martes, 31 de diciembre de 2024

Reflexión Evangelio: Juan 1, 1-18. (31 de diciembre).

 

      El último día del año es un buen día para recordar el principio. Quizá por eso la liturgia nos hace leer las palabras iniciales del Evangelio de S. Juan, para que se convierta en la clave de comprensión de todo lo que sucedió después. Sin embargo, sería un problema comentar todo su contenido.  Sin embargo, sí podríamos fijar  nuestra atención en un detalle del mismo: la ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Toda vida, para ser vivida, necesita riveras o espacios de descanso relax o recreo. La Ley, de la que habla el Evangelio, nos es tan necesaria como un árbol joven necesita un soporte para crecer hacia arriba. Pero la Ley no basta. Toda vida, para ser verdaderamente digna de ese nombre, necesita no sólo normas, sino sentido. Jesús es quien vino a traernos el sentido. Y es siempre una experiencia de gracia y de verdad. La gracia es la experiencia de la verdad, es sentirse amado, sentirse de alguien, sentirse único. La verdad es la experiencia de la gracia que se convierte en dirección, orientación, sentido, camino. Deberíamos preguntarnos cuánta gracia y verdad ha habido en nuestras vidas este último año. Cuánta gracia y verdad hemos desperdiciado porque hemos vivido sin método. Y cuánta gracia y verdad nos han salvado la vida. Este es nuestro examen de conciencia que siempre debe terminar con un «gracias». Porque el mayor regalo es sentir gratitud por las cosas buenas, pero también por lo que hemos aprendido de las malas. La gratitud es el esplendor de la Palabra que ha vencido las tinieblas del mundo, y de nuestro corazón. El diablo teme la gratitud, siempre querría que viviéramos con culpa y arrepentimiento. No le demos el gusto. Vivamos tal como  S. Juan nos presenta en  su evangelio, el movimiento de un fluir de Dios hacia nosotros: el trayecto de vida es de arriba hacia abajo, de lo divino a lo humano y de las tinieblas a la luz. Con este obrar incesante, Dios nos busca. Con este llegar hasta nosotros, quiere elevarnos. Con esta presencia del Hijo en nuestro mundo, quiere que todos redescubramos nuestra condición de hijos e hijas muy amados.
Jesús es el Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo para hacernos conocer al Padre. De este modo, este tiempo de Navidad es una oportunidad para dejarnos envolver por el Misterio de Dios; porque Él, siendo grande se hizo pequeño, rompiendo con nuestras pretensiones; porque Él, que siendo rico se hizo pobre, nos invita a ser agradecidos y a moderar nuestros deseos; porque Él, que siendo Dios se hizo hombre, ha proclamado la cercanía y la proximidad como características propias de la naturaleza divina… así ha decidido confiar y creer en nosotros, no por nuestros méritos sino por pura iniciativa suya. Esto los lleva a disfrutar descansando en la rivera de su presencia amorosa en el mundo en cada uno de nosotros. Hoy podríamos preguntarnos con sinceridad ¿qué está originando en mi esta “Dios-con-nosotros”?.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario