La Verdad y el Amor siempre corren
uno al lado del otro, por eso el evangelio de hoy nos habla de la carrera de
Pedro y Juan en la mañana de Pascua. Pero el Amor, representado por la agilidad
y la juventud de Juan, siempre va primero. Luego tendrá que esperar a que la
Verdad, es decir, Pedro, se meta de verdad en las cosas, en ese sepulcro
descubierto. Hay como una especie de equilibrio entre estos dos personajes y,
por tanto, entre estas dos dinámicas existenciales del Amor y de la Verdad.
Nuestra vida es inconcebible sin esta sin estas dos personas, sin este dúo.
Excluir la dinámica de la Verdad, por ejemplo, sería condenarnos a un bajo
sentimentalismo en el que sólo seríamos rehenes de las emociones fáciles. Al
mismo tiempo, excluir el Amor de la Verdad significaría entrar en un cálculo
que a la larga sólo nos sumiría en un frío y estéril cinismo lógico. Verdad y
Amor son, pues, como dos vías que nos llevan a vivir y a entrar en el corazón
de la vida de la manera más correcta posible. Pero también hay que decir que,
si bien Verdad y Amor siguen siendo dos actitudes esenciales, también son
radicalmente distintas. Sólo el Amor, por ejemplo, intuye antes que todos los
demás la espiga cargada de frutos cuando la semilla está aún oculta bajo la
tierra. Es la misma intuición de la resurrección de Cristo que tiene Juan ante
el sepulcro vacío y la visión de los paños puestos sobre la piedra. Nada se ve
en la evidencia, pero Juan comprende lo que ese vacío, esa ausencia, indica
antes que todos los demás. La Verdad constata, averigua, precisa, ilumina, hace
vivible, pero sólo a condición de que exista antes la intuición clarividente
del amor. Por eso no es erróneo decir que el Amor prevé, es decir, que sabe ver
de antemano. Así pues, Pascal tiene
razón cuando dice que «el corazón tiene sus razones que la razón no conoce».
Hay una inteligencia del corazón que hay que cultivar siempre. Es esa
inteligencia en la que San Juan sobresalía por encima de todas los demás: el talante
del corazón. Este talante se manifiesta más claramente en Juan que en los otros
discípulos porque tiene una mirada, una intuición diferente que percibe más
profundamente que los demás. Se trata de una mirada amorosa que percibe la
presencia de la novedad de Jesús. Estas personas alertan también a los que le
rodean. En aquella ocasión, Pedro, alertado por la afirmación de Juan también
reconoce y empieza a entender. Esto nos tiene que hacer entender a nosotros la
influencia que tenemos en los demás cuando profundizamos y nos dejamos enseñar
por lo que Dios quiere decirnos con su Palabra y a través de los
acontecimientos y circunstancias vividas día a día.
San Juan 20,2-8
Me gusta ese planteamiento de Amor y Verdad. Muy clara y precisa esa reflexión. Gracias.
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