“Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros”. Así se dirigió a Jesús un grupo de leprosos
que, por razón de su enfermedad, vivían marginados de la familia, de la
sociedad, y del culto religioso, movidos por la esperanza de obtener su
curación. Su plegaria expresa de algún modo una fe inicial en el poder de Jesús,
y no cae en el vacío, aunque el milagro no tenga lugar inmediatamente. Jesús,
por toda respuesta, se limita a enviarlos al sacerdote, a quien correspondía
dictaminar, según la ley, la presencia o ausencia de la lepra. Aquellos hombres
se fían de la palabra de Jesús, y con la enfermedad aún a cuestas, pero con el
corazón henchido de esperanza, se ponen en camino. Su fe alcanza lo que
ansiaban y durante el viaje quedan curados de su dolencia.
Los enfermos curados eran diez y el
milagro ha sido el mismo para todos. Pero el evangelista hace notar que nueve
de ellos, que eran judíos, entienden su curación desde la perspectiva de la
ley: Jesús les ha enviado a los sacerdotes como pedía la ley, y después sabrán
anunciar a todos el beneficio recibido de la salud. Estos nueve han tenido la
fuerza moral de pedir y obtener un milagro, mostrando su fe y su confianza.
Pero les falta la fineza de espíritu para mostrarse agradecidos con quien les
ha curado gratuitamente.
En cambio, el décimo, que era
samaritano, un extranjero, al darse cuenta de haber quedado limpio vuelve para
dar gloria a Dios. Éste, como los otros nueve, había venido a Jesús para
obtener su curación, como los demás creyó en la palabra de Jesús y emprendió el
camino para presentarse a los sacerdotes, pero a diferencia de los otros nueve,
una vez curado, se siente obligado a volver sobre sus pasos para prostrarse
ante Jesús y proclamar la misericordia de Dios. En su curación palpa el amor
infinito de Dios, y un corazón que hace esta experiencia no puede dejar de
alabar y dar gracias sin límites.
Este episodio ayuda a penetrar de
alguna manera en la intimidad de Jesús y sentir la fuerza de sus sentimientos.
Jesús ha actuado movido por su misericordia hacia los hombres y no queda
infdiferente ante el comportamientos de quienes son objeto de su favor. En este
caso experimenta la ingratitud de los nueve, como deja entrever la pregunta que
formula a los presentes, al presentarse el samaritano: “¿No han quedado limpios
los diez? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extrajero
para dar gloria a Dios?”. Jesús es sensible a la amistad, al afecto, al amor de
las personas, y también vulnerable ante el olvido, la ingratitud y las ofensas.
Esta sensibilidad de Jesús confirma su condición de hombre y permite valorar la
la grandeza de lo que supone la entrega a su pasión y a su muerte.
“Levántate, vete, tu fe te ha
salvado”. El samaritano no ha sido solamente curado de la lepra: se ha acercado
a Jesús. Jesús ha venido para acercar a Dios al hombre que se había apartado,
para hacerle partícipe de la misma vida divina. Dice al samaritano: “Levántate,
vete”: es la invitación que Jesús hace al samaritano y en él a todos nosotros
para que le sigamos, en su subida hasta la cruz. El samaritano del evangelio,
como Naamán el sirio de la primera lectura han creído, los dos han tenido fe y
han obtenido en primer lugar la curación externa de su lepra, y en segundo
lugar la purificación del espíritu, el reconocimiento de la acción divina que
les hace entrar en el camino de la salvación.
Para nosotros es importante fijarnos
bien en los dos tipos de fe que muestra el episodio de la curación de los diez
leprosos: La fe común a los diez leprosos, que les impulsa a implorar a Jesús
capaz de curarlos, y la fe propia del samaritano, el cual, al constatar que ha
sido curado gratuitamente, no duda en volver sobre sus pasos y de acercarse de
nuevo a Jesús para postrarse a sus pies, dando gracias y alabando a Dios. Como
el samaritanos volvamos hacia Jesús, para vivir con él y como él, aceptando con
él la cruz, para poder reinar con él para siempre.