“El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él”. Estas afirmaciones de Jesús provocaron un escándalo entre quienes escuchaban sus
enseñanzas, pues no entra en la normalidad expresarse del modo como lo hizo
Jesús, y así se explica que muchos de sus seguidores se apartaren, afirmando
la dureza de tales palabras. Y sin embargo estas mismas palabras ofrecen el
sentido y el contenido de la Eucaristía, el gesto ritual típico de quienes nos
confesamos cristianos. Desde hace más de veinte siglos, los bautizados en Jesús
se reúnen, sobre todo el domingo, para escuchar las Escrituras y participar en
el convite de pan y vino que Jesús dejó a sus apóstoles la noche del jueves
santo, poco antes de su Pasión.
Pan y vino son alimentos
que el hombre utiliza a diario, desde tiempo inmemorial, en cuanto fortalecen
el cuerpo y alegran el corazón, y que puestos sobre la mesa crean alianzas y
renuevan amistades. Si se puede decir que estos elementos son portadores de
vida ya desde su dimensión material, es fácil comprender que Jesús los haya
escogido como signo de la realidad de su vida y de su obra de salvación, que
culminó con su muerte de cruz y su resurrección. Muriendo en la cruz venció a
la muerte y ofreció vida abundante a todos los que creen en él. Y para que esta
promesa no quedase en meras palabras, quiso dejar un gesto muy concreto que significase
y realizase lo que prometía.
Al realizar la vinculación
entre carne y pan, sangre y vino, Jesús se ofrecía a si mismo como manjar y
bebida para que los creyentes tuviesen vida y la tuviesen en abundancia. El pan
que Jesús ofrece no es un pan cualquiera, ni el vino de la copa es un vino
cualquiera. Son el cuerpo y la sangre de Jesús que él quiere ofrecer como
alimento y que producen una vida que va más allá de la muerte física.
Eucaristía y resurrección de los muertos son dos conceptos que pueden aparecer
muy distantes, y sin embargo en buena teología forman un única realidad. Dios
ha enviado a su Hijo Jesús para ofrecer a la humanidad tener parte en su vida
cuando les llegue la hora de morir, y no por un tiempo más o menos largo sino
para siempre. Y como prenda de esta promesa, tenemos el banquete eucarístico en
el que participamos del pan y del vino que son cuerpo y sangre de Jesús y que
operan en nosotros poco a poco esta preparación que culminará en nuestra
resurrección. Toda el ansia de vida sin término que aletea en el corazón de
todo mortal encontrará su satisfacción en la promesa divina, que la eucaristía
anuncia e incoa día a día.
Hoy, la primera lectura nos ha recordado
el banquete de pan y vino que la Sabiduría prepara para los inexpertos, es
decir, los sencillos, los pobres, que acogen su invitación. La sabiduría,
atributo divino y fuente de vida verdadera, ofrece un alimento que hace amigos
de Dios, que aparta de la inexperiencia e introduce en el camino de la vida.
Este pasaje del libro de los Proverbios contiene un esquema de la historia de
la salvación. Dios ha preparado para los hombres un encuentro de vida sin
término, expresado bajo la imagen de un banquete. A lo largo de la historia ha
enviado a sus siervos, los profetas, para invitar a los hombres a entrar en
comunión con él, y la imagen se convierte en realidad en Jesús. En la
Eucaristía nos hace entrar en comunión de vida con él, en el pan y en el vino
nos da su cuerpo y su sangre. Pero la Eucaristía no es más que un signo, un sacramento,
una anticipación del verdadero y eterno banquete mesiánico, que tendrá lugar
cuando Él volverá en su gloria.
El apóstol Pablo insiste
hoy en la segunda lectura: “Fijaos bien como andáis; no seáis insensatos, sino
sensatos , aprovechando la ocasión: daos cuenta de lo que el Señor quiere”.
Estas palabras invitan a una seria y responsable vigilancia entendida como
sobriedad de vida, de una parte, y como compromiso para mejor emplear el tiempo
presente, teniendo la vista fija en la vida eterna que se nos ha prometido y
que nos espera indefectiblemente.