La paciencia es la capacidad de padecer o soportar mucho sin alterarse, deprimirse y desanimarse. Es saber esperar cuando algo deseamos mucho. Es saber respetar el ritmo de crecimiento y conversión del otro.
La afabilidad es ser
agradable, dulce, suave, porque el amor no es ni agresivo, ni irónico, ni
cínico.
La envidia es
antagónica total con el amor. El verdadero amor está centrado en el otro y el
que envidia se alegra del mal ajeno o se entristece por su bien. Es un
sentimiento muy mezquino.
La presunción es una
forma de narcisismo, es vanagloriarse, estar muy pagado de uno mismo, es ser
autocéntrico, egocéntrico y alterocéntrico. El verdadero amor, al menos,
piensa en su hermano como en sí mismo.
El Engreimiento, es vanidad y
soberbia. El verdadero amor no busca destacar, sino que vive en la gratuidad,
en el amor como un don inmerecido.
Irritar es
provocar ira y la ira causa indignación o enojo. El amor lucha por la felicidad
y bienestar del otro.
El amor no es
mal educado ni egoísta y desde el amor, todo se soporta, se
sufre, se acoge con humildad.
Llevar cuentas
del mal es una forma de rencor. El que ama perdona y olvida. No
acusa de los pecados pasados del hermano ni se venga humillándolo.
Alegrarse de la
injusticia es incompatible con el auténtico amor, ya que el que ama
vive en la verdad y goza con ella y la injusticia es una forma muy cruel de la
mentira.
El que ama disculpa sin límites y disculpar es quitar la culpa de otro. Buscar razones para atenuar la responsabilidad moral del que ha obrado mal.
El que ama se
fía del otro sin límites, aunque tenga sospechas en contra. No duda de él.
El que ama
espera en el otro sin límites, no se desanima pensando que no hay
remedio para él. Que no tiene la solución, confía siempre en encontrarla.
El
que ama aguanta sin límites y lucha sin desfallecer por sostener al
otro, por no dejarlo caer. Sabe soportar lo adverso, lo desagradable, ama al
otro por lo que es y no por lo que hace.