sábado, 26 de marzo de 2016

"RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA" ¡ALELUYA!



          Ha llegado la Pascua, Cristo ha resucitado y todos los creyentes nos sentimos felices. Quizá porque ha acabado la Cuaresma y ya podemos dejar los ejercicios ascéticos (si los hemos practicado) empezando por el ayuno, y para eso nada mejor que empezar por una buena comida. Psicológicamente está comprobado que cuánto más una persona se ha esforzado en la ascesis cuaresmal, cuando acaba la Cuaresma, esta tensión explota y muchas veces se da el fenómeno contrario y se piensa en liberarse de tanto sacrificio buscando el placer con más denuedo que antes de empezar el período Cuaresmal.

La Cuaresma nos pide una purificación del corazón, una conversión profunda, y esto no es algo que dure 40 días. La conversión es una actitud que debe acompañarnos cada día de nuestra existencia ya que es un crecer en el amor. Si Dios es Amor, si Su Amor es infinito, entonces este crecimiento no puede acabar nunca sino que llegará a plenitud cuando resucitemos con Cristo.

Así es, la conversión no es algo triste y penoso, es algo maravilloso pues nos ayuda con la gracia de Dios a vivir más íntimamente en unión con Él. A vivir en lo más profundo de Su compasivo y misericordioso Corazón recibiendo sin cesar ríos de bendiciones. Podríamos decir sin miedo a equivocarnos, que Dios es también alegría, Felicidad, Dicha, Gozo…, por tanto, cuánto más nos identifiquemos con Cristo, cuánto más seamos morada de la Trinidad, cuánto más amemos con el mismo amor de Cristo (sólo posible si vivimos de, en y por Su Amor)  más felices seremos sin duda alguna.

La Resurrección de Jesús inaugura la nuestra, y debemos empezar ya a vivir una vida nueva. Jesús resucita por nosotros, porque nos ama, nos ha librado de nuestros pecados, nos ha salvado, redimido y nos abre las puertas del Cielo para poder gozar eternamente de Dios en una felicidad infinita. Él vive con nosotros, no nos ha dejado ni abandonado, sigue caminando junto a nosotros para ayudarnos a alcanzar la patria verdadera a la cual nos encaminamos. Cristo en la Eucaristía nos espera para inundarnos de Él mismo y vivir ya una vida resucitada que nos alcance la vida feliz y sin fin en el Cielo.

sábado, 5 de marzo de 2016

HIJOS PRODIGOS Y PADRE MISERICORDIOSO


“El padre” Simboliza a Dios Padre y refleja su misericordia y su amor gratuito hacia cada uno de nosotros, que con más o menos conciencia de esta realidad, somos pecadores que deseamos no serlo, por lo que, en algunos momentos de nuestra vida, al menos, pedimos perdón a Dios de una u otra forma.
Esta parábola también refleja mi historia, tu historia, la historia de cada uno. Es la historia de nuestra rebeldía, por no aceptar a Dios como Padre y Señor. Tantas veces, elegimos no quedarnos en la casa paterna, y preferimos vivir peregrinos en el pecado o al menos en una vida de relación con el Padre muy mediocre e interesada, como era el caso del hijo mayor. Mas nuestra lejanía de la casa paternas tiene consecuencias dolorosas que se van intensificando con el tiempo y eso nos hace recordar los beneficios de estar junto al Padre. Entonces decidimos volver con plena conciencia de que el amor Paterno no nos ha abandonado.  
El Padre deja marchar al hijo porque respeta su libertad. El adulto es consciente de lo que quiere, hace y cuáles son sus prioridades. Tantas veces a lo largo de nuestra vida, preferimos conscientemente disfrutar de la hacienda que como hijos nos corresponde más que del amor que El Padre nos está ofreciendo continuamente, que no tenemos ningún reparo en decirle: tengo cosas mías y no quiero que interfieras en ellas, no me controles en nada; ya decidí independizarme de Ti. Malgastamos la herencia recibida y nos quedamos sin posibilidades de supervivencia, en nuestro caso, espiritual. Un día, la memoria de la ternura paterna que habíamos despreciado se despierta, y decidimos regresar a casa, mostrándonos humildes para ser admitidos.
            El Padre que no deja de esperar nunca el regreso del hijo que se ha alejado, sale a nuestro encuentro habiendo perdonado, antes de que hayamos expresado con palabras nuestro arrepentimiento. El cariño, la compasión y el amor son atributos de la naturaleza de Dios. 
Igual que con el hijo pródigo del Evangelio, Dios no reniega de nosotros, no nos reprocha nada cuando volvemos, no nos reprueba por haber malgastado la hacienda -tantos valores, tanta gracia santificante, tanto amor derrochado con nosotros y en nosotros-. Todo está olvidado cuando queremos seguir con él, caminar en su presencia amorosa. Basta con que queramos aprovechar su ese amor de Padre Todocariñoso, disfrutando de su interminable abrazo de bienvenida. Porque este abrazo remedia el corazón del hijo herido que soy yo y eres tú y cada uno de nosotros. Es por este amor, por el que queremos reconciliamos con Él para siempre.
Y para terminar, el padre no solo se alegra del regreso de su hijo, sino que quiere que toda su casa comparta esta alegría. Festeja junto con todos, el regreso de su hijo pródigo. Así es el comportamiento de Dios con nosotros. Entonces no podemos dudar ya, que el arrepentimiento otorga una vida total, porque “Dios es la vida del hombre”, es decir, el pecado es muerte, y la “vida verdadera” es retorno desde aquella perdición.
El Padre celestial nos espera y se alegra con nuestro regreso para llevarnos de la oscuridad hacia la luz, de la muerte a la vida. Es por eso que nuestra “vida verdadera” depende de nuestro regreso a Él. Regreso que se da día a día y momento a momento, en ese continuo deseo de retorno a Dios.
Entonces, entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de Jesús resucitado.

