El Adviento se
caracteriza por ser un tiempo de esperanza. La espera del nacimiento de
aquel que será luz y gloria de las naciones, también de la nuestra, que lo
necesita con urgencia. El Adviento es, pues, una invitación a esperar con
alegría el nacimiento de Jesús, y además es también una llamada a vivir con
ilusión la fe en Él.
El tiempo de la espera es tiempo
necesario e importante. Es en la espera donde tenemos la posibilidad
de ser y hacer lo que realmente elegimos personalmente. Es en “la espera del Señor” donde vamos
demostrando que vivimos en su presencia. Se prepara la venida del Señor
viviendo en su presencia, mientras esperamos que venga.
En este primer domingo de Adviento estamos invitados a hacernos la pregunta por qué y por quién viene Señor. El creyente es un esperador de Dios; el creyente vive en la esperanza de Dios. El Señor viene, en el Señor espero, en el Señor he puesto mi esperanza. Son frases que resumen la convicción profunda del creyente. La esperanza hace vivir al creyente de manera diferente a todos los demás hombres. Mientras los demás tiemblan, él permanece en pie.
El peligro del creyente y de
todo hombre reside en que se nos embote la cabeza con otras esperanzas menores,
a las que les damos el rango de mayores. Todo lo que nos aparta de vivir en
presencia del Señor se convierte en posibilidad de embotamiento de nuestro
corazón. El creyente vive el mismo mundo, los mismos acontecimientos que los
demás, pero los vive con otra perspectiva: los vive en esperanza por que apuesta
firmemente por algo que no falla: la
venida del Señor. El Señor, a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos, vendrá. Esta es la convicción que vence todo
temor y toda angustia.
La vida en esperanza es la que
crea esperanza y abre a otros a la esperanza. Creer en la esperanza y crear situaciones de esperanza, es dar razones para
que otros confíen y esperen. Lucas apunta una manera de vivir la esperanza y en
esperanza: la vigilancia y la oración. La desesperanza se apodera de nosotros
cuando no somos capaces de ver de cerca al Señor o cuando lo perdemos de vista
o cuando no nos relacionamos con él y
vivimos como si no estuviera presente, por eso no es una espera de brazos
cruzados, sino activa.
Hay que velar, estar Despiertos y atentos para descubrir a Dios
cerca de nosotros. Despiertos y atentos para verle en nuestros hermanos que sufren
y en los más necesitados. Solo así podremos experimentar que Él nos fortalece, nos
colma y nos hace rebosar de amor internamente. No hay otra manera de vivir la
fe, de reconocer a Dios en nuestra vida, que a través del amor. La fe nos mueve
a la esperanza y también a la caridad. Y al mismo tiempo, la esperanza y la
caridad fortalecerán nuestra fe.
En este tiempo
de Adviento estamos llamados a permanecer vigilantes y activos frente a tantas
necesidades que hay a nuestro alrededor. El nacimiento de Jesús fue motivo de
alegría para los más pobres, los pastores, que pasaban la noche al raso.
También lo ha de ser para los pobres de hoy, para los necesitados, para
nuestros vecinos, para los que se han quedado sin trabajo, para los que buscan
refugio porque se ven obligados a huir de su país, para aquellos que sufren las
consecuencias de las guerras y de cualquier clase de violencia. Para que no
pierdan la esperanza, para que no la perdamos nosotros tampoco. El Señor nos invita a mirar la vida con la
cabeza alta. Él viene a nuestro encuentro. "Levantaos, alzad la cabeza, se
acerca vuestra liberación". Es todo un Dios que se hace niño, el que se
hace pobre, el que emigra y busca refugio en otro, es decir, se hace extranjero,
se hace cercano, humilde, pequeño… para hacernos a nosotros grandes.
Queramos, al
menos desear vivir el Adviento con fe, con esperanza y con amor. Tenemos por
delante cuatro semanas para ir con
atención al encuentro de Dios, para no perdernos
su venida. Cuatro semanas de estar despiertos, con la cabeza alta,
esperando nuestra liberación.
MARANATHA -VEN SEÑOR JESÚS-