La
unidad del “Misterio Pascual” nos
enseña, que el dolor no solamente es seguido por el gozo, sino que ya lo
contiene en sí. Jesús expresó esto de diferentes formas. En la última cena dijo
a sus apóstoles: "Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se
cambiará en alegría"[1].
Parece como si el dolor fuese uno de los ingredientes imprescindibles para
forjar la alegría. También la metáfora de la mujer con dolores de parto lo
expresa maravillosamente. Su dolor, efectivamente, engendra alegría, la alegría
"de que al mundo le ha nacido un hombre". Todo el ciclo de la
naturaleza habla de vida que surge de la muerte: "Si el grano de trigo,
que cae en la tierra, no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho
fruto"[2].
La
Cruz, y Jesucristo en ella clavado, no se reduce a un doloroso recuerdo de lo
mucho que El, sufrió por nosotros, sino que nos da la seguridad de que podemos
gloriarnos en ella, ya que está transfigurada por la gloria de la resurrección.
La
resurrección es nuestra pascua; es un paso de la muerte a la vida, de la
oscuridad a la luz, del ayuno a la fiesta. El Señor dijo: "Tú, en cambio, cuando ayunes, úngete la
cabeza y lávate la cara" [3]
El ayuno es el comienzo de la fiesta.
La postura cristiana referente al
sufrimiento es positiva y realista. En la vida de Cristo, y sobre todo su cruz,
le ha dado valor redentor. Por tanto, el camino cristiano es el camino
iluminado por la muerte redentora de Jesús en la cruz, que lo convirtió en
camino de resurrección; así el olvido de nosotros mismos, es perdernos en
Cristo, es vida que brota de la muerte y por eso el “Misterio Pascual” que celebramos en los días del “Sagrado Triduo” es la pauta y el
programa que debemos seguir en nuestras vidas.
HMJP