En esta octava de la Navidad,
tenemos como centro de nuestra Comunidad monástica a Jesucristo, el Verbo
encarnado. Le damos gracias al Padre, porque nos amó tanto que nos dio a su
Hijo Unigénito. Jesús, hecho niño-ternura, ha traído al mundo el AMOR
DE TODO UN DIOS. Él,
ha venido para decirnos que Dios nos ama con AMOR
INFINITO y que
nosotros debemos amar a los demás, y no quedaremos defraudados, porque “hay más
alegría en dar que en recibir”. Por eso nosotras, monjas cistercienses, hemos
consagrado nuestras vidas por “amor a Él y a los hermanos”, viviendo el don de
la vocación en el carisma cisterciense: dando esplendor a la Liturgia de las Horas
(oración oficial de la Iglesia ),
y acogiendo a los que se acercan a nuestro Monasterio (hospitalidad). Agradecemos
a María, el haber aceptado ser la
Madre de Dios. En estos días de “Paz y Amor”, que el Padre nos manifiesta al
darnos a tu Hijo, le pedimos que bendiga abundantemente a todos los hombres, y de
manera muy especial a los que sufren por cualquier causa.