Entonces, entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de Jesús resucitado.

H.MJP

sábado, 20 de febrero de 2016

SU ROSTRO RESPLANDECÍA COMO EL SOL


Lo que la Iglesia celebra en la fiesta de la Transfiguración es la revelación de Jesús como Hijo de Dios.  Los apóstoles se dieron cuenta de que en Cristo “habita toda la plenitud de la Divinidad”. En él se  muestra la meta hacia la cual avanzamos por la fe. Jesús se les muestra transfigurado antes de la Crucifixión, a fin de que ellos sepan quién es el que sufrirá por ellos, y qué es lo que Él, que es Dios, ha preparado para aquellos que le aman. Es decir, Jesús se manifiesta ante sus discípulos como lo que Él es, como Hijo de Dios. Pero también indica lo que somos nosotros para Él  y a lo que estamos llamados.

            Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, no está viendo simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Ve el estado en el que nosotros viviremos por la eternidad.

            Es un misterio el que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Él mismo se convierte en la garantía, y da certeza de que, nuestra persona humana, nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no desaparece, no se acaba. 

            Está muy dentro del corazón del corazón humano el anhelo de felicidad, y de plenitud. Buscamos y hacemos muchas cosas para encontrarla y conseguirla, pero nunca la encontraremos si no es en Cristo, porque la felicidad esta unida a Él. Por eso la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad.
 
            Este pasaje del Evangelio nos está diciendo que la felicidad es tener a Cristo en el en y con nosotros como el único que llena el alma, como el único que da sentido a todas las obscuridades y sufrimientos, y eso es lo que hace exclamar a   Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Porque tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad  nos introduce en el reino de Dios cuya ley es el amor, fuente de alegría y de paz.

Ojala que contemplando a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta verdaderamente de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra auténtica felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión, de la comunión con Él y con los hermanos. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios en cada uno y en todos, en toda nuestra vida. Una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él.
H.MJP

  


sábado, 13 de febrero de 2016

Reflexión cuaresmal: No solo de pan vive el hombre

No sólo de pan vive el hombre, si no de toda
palabra que sale de la boca de Dios,



"NADIE QUE CREE EN ÉL QUEDARÁ DEFRAUDADO" (Rm 10,8-13)

El Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma con una enérgica llamada por parte de la Iglesia a la preparación de la Pascua que se avecina y a la definitiva en el Cielo. En esta espera que es nuestra vida terrena, seremos conducidos como Jesús al desierto. El Tentador aprovechará nuestra hambre de éxito y bienestar para sus engañosas ofertas. Como Jesús debemos responder que no sólo de eso vive el hombre.

Hay en nosotros impulsos malos que el Diablo aprovecha para excitarlos: la comodidad, la sensualidad, la ambición, la envidia, que desata la lengua y vierte en los demás el veneno de la crítica, la agresividad y el deseo inmoderado de imponernos a los demás... Todo un elenco de malicia que dañan a quienes nos rodean y también a nosotros mismos.

