"Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo"
La
página de la Anunciación sigue siendo una obra maestra que uno nunca deja de
admirar. Aunque se conozcan todos los detalles de la historia, la belleza que
desprende nunca deja que uno se acostumbre a ella. Creo que María es la fuente
de esta luz. En ella, en efecto, la palabra de Dios no encuentra un obstáculo,
sino un espejo, una forma totalmente original de reflejarse, de propagarse, de
expandirse. Y todo esto sucede con todo lo que hay de más humano en nosotros:
el miedo, las preguntas, la incertidumbre. «Ella
se turbó ante estas palabras, y se preguntó qué significaba semejante saludo».
Pero el punto de inflexión de su historia no es no tener miedo ni preguntas,
sino ser capaz de confiar en Dios a pesar del miedo y las preguntas. «No temas, María, porque has hallado gracia
en Dios», le dice el ángel, pero tener miedo y que te digan que no tienes
que tener miedo no te hace superar el miedo, sólo te hace sentir incomprendida.
Creo que por eso María expresará toda su alegría ante Isabel y no ante Gabriel,
porque con su prima se sentirá lo suficientemente comprendida como para dar por
fin con la clave correcta de lo que le ha sucedido. Pero hoy el Evangelio nos
dice sólo el inmenso Aquí estoy: «María dijo: He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Es la entrega plena de su humanidad a eso
misterioso que Dios está a punto de realizar. Estas palabras de María son como
la prefiguración del Padre Nuestro. Su «aquí
estoy» es en realidad un «hágase tu
voluntad», pero no con la ceguera de quien realiza, sino con la confianza
de quien sabe que verá y comprenderá con el tiempo. Creo que por eso Dios no se
contenta con María como una sierva cualquiera, sino que la convierte en madre.
Y no una madre cualquiera, sino la Madre de Dios. Cada vez que decimos sí a
Dios, algo cambia en nosotros, pero siempre para mejor. Es lo mejor de quienes
se reconocen como arcilla en manos de un alfarero y esperan de él su forma, su
finalidad.
Lmjp
Excelente
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