Un nacimiento siempre nos abre a la vida, al futuro y a la esperanza. Así fue para Isabel y Zacarías, por eso el nombre del niño tiene que ver con su ser, su identidad, su vocación y misión que tendrá en la vida. “Se va a llamar Juan”, porque ese nombre significa, ¡Dios nos dio un regalo!”; Dios nos regala el ser parte activa de su iniciativa de salvación. Necesitamos una esperanza activa, creadora y trasformadora. Que sea una esperanza que se abra a lo definitivo. Juan recibe la misión de propiciar esa actitud preparando caminos al Señor que viene. ¿Cómo podemos abrir caminos de esperanza hoy? Tal vez sea necesario abrir puertas, propiciar encuentros, dejarnos interpelar por lo distinto, mirar lo pequeño, ir a lo profundo y no quedarnos en la superficialidad.
La
liturgia parece querer prepararnos para la Navidad mediante relatos sobre el
nacimiento del precursor: Juan el Bautista. Habíamos dejado a Isabel
embarazada, y a Zacarías mudo por su incredulidad, por lo que resulta apropiado
que la escena se llene de las palabras de Isabel, que desafiando la costumbre y
la tradición, se obliga a sí misma a poner al niño el nombre de Juan: «Ocho
días después vinieron a circuncidar al niño y querían llamarle por el nombre de
su padre, Zacarías. Pero su madre intervino: “No, se llamará Juan”. Le dijeron: «No hay nadie de tu parentela
que se llame así». Entonces le preguntaron a su padre con gestos de
asentimiento cómo quería que se llamara. Pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron
asombrados». Y no está claro si se asombraron de la elección del nombre o de la
comunión total que Isabel y Zacarías tenían entre sí. Me gusta pensar lo
segundo, porque es difícil encontrar armonía entre dos personas que están
juntas en un mundo que sólo tiende a oponerse, como los vecinos del evangelio
de hoy. Y creo que esta sintonía es la verdadera causa de la curación de
Zacarías: «Al instante se le abrió la boca y se le soltó la lengua, y habló
bendiciendo a Dios. Todos sus vecinos se llenaron de temor, y por toda la región
montañosa de Judea se hablaba de todas estas cosas. Pero el otro elemento
significativo de este pasaje reside en el hecho de que el nombre de Juan es un
nombre ajeno a la tradición familiar de Zacarías e Isabel. Hay como una
decisión de subrayar la diversidad del
bautista. Isabel y Zacarías muestran amor porque defienden la singularidad, la
originalidad, la diversidad de su hijo. Amar no es conformarse a uno mismo,
sino preservar lo que hay de único, de irrepetible, de diferente en el otro. Es
amar lo que del otro no corresponde. Es permitir que el otro sea plenamente él
mismo, que sea diferente de las expectativas mías y de quienes le rodean.
Dios apela a nuestra disponibilidad, a
nuestra capacidad de jugarnos por aquello que abre caminos a la vida, una vida
plena y digna para cada ser humano. Al finalizar este tiempo de Adviento, tal
vez sea oportuno hacer eco en nuestro corazón de la letra de esa canción de Adviento:
«Señor, a Ti clamamos: envíanos tu
Salvador. Confiados esperamos, tu Luz, tu Vida y tu Amor. Ven, oh Señor! Danos
tu paz; tu pueblo ansioso clama a Ti, socórrenos, no tardes más.»
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