Mas todos estos sentimientos malos no debemos permitir que nos desorienten ni desanimen, sino que debemos, con la ayuda de Dios, luchar por combatirlos no consintiéndolos. Es más, las tentaciones desempeñan un importante papel en la madurez que se nos está llamado a alcanzar. "Nuestra vida, dice S. Agustín, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado" y la Carta de Santiago en 1,12, también afirma: "Dichoso el varón que soporta la tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió"

En uno de sus Sermones, el Santo Cura De Ars decía: "Si preguntáis a ese parroquiano de la taberna si el demonio le tienta, os responderá que no, que nada le inquieta. Interrogad a esa joven vanidosa cuáles son sus luchas, y os contestará riendo que no sostiene ninguna, ignorando totalmente en qué consiste ser tentado. La tentación más dañina es no ser conscientes de que somos tentados. Esa es la mayor victoria del demonio sobre nosotros, mantener nuestra conciencia cerrada a nuestra capacidad de pecado y al pecado mismo.

Pidamos  con insistencia al Señor que mantenga nuestros ojos abiertos a la luz se su amor misericordioso, sólo así seremos capaces de vernos tal como somos y estar atentos a las “insidias del enemigo que como león rugiente ronda buscando a quién devorar, para que resistamos firmes en la fe”.

sábado, 30 de enero de 2016

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Estas palabras que san Lucas pone en labios de Jesús rezuman tristeza y  desánimo. El Hijo de Dios que se había hecho hombre para llevar a los hombres a la amistad con Dios, ha de enfrentarse con la indiferencia y la oposición de aquellos mismos a los que quería salvar. Pero esta actitud negativa de sus contemporáneos no lo arredra, antes bien le estimula a mantenerse fiel a la misión que el Padre le ha encomendado y lo hará hasta que, el viernes santo desde la cruz, podrá decir: “Todo está cumplido”.

            La primera lectura habla hoy del profeta Jeremías. Hombre pacífico y sensible, fue escogido por Dios para invitar a su pueblo a la conversión, en uno de los períodos más dramáticos de la historia de Israel, y la misión de transmitir la Palabra de Dios que se le había encomendado cuestionó las ilusiones y seguridades de su tiempo. Dios había prometido a Jeremías su ayuda, pero el profeta vivió angustiado y dolorido tanto por el contenido de su predicación como por la dureza de corazón del pueblo a quien iban dirigidos los mensajes. Sin embargo, sus luchas interiores y sus desánimos no pudieron quebrantar su fidelidad a Dios ni inducirlo a retirarse de la brecha. La figura de Jeremías anuncia los rasgos característicos del Siervo de Dios, fiel hasta la muerte, que encontrará su realización plena en Jesús, el Profeta por excelencia.

            Ni Jeremías ni Jesús cayeron en la tentación en la que han caído infinidad de profetas a lo largo de la historia: la de substituir el mensaje recibido de Dios por un propio mensaje, atenuando las exigencias de la Palabra de Dios, para evitar el rechazo, y ser escuchado por un público más numeroso. En distintas ocasiones el evangelio muestra como Jesús no cede nunca ante la tentación de un mesianismo fácil, orientado a evitar roturas, o buscar componendas. “Haz también aquí, en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”, le decían a Jesús sus conciudadanos. Jesús, a menudo, para confirmar sus palabras y  fortalecer la fe de quienes le escuchaban, hacía signos y milagros. Pero su misión no maravillar sino invitar a la fe. Sus conciudadanos de Nazaret le piden milagros pero al mismo tiempo no demuestran una disposición a creer. Pero Jesús no cede, no se deja instrumentalizar. Y esta actitud de firmeza y fidelidad debería hacernos reflexionar seriamente y revisar nuestra actitud ante el mensaje del evangelio, para constatar cómo respondemos.

            Tal como ha afirmado el Concilio Vaticano II, todo cristiano, en virtud del bautismo y de la confirmación que lo han configurado con Jesús, está llamado a ser profeta, para anunciar el evangelio, para denunciar el mal y la injusticia, el egoísmo y el odio, la envidia y el afán desordenado de poder y de bienes materiales. Pero esta actitud no se puede ejercer sin más: reclama una experiencia de Dios que es fruto de una actitud de escucha de la Palabra y de fidelidad en la plegaria, en el cumplimiento de la voluntad de Dios en cada momento de la vida. La llamada a ser profeta requiere una respuesta de parte nuestra, una disponibilidad cargada de exigencias.


            En la segunda lectura recuerda una página de la primera carta de san Pablo a los Corintios, conocida como el himno de la caridad. La caridad, tal como la describe el Apóstol, es en el fondo la actitud fundamental que el cristiano ha de vivir y mostrar si quiere ser verdaderamente profeta, si quiere hacer llegar a sus hermanos el mensaje de salvación que Dios nos ha manifestado a través de su Hijo hecho hombre. Ya podría tener el don de profecía, decía Pablo, y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor no soy nada. Los hombres de hoy están cansados de palabras: quieren hechos y la experiencia de un amor vivido hasta el fin es el mejor argumento para hacer comprender un mensaje. Vivamos pues en el amor y cuanto intentemos decir con nuestros labios podrá ser acogido con benevolencia por quienes nos escuchan.


viernes, 22 de enero de 2016

LITURGIA: Tiempo Ordinario


 En la liturgia, el  Tiempo Ordinario desarrolla el  misterio pascual de un modo progresivo y profundo y podríamos decir, que con mayor naturalidad aún que otros tiempos litúrgicos, cuyo contenido está a veces mucho más polarizado por una temática muy concreta. Para la mistagogia de los bautizados que al menos cada domingo  celebramos la Eucaristía, el Tiempo Ordinario, significa un programa continuado de penetración en el misterio de salvación, siguiendo la existencia humana de Jesús a través de los evangelios, contenido principal y esencial de la celebración litúrgica de la iglesia.

            El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que debemos vivir gozosamente en cada momento del día, ya que es un Tiempo Litúrgico para contemplar a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, lo vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, lo vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre y brindarse a los hombres.

            Así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Pero esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante las 33 semanas (aunque esté dividido en dos partes por otros tiempos litúrgicos) dedicadas a este Tiempo Ordinario.  

            Crecer… el que no crece, se estanca, enferma y hasta puede morir. Debemos crecer en nuestro vivir diario: en la vida espiritual, en la vida profesional, en la santificación  de nuestra tareas diarias: -cada cual tenemos las nuestras- mas, también y podemos afirmar, que sobre todas estas cosas, crecer en nuestra relación con los demás. Debemos crecer aún a pesar de nuestros sufrimientos y dificultades, éxitos, fracasos. Incluso vivir el sufrimiento, como una gracia de Dios muy especial, porque nos ofrece la ocasión de ejercitarnos en las virtudes. Con ello, el Tiempo Ordinario se convierte como en un gimnasio espiritual auténtico, para crecer en la identificación con Jesucristo en el acto supremo del Amor al hombre. Es decir, nos ayuda muy eficazmente a encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, nos ejercita en las virtudes cristianas y nos hace crecer en santidad, que es la santidad de Dios hecha vida en nosotros. Es así como todo en nosotros se convierte en tiempo de gracia de Dios, en tiempo de salvación y santificación.

De este modo, todo es gracia para quien está atento al querer de Dios y lo vive con fe y amor, haciéndose realidad lo que rezamos en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.

            Rogamos al Espíritu Santo que nos enseñe a  aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, y que no nos deje decaer nunca en la desesperanza, sino que nos haga crecer en el deseo continuo de vivir intensamente ese tiempo de gracia y salvación. No hay duda que así  también es como encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día, viviremos las virtudes teologales en cada momento sin demasiado esfuerzo casi con naturalidad. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios está pasando por nuestro camino, lo recorre con nosotros y lo va santificando todo.


Pues como vamos viendo, el Tiempo Ordinario litúrgico nos enseña y posibilita Mirar a Cristo Apóstol que desde temprano ora a su Padre, y durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que lo consuela y lo llena de su infinito amor, de ese amor que nos comunicará a raudales.

            Cristo Jesús, en este Tiempo Ordinario, déjanos acompañarte para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Queremos caminar contigo siempre, queremos ser santos para contigo santificar y elevar  nuestro mundo.

                                                                                                                        H. MJP

viernes, 15 de enero de 2016

Jesús y María en las bodas de Caná


Los  efectos de la presencia de Jesús María su Madre, en el corazón de los acontecimientos humanos, en el caso concreto de las bodas de Caná de Galilea, suelen ser bien visibles para el que esté dispuesto a aceptar esa,  realidad.

Jesús y María, aunque sea con intensidad diferente, hacen presente la acción de Dios en todo lugar que se encuentren y donde está Dios, hay amor actuante, porque Dios es amor y el amor nunca es extático. Allí, donde hay amor, hay gracia y milagro.  Hay milagro, porque la acción de Dios en el hombre es un milagro. Dios es el bien, la verdad, la belleza, la abundancia. Así como cuando el sol despliega sus rayos en el horizonte, la tierra se ilumina, recibe calor y da su fruto. Cuando dejamos los rayos del amor de Dios se acerquen nos iluminen y den su calor, el bien, la paz, la belleza, la felicidad crecen en los corazones y los van transformando en vida de Dios en nosotros.

La mediación que Dios ha escogido para hacerse presente entre los hombres y comunicarse en la intimidad y profundidad con ellos, es Jesucristo. La obra de Dios llega al corazón del mundo por su Humanidad y, secundariamente, por la presencia de María. Poco o casi nada, sabían los novios de Caná a quién habían invitado a su boda. La invitación a la boda respondía a un vínculo de parentesco o amistad. Sin embargo, Jesús y María aceptaron la invitación porque era la forma de estar cerca y actuar amorosamente y en aquél momento, en aquella familia y aquellos invitados.  Ahora sigue aceptando con amor nuestras invitaciones a participar en los acontecimientos más importantes de nuestra vida, pero también en todo momento, porque quiere estar a nuestro lado para poder salir en nuestra ayuda en todas nuestras necesidades, también en las humanas. Entendamos que desear y pedir que Jesús y maría estén presentes en cada momento de nuestra vida, es darles oportunidad de que sus rayos de luz y amor, vayan transformándonos en tierra fecunda que da frutos de amor abundantes.


                Acerquémonos de este modo, también nosotros a la humanidad de Jesús, donde siempre está presente maría, tratando de conocer y amar más y de manera progresiva, su trayectoria humana, escuchando su palabra, creciendo en fe y confianza, hasta ver en Él el rostro del Padre.

viernes, 4 de diciembre de 2015

PREPAREMOS LOS CAMINOS DEL SEÑOR


«Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo
escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»

Juan Bautista nos exhorta que nos  preparemos para encontrarnos con Dios. Nuestra vida tiene que reflejar en todo momento que somos cada uno de nosotros, los hombres y mujeres, la comunidad de los creyentes, los que nos ponemos en camino. Sin embargo, es preciso recordar que si nos podemos encontrar con Dios es, en primer lugar, porque Él sale a nuestro encuentro. Él tiene la iniciativa en la relación con el hombre, nosotros la respuesta.

En este encuentro, Dios nos pone todas las facilidades y nos hace propicio el camino: "Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia". Israel ahora somos cada uno de nosotros, es la comunidad eclesial a la que pertenecemos es la Iglesia entera.

En la relación entre Dios y las personas, en este encuentro que preparamos en el tiempo del adviento, la iniciativa es de Dios. El camino que lleva a Dios no lo hemos construido nosotros, es Dios quien lo ha trazado en la vida y obra de su Hijo Jesucristo.

            Este encuentro con Dios, de da porque primero Dios del hombre y la respuesta del hombre se da hoy y aquí con cada uno de nosotros. Entonces, en Belem, fue una presencia real, y hoy es un encuentro real, con las connotaciones históricas y culturales propias de nuestra época. Pero para que el encuentro se pueda realizarse, el hoy hombre también tiene que andar su parte de camino.

"Preparad el camino al Señor". El camino, se prepara con frutos de justicia: "así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia..." No podemos olvidar que el mejor modo de estar dispuestos a recibir a Cristo en nuestra vida es una vida repleta de frutos que se corresponden con la voluntad de Dios. La justicia divina es lo que se ajusta a la voluntad de Dios. Lo que se ajusta a la voluntad de Dios es el amor. Amor a Dios mismo, como correspondencia, amor a los hermanos y a todo lo creado y redimido por Él.

Para que todo eso pueda darse, debe haber un cambio de mentalidad y proceder en nosotros, eso significa que tenemos que ir disponiéndoos una identificación creciente con Jesús,  para parecernos más a él cada día en todo.

Juan, el bautista habla de un bautismo de conversión. Y es que ese cambio es precisamente un camino de conversión. Nuestro bautismo es una continua llamada a convertirnos a un cambio de actitudes, es una invitación a vivir cada momento de nuestra vida en común-unión con Dios.  Y así se hace plena realidad la buena noticia, porque es  “real” que Dios está cerca de nosotros, con nosotros, en nosotros. El está viniendo en cada persona y acontecimiento, está llamando a la puerta de nuestro corazón con su mano divina, invitándonos a caminar juntos, a mirar juntos hacia el mismo horizonte.

Pero como hemos dicho, la conversión solo se dará si estamos dispuestos a salir de nuestro aislamiento, a dejar esa soledad egoísta en la que a menudo nos escondemos para que no nos moleste nadie, y abrir nuestro corazón a este Dios que llega. No podemos dejar que los valores de este mundo se metan en nuestro modo de pensar y actuar, valores que, si no estamos vigilantes entran muy sutilmente en nuestros sentidos nos incapacitan para encontrarnos con Jesús. