“Nadie
puede estar al servicio de dos amos. No podéis servir a Dios y al dinero”. Al
hablar de los dos amos, Jesús no olvida que Dios nos ha enseñado que hemos de
ganar el pan de cada día con el sudor de nuestra frente. Pero al mismo tiempo
quiere inculcarnos que la natural preocupación por los bienes materiales no ha
de crecer hasta el punto de hacernos vivir agobiados de modo que olvidemos el
papel que corresponde a Dios en nuestra existencia cotidiana. Al hablar de los dos
amos, Jesús utiliza el término “servir”, que supone una situación de real
dependencia en el sentido propio de la palabra, que difícilmente se compagina
con la condición de personas libras que nos corresponde como hijos de Dios que
somos. Es desde esta perspectiva que hemos de entender la recomendación de
Jesús: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el
cuerpo pensando con que os vais a vestir”. Esta forma de hablar podrá parecer poco
realista para quienes, día tras día, se esfuerzan por asegurar la buena marcha
de la familia, especialmente en estos momentos difíciles de crisis. Naturalmente
hay que comer y vestirse, y buscar el modo de dar de comer y de vestir a los
nuestros. Pero interesa hacerlo sin agobio, de una manera serena, evitando
hacer de lo material la única obsesión de nuestras vidas. Jesús invita a dar a
cada cosa la importancia que le toca, procurando al mismo tiempo evitar la
frenética carrera del consumismo a la que está abocada nuestra sociedad, al crear
continuamente necesidades superfluas.
Desde
su visión de la realidad, Jesús se permite utilizar la imagen de los pájaros del cielo que encuentran
comida, sin sembrar ni segar ni almacenar, y la de las flores del campo que,
sin esfuerzo, se visten con ropajes de calidad inigualable. A pesar de su
contenido poético, estas imágenes podrán parecer a muchos fuera de lugar. Pero
conviene entender estas imágenes como invitación a entender la vida en el
contexto del plan o designio de Dios, que reclama abrirse a la confianza en la
bondad de Dios. De ahí la conclusión que Jesús propone: “Buscad el Reino de
Dios y su justicia. Lo demás se os dará por añadidura”. Jesús ha venido para
anunciar el reinado de Dios entre los hombres, y ante esta realidad quiere
asegurarnos que todo lo demás, que comprende cuanto necesitamos para la vida
corriente, tiene su importancia, pero no depende únicamente de nuestro
esfuerzo, sino que contamos con la voluntad de Dios que quiere ayudarnos.
Pero quizás cabe preguntarse si
realmente es posible aún confiar en Dios, contar con él en el quehacer de
nuestra existencia. Hoy la primera lectura invita a reflexionar acerca de esta
delicada realidad. Un profeta habla en nombre del pueblo: “Sión decía: Me ha
abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. Se trata de una reflexión de un
pueblo que, destrozado por los contratiempos y agotado por las dificultades, se
plantea la eterna cuestión, que tantos y en tantas ocasiones no han dudado en decir:
¿Dónde está Dios? Pero ante esta angustia del pueblo, el profeta se siente
inspirado para dar una respuesta que, aunque a veces cueste aceptar, es la
única válida para todos y para todos los tiempos. Y así continúa: “¿Es que puede
una madre olvidarse de su criatura; no conmoverse por el hijo de sus entrañas?”.
La experiencia, lamentablemente, ha demostrado que una madre puede llegar a olvidar
su amor por el hijo de sus entrañas, pero Dios quiere inculcarnos que, a pesar
de todo, el amor que él tiene para con los hombres no puede pasar. Y afirma: “Pues aunque una madre se olvide del
hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré”. Dios nos ama hasta el extremo, y lo ha
demostrado entregando por nosotros su propio hijo, Jesús, permitiendo que fuera
clavado en la cruz. Mantengamos pues firme nuestra confianza en el amor de Dios,
que quiere salvarnos por encima de todo.