El último
día del año es un buen día para recordar el principio. Quizá por eso la
liturgia nos hace leer las palabras iniciales del Evangelio de S. Juan, para
que se convierta en la clave de comprensión de todo lo que sucedió después. Sin
embargo, sería un problema comentar todo su contenido. Sin embargo, sí podríamos fijar nuestra atención en un detalle del mismo: la
ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo. Toda vida, para ser vivida, necesita riveras o espacios de descanso
relax o recreo. La Ley, de la que habla el Evangelio, nos es tan necesaria como
un árbol joven necesita un soporte para crecer hacia arriba. Pero la Ley no
basta. Toda vida, para ser verdaderamente digna de ese nombre, necesita no sólo
normas, sino sentido. Jesús es quien vino a traernos el sentido. Y es siempre
una experiencia de gracia y de verdad. La gracia es la experiencia de la
verdad, es sentirse amado, sentirse de alguien, sentirse único. La verdad es la
experiencia de la gracia que se convierte en dirección, orientación, sentido,
camino. Deberíamos preguntarnos cuánta gracia y verdad ha habido en nuestras
vidas este último año. Cuánta gracia y verdad hemos desperdiciado porque hemos
vivido sin método. Y cuánta gracia y verdad nos han salvado la vida. Este es
nuestro examen de conciencia que siempre debe terminar con un «gracias». Porque
el mayor regalo es sentir gratitud por las cosas buenas, pero también por lo
que hemos aprendido de las malas. La gratitud es el esplendor de la Palabra que
ha vencido las tinieblas del mundo, y de nuestro corazón. El diablo teme la
gratitud, siempre querría que viviéramos con culpa y arrepentimiento. No le
demos el gusto. Vivamos tal como S. Juan
nos presenta en su evangelio, el
movimiento de un fluir de Dios hacia nosotros: el trayecto de vida es de arriba
hacia abajo, de lo divino a lo humano y de las tinieblas a la luz. Con este
obrar incesante, Dios nos busca. Con este llegar hasta nosotros, quiere elevarnos.
Con esta presencia del Hijo en nuestro mundo, quiere que todos redescubramos
nuestra condición de hijos e hijas muy amados.
Jesús es el Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo
para hacernos conocer al Padre. De este modo, este tiempo de Navidad es una
oportunidad para dejarnos envolver por el Misterio de Dios; porque Él, siendo
grande se hizo pequeño, rompiendo con nuestras pretensiones; porque Él, que
siendo rico se hizo pobre, nos invita a ser agradecidos y a moderar nuestros
deseos; porque Él, que siendo Dios se hizo hombre, ha proclamado la cercanía y
la proximidad como características propias de la naturaleza divina… así ha
decidido confiar y creer en nosotros, no por nuestros méritos sino por pura
iniciativa suya. Esto los lleva a disfrutar descansando en la rivera de su
presencia amorosa en el mundo en cada uno de nosotros. Hoy podríamos preguntarnos
con sinceridad ¿qué está originando en mi esta “Dios-con-nosotros”?.
martes, 31 de diciembre de 2024
Reflexión Evangelio: Juan 1, 1-18. (31 de diciembre).
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