El Reino de los Cielos se parece a un rey
que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los
convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les
dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo
está a punto. Venid a la boda. Esta parábola repite,
de alguna manera, el mismo mensaje de la parábola del domingo anterior. Jesús
insiste en el mensaje del amor de Dios, que quiere salvar a todos, haciéndoles
participar en su vida, pero encontraba la falta de interés e incluso con la
oposición de sus oyentes. Israel, que en su condición de pueblo elegido, era el
invitado a participar en la nueva comunión de vida ofrecida por Dios a los
hombres en su Hijo Jesucristo, sin embargo rechazó las constantes invitaciones
a la conversión, e incluso llegó al trato cruel dado a los enviados del rey.
Esta actitud negativa de los primeros invitados hacia los siervos del rey tiene
como consecuencia dejar su puesto en la mesa a otros comensales, llamados
cuando menos se lo esperaban.
Pero además de esta realidad, la parábola evoca varios temas bíblicos,
cargados de significado en el conjunto de la historia de la salvación. El
primero es el del banquete preparado por Dios al final de los tiempos, banquete
que reunirá alrededor de la misma mesa a cuantos se han mostrado fieles
servidores de Dios. El tema lo ha ilustrado el fragmento del libro de Isaias de
la primera lectura. El hecho de reunirse alrededor de una mesa para comer y
beber juntos ha permitido a menudo establecer entre los comensales una relación
más intensa, que puede favorecer un crecimiento en el mutuo concimiento y la
posibilidad de una mayor amistad. No es de extrañar pues que Dios, por medio de
los autores de la Escritura, haya utilizado esta imagen para recordar a la
humanidad su proyecto de reunirlos a todos para hacerles partícipes de su amor
y de su vida. El tema del banquete que Dios prepara para el final de los
tiempos está relacionado también con la Eucaristia, el banquete al que Jesús
nos convoca todos los domingos, alrededor del altar, para participar de su
cuerpo y de su sangre.
El segundo tema es el de las bodas. La Biblia, para evocar el gesto de Dios
que busca a la humanidad para introducirla en su amor y en su vida, ha
utilizado a menudo la imagen nupcial en la que Dios actua como esposo y el
pueblo com esposa. Así se quiere indicar la relación estrecha que Dios quiere
establecer con nosotros.
Otro tema que la parábola propone es la gratuidad del amor de Dios para con
nosotros. El gesto del rey, que ante la negativa de los convidads de la primera
hora a participar en el festín, hace salir a ls criados por los caminos, para
llamar a todos, buenos y malos como precisa el evangelio, gratuitamente, sin
limitaciones, muestra la fuerza de su amor: la llamada es general y no
presupone ningún requisito: malos y buenos son llamados e introducidos en la
sala del banquete, indicando así que basta acoger la invitación.
Pero no se puede pasar por alto otro tema insinuado en la parábola por la
escena del invitado que no se ha vestido de fiesta para participar en el
festín. Es cierto que Dios llama a todos, sin distinción, sin preferencias,
pero quien ha acogido la invitación para participar en el festín de Dios, ha de
demostrar un mínimo de respeto, y no desmerecer la llamada recibida. Hay que
disponerse convenientemente para obtener los frutos del Espíritu.
Jesús en su parábola ha recogido estos temas y les ha dado un significado
muy concreto. Todos nosotros hemos sido llamados por Dios para participar en su
vida que no tiene fin. La vida cotidiana, llena de angustias, tristezas,
trabajos y pruebas, ha de quedar iluminada por esta llamada a participar en el
festín que Dios nos ha preparado. Todo lo puedo en aquel que me conforta, decía
san Pablo en la segunda lectura. Esforcémonos también nosotros para responder
debidamente y revestirnos con el hábito nupcial que nos permita gozar con
plenitud cuanto Dios nos ofrece
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