La historia
de Jesús comienza inmediatamente con una serie interminable de dificultades.
Decía un gran santo que toda rosa tiene siempre sus espinas, es más, que la
presencia de espinas es el testimonio más verdadero de la existencia de la rosa.
Y, al parecer, las espinas que rodean la belleza de la venida de Cristo no
tardan en aparecer. Una de ellas es la persecución que Herodes desata contra el
niño Jesús: «Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se enojó mucho y
mandó matar a todos los varones que había en Belén y en todo su territorio de
dos años para abajo, según el tiempo del que había sido informado exactamente
por los magos». Esta es casi siempre la reacción de quien se siente amenazado
en su posición, en su trono. Y cada uno de nosotros corre a veces el riesgo de
estar en la posición de Herodes, porque le cuesta destronarse a sí mismo,
quitarse del centro, dejar de pretender sentirse Dios, sentirse dueño de la
vida, soberano indiscutible de su destino y del de los que le rodean. Suele ser
la vida la que la mayoría de las veces nos rebaja. A veces basta una fiebre un
poco alta que nos deja desamparados en la cama para que nos demos cuenta de
que, después de todo, no mandamos nosotros. Y sólo si es Él quien nos ayuda
entonces la vida no sólo es posible, sino también humana. Sin Él dejamos de ser
plenamente humanos y nos volvemos malvados hasta el punto de sacar lo peor de
nosotros, como hace Herodes. Pero Jesús sobrevive a esa actitud, y lo consigue
porque hay personas como José: «Un ángel del Señor se apareció en sueños a José
y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí
hasta que yo te avise; porque Herodes está a punto de buscar al niño para darle
muerte”. Así que se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se marchó a
Egipto». San José nos ofrece un testimonio bien claro de respuesta decidida
ante la llamada de Dios. En él nos sentimos identificados cuando hemos de tomar
decisiones en los momentos difíciles de nuestra vida y desde nuestra fe: Nuestra
fe en Dios implica a nuestra vida. Hace que nos levantemos, es decir, nos hace
estar atentos a las cosas que pasan a nuestro alrededor, porque
—frecuentemente— es el lugar donde Dios habla. Nos hace tomar al Niño con su
madre, es decir, Dios se nos hace cercano, compañero de camino, reforzando
nuestra fe, esperanza y caridad. Y nos hace salir de noche hacia Egipto, es decir,
nos invita a no tener miedo ante nuestra propia vida, que con frecuencia se
llena de noches difíciles de iluminar. Sólo si comprendemos que el cristianismo
consiste en hacer como José, es decir, en llevar con nosotros «al niño y a su
madre», podremos salvar lo esencial a pesar de todo. Jesús y María son lo
esencial para nosotros.
Excelente reflexión..
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