Año
Litúrgico es la celebración del misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta
su última y definitiva venida; por tanto, es una realidad salvífica, en el que al
recorrerlo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la salvación a
través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres; por eso
S. Juan Pablo II lo definía así: el año litúrgico es “camino a través
del cual la Iglesia hace memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive”[1].
En cada
momento del Año litúrgico se nos
otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos: -la gracia de la esperanza cristiana y la conversión del
corazón para el Adviento; -la gracia del gozo íntimo de la salvación en la Navidad; -la gracia de la penitencia y la
conversión en la Cuaresma; - el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua; -el
coraje y la valentía el día de
Pentecostés para salir danto testimonio de fe en Jesucristo resucitado. La
gracia de la esperanza serena, en el Tiempo Ordinario, Son los frutos que nos
trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvación, así como el progreso en la
santidad que nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.
Entonces, el Año Litúrgico
honra religiosamente los aniversarios de los hechos históricos de nuestra
salvación, celebrando el
misterio de la salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios,
cumplido en Cristo.
ADVIENTO:
ESPERA VIGILANTE
Adviento
significa venida y es el primer período del año litúrgico
cristiano, que consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento de
Cristo. Navidad y Adviento no son fiestas independientes. El Adviento nació
como tiempo de preparación para celebrar la fiesta de la Navidad, igual que la
Cuaresma respecto a la Pascua.
La pedagogía de la Iglesia
Católica propone el tiempo de Adviento como una época de espera alegre, espera de conversión y de esperanza, ya que es
memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne
mortal. Es así mismo, la espera
suplicante de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y
Juez universal. La liturgia de Adviento
con frecuencia invita a la conversión,
mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: Convertíos, porque está cerca el reino de
los cielos[2],
invita además a vivir en la fe y la esperanza gozosa de que la salvación ya
realizada por Cristo[3]
y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y
plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión,
la fe
en visión y nosotros seremos
semejantes a Él porque le veremos tal cual es[4].
Por todo esto La preparación que la Iglesia quiere en sus fieles no es una
preparación para sólo los días de Navidad, porque el Adviento nos
sitúa frente a lo temporal y frente a lo
eterno, pues la venida de Cristo no se circunscribe al día 25 de diciembre.
A este respecto, es famoso el quinto sermón de San Bernardo sobre el Adviento,
que trata de las tres venidas de Cristo, tres
Advientos. La llegada de Jesús como hombre en la natividad y su venida al
final de los tiempos, la otra venida se está realizando continuamente en
nosotros, cuando estamos en gracia.
Este tercer Adviento del que
habla S. Bernardo en el que siempre vive el creyente, que está esperando
la venida de Jesús a su alma, amándole para que Él haga en cada uno su morada.
Así, el Adviento cobra un sentido que trasciende el tiempo concreto, muestra
una actitud del alma que espera a Cristo y que grita desde lo profundo «Ven,
Señor Jesús.
Pidámosle con este himno litúrgico
de Adviento:
Preparemos los caminos
ya se acerca el Salvador
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven, tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
ven, tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
ya sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
ya sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
Él es nuestra salvación
Hna.LMJP
[1] Juan Pablo II con
motivo del cuadragésimo aniversario de la constitución conciliar sobre la
Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre de 2003, nº 3