“Vuélvete,
por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y
bajases, derritiendo los montes con tu presencia”. El fragmento del libro de
Isaías que escuchamos hoy evocaba el lamento de un profeta que expresaba su
angustia por el futuro de su pueblo, porque, a causa de sus pecados, había
sufrido la derrota y el destierro. En esta situación de agobio y sufrimiento,
estalla un grito de esperanza y no duda en decirle a Dios, para que le escuchen
también sus oyentes: “Jamás oído oyó ni ojo vió un Dios fuera de ti, que
hiciera tanto por el que espera en él”. Y Dios escuchó este grito y otros
gritos de otros tantos personajes de la historia de la salvación que clamaron
para que obtener la salvación de los hombres. Que este deseo no quedó desoído
lo prueba la primera venida del Hijo de Dios que, dentro de cuatro semanas,
recordaremos al celebrar la Navidad. El nacimiento en carne humana de la Palabra divina era el
cumplimiento de las repetidas promesas de Dios hechas a lo largo del Antiguo
Testamento.
Y cuando llegaba a su término la
presencia del Hijo de Dios entre los hombres, un día, como recordaba hoy la
lectura del evangelio, Jesús empezó a decir: “Vigilad! Velad! pues no sabéis
cuándo es el momento”. Y a continuación expuso la parábola del hombre que sale
de viaje, después de recomendar a sus criados y al portero que estén preparados
para recibirle cuando llegue, sin precisar cuando tendrá lugar el momento del
regreso, del encuentro. Vigilar significa atender cuidadosamente algo o
alguien. Velar supone estar despierto cuando se debería dormir, continuar
trabajando más allá del tiempo normal, asistir de noche a un enfermo o hacer de
centinela o guardia para no ser atacado inesperadamente. Todos estos sentidos
encajan perfectamente con la recomendación de Jesús, que nos invita a estar
atentos para cuando tenga lugar su segunda venida.
Todo ser humano espera algo en su vida.
Pero conviene preguntarnos cuál es realmente el objeto de nuestra esperanza.
Normalmente, desde que tenemos consciencia de que vivimos, esperamos alcanzar
la plenitud de la vida con todo lo que esa supone. En nuestro esperar solamente
se interpone con carácter negativo la realidad inevitable de la muerte. Por
esto decimos: mientras hay vida hay esperanza. Pero la recomendación de Jesús
no se refiere a las múltiples esperanzas que pueden surgir en el corazón
humano. Él apunta a una esperanza concreta, la de su segunda venida, al final
de los tiempos, tal como Jesús en persona anunció a sus discípulos y la Iglesia
no cesa de repetir, como decimos en el Credo: De nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Sin una visión de fe, un anuncio semejante corre el peligro de quedar relegado
en el olvido. Pero un cristianismo sin esperanza en la segunda venida de Jesús
difícilmente mantendrá la unidad y cohesión entre los distintos aspectos del
misterio del Hijo de Dios hecho hombre. Su vida, su enseñanza, el misterio pascual
de su muerte y resurrección, la iglesia que congrega a sus discípulos, los
sacramentos que nos permiten participar en su victoria, corren el peligro de
ser simplemente un cúmulo de doctrinas, ritos y modos de vivir desarticulados
si falta esta espera confiada de la segunda y definitiva venida de Jesús. El
tiempo del Adviento que comenzamos nos llama a reavivar en nosotros la
esperanza en Jesús que viene, para mantenernos alerta de modo que no nos coja
de sorpresa cuando vuelva.
Hoy, san Pablo, en la segunda lectura, escribiendo
su primera carta a los Corintios, los felicita por el hecho de vivir abiertos a
la esperanza de la última manifestación del Señor Jesucristo. Él, que les ha
enriquecido en todo: en el hablar y en el saber, los mantendrá firmes hasta el
final para participar plenamente en la vida de su Hijo. Y terminaba diciendo
que Dios es fiel a lo que anuncia, a todo lo que promete. Jesús ha prometido
que volverá. Nosotros hemos de prepararnos para recibirle teniendo presentes
las palabras del profeta: Tú, oh Señor, sales al encuentro del que practica la
justicia y se acuerda de tus caminos.