
que no duda en velar temporalmente la gloria de su divinidad para tomar la
condición de hombre, para comportarse como un hombre cualquiera. Deseoso de
cumplir la voluntad del Padre se sometió incluso a la muerte para ser exaltado
después de nuevo hasta la gloria del Padre. Pablo recuerda que Jesús con su
vida y con su muerte invita a toda la humanidad a la humildad y a la
obediencia, entendidas como actitudes fundamentales para una relación personal
con Dios y con Jesús, capaz de transformar nuestra existencia para que podamos
entrar en el reino de los cielos.
Jorge Gibert Tarruell
Monje cisterciense
Abadía de Santa María de Viaceli
39320 Cóbreces, Cantabria