Este
domingo celebramos el gran amor que Dios nos tiene. Él nos invita a compartir
su propia vida trinitaria. Su vida es dar y darse. Por el amor del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo somos hijos de Dios. Por lo cual, cuando llamamos
Padre a Dios, expresamos el misterio más grande que existe, la “Trinidad
Santísima”. Dios mismo ha abierto su "corazón", su
"intimidad"; ha revelado que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un sólo
Dios y tres Personas que desde toda la eternidad viven en íntima comunidad, en
amor recíproco y la entrega más completa.
Este
Misterio trinitario es evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y
comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia.
El Nuevo Testamento, nos muestra con claridad una estructura trinitaria actuando en conjunto en la salvación, que ha
continuado en la Iglesia desde los orígenes, en la raíz de la fe viva de la
primera comunidad cristiana haciéndose presente, principalmente, en el acto del
bautismo de cada uno y en la expresión de fe del mismo Bautismo encuentra su
plenitud. “…Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
santo.”
La
Solemnidad de la Santísima Trinidad nos recuerda cada año más viva e
íntimamente que Dios Padre quiere venir a vivir en nosotros y con nosotros, y
que debemos crecer en el deseo de estar siempre con el corazón abierto a la
acogida de la presencia Trinitaria en un continuo ¡Gloria al Padre!
Nos
recuerda también que el Hijo, Jesús, la Palabra, nos invita a escuchar del
Padre: “eres mi hijo, eres mi alegría” y que debemos acoger esta Palabra en nuestro interior y vivir en un
continuo ¡Gloria al Hijo!
Y por
último, nos recuerda que debemos estar a la escucha, porque el Espíritu Santo
grita en nosotros, que somos hijos en el Hijo y por tanto hermanos en Él y por
Él, que debemos tener continuamente nuestras manos extendidas, acogiendo a
todos los hombres y mujeres en su diversidad de rostros, viviendo en un perenne ¡Gloria
al Espíritu Santo!