San Esteban fue el primer mártir del cristianismo. Murió lleno del Espíritu Santo, rezando por los que le apedreaban. «Ayer, Cristo fue envuelto en pañales por nosotros; hoy, cubre Él a Esteban con vestidura de inmortalidad. Ayer, la estrechez de un pesebre sostuvo a Cristo niño; hoy, la inmensidad del cielo ha recibido a Esteban triunfante. El Señor descendió para elevar a muchos; se humilló nuestro Rey, para exaltar a sus soldados».
La historia del primer mártir Esteban parece
desentonar con el ambiente alegre de la Navidad. En cambio, pensándolo bien, su
historia está absolutamente en consonancia con la Navidad, porque la hermosura
de algo se mide por lo que uno está dispuesto a perder por ese algo. Y saber
que Esteban estuvo dispuesto a morir por amor a Cristo nos recuerda a cada uno
de nosotros que ayer no nació un niño cualquiera, ni simplemente un niño
prodigio, sino un niño por el que un día legiones de personas preferirán dar su
vida para no negarle, para no faltar a la buena nueva de amor que vino a
proclamar. No es fanatismo, es la exigencia extrema del amor. Es la misma
lógica de una madre: nunca cambiaría a su hijo para salvar su vida. El
sacrificio de esa madre no es fanatismo, es una exigencia de amor. Los mártires
son ante todo personas profundamente enamoradas de la vida, pero ante la
disyuntiva de tener que elegir por qué razón vivir prefieren no negar esa razón
hasta el punto de morir, porque ya no tendría sentido vivir negando la razón
por la que la vida es digna de ese nombre. Siempre se trata de elegir entre lo
que merece la pena y lo que no. Es el criterio último por el que deberíamos vivir
cada día: deberíamos preguntarnos siempre si las cosas que vivimos merecen la
pena o no. Siempre debemos preguntarnos si estamos eligiendo o simplemente
dejándonos llevar por los acontecimientos. Pero lo cierto es que, por muy
dramática que sea la historia del martirio, el Evangelio nos tranquiliza al
menos en una cosa: «Cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué
diréis, porque en esa hora se os dará lo que tenéis que decir: porque no sois
vosotros los que habláis, sino que es el Espíritu de vuestro Padre el que habla
en vosotros». Los más grandes mártires murieron con estas palabras subversivas:
«Yo os perdono». Son las mismas palabras que Jesús dirigió en la cruz a sus
verdugos. Son las mismas palabras que Esteban dirigió a sus verdugos.
El Ejemplo
de San Esteban nos hace entender que todo cristiano ha recibido la apasionante
misión de difundir el anuncio de Jesucristo con sus palabras y sobre todo con su
vida, mostrando la alegría del evangelio aún en el martirio si surge de este
testimonio cono de tantos otros puede tomar la fuerza para su propia misión.
Excelente. Gracias por su enseñanzas.
ResponderEliminar