LOS NIÑOS HEBREOS, LLEVANDO RAMOS DE OLIVO, SALIERON AL ENCUENTRO DEL SEÑOR ACLAMANDO, ¡HOSANNA EN EL CIELO! |
“Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por esto Dios lo levantó sobre todo”. Estas palabras de la carta de san Pablo a los Filipenses resumen el contenido de la celebración del domingo de Ramos y de toda la Semana Santa, la semana que los cristianos dedicamos a recordar el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. La liturgia de este día engloba las dos faceta fundamentales del misterio pascual, como son muerte y vida, humillación y triunfo.
Hoy, la liturgia, con la bendición de los ramos, nos hace recordar la entrada triunfal en Jerusalén de aquél que es llamado rey de Israel, pero que de hecho es el Siervo destinado a dar su vida, para recobrarla para sí y para todos. Aquel episodio, exteriormente jubiloso y alegre para la multitud de los que aclamaban a Jesús como rey de Israel, como el que venía en nombre del Señor, de hecho para el mismo Jesús estaba cargado de tristes presentimientos, pues era consciente de la oposición de los que no aceptaban su mensaje, y que, en consecuencia no cejarían hasta quitarlo de en medio, condenándolo a muerte. En la procesión se nos ha invitado a cantar saludando a Cristo como rey, anticipando en cierto modo la gloria de la Pascua, pero sabiendo que, una vez entrados en la nave de la Iglesia, nos encontraríamos con el relato de la Pasión.
La procesión del domingo de Ramos conviene entenderla como un signo. Somos cristianos y hemos de avanzar por la vida confesando a Jesús con el clamor de nuestros labios, con entusiasmo y alegría, para fortalecer nuestro espíritu, preparándonos así para cuando llegue el momento, en verdad ineludible, en que se nos pedirá abrazarnos con la cruz, con el dolor y el sufrimiento, con la misma muerte, no nos hagamos atrás. No estaremos solos en aquel momento. Jesús está dispuesto a repetir su Pasión con cada uno de los hombre y mujeres que están sobre la tierra, y lo estará cuando nos llegue aquel momento.
El relato de la Pasión según san Marcos que hoy se proclama permite seguir paso a paso la consumación de la vida de Jesús. El recuerdo de la Pasión, actualizado por la lectura litúrgica, es un grito que proclama la crueldad y la injusticia infligidas a Jesús, un hombre que se hizo cercano al pueblo pobre y humilde, para defender sus derechos, para ofrecerle la salvación. Recordamos los particulares de la Pasión para estimularnos en la fidelidad en el quehacer cotidiano, de modo que lo que creemos tenga consecuencias en la vida. Un día Jesús pronunció unas palabras que no todos toman en serio: “Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Esta afirmación permite concluir que el mismo Jesús que padeció, fue crucificado y murió en Jerusalén hace más de dos mil años, después de aquel momento no ha dejado de sufrir y morir de alguna manera en la persona de todos los hombres y mujeres que han sido, son y serán víctimas del odio, de la violencia, de la injusticia, del terror.
¿De que no sirve enternecer nuestro corazón recordando los sufrimientos de Jesús, si, encerrados en nuestro egoísmo, dejamos que muchos hermanos nuestros vivan en su carne la misma Pasión de Cristo? Lo que hacéis, lo que permitís que se haga a uno de mis hermanos, me lo hacéis a mí. No nos hagamos sordos a esta indicación que nos hace cada día el mismo Jesús. Pero debería sensibilizarnos ante la continuación de esta Pasión en tantos lugares de nuestro planeta. Es cierto que no depende de cada uno de nosotros resolver los problemas puntuales, pues la decisión final corresponde a los que detentan el poder en los diversos países, pero no podemos desentendernos del todo e ignorar lo que pasa, y manifestar nuestra opinión sobre la situación.
Si queremos vivir realmente el misterio de la Pasión de Jesús, acerquémonos a quien sufre, a quien está sólo y abandonado, tratemos de hacernos próximos de quienes son víctimas de alguna manera del mal que opera en el mundo, mal que, con nuestro egoísmo, de alguna manera favorecemos. Que la consideración de los sufrimientos de Jesús nos hagan superar nuestro egoísmo, nos hagan más sensibles al dolor, a la dificultad de nuestro prójimo, sea quien sea, y nos disponga a una plena y fecunda celebración de la Pascua de Jesús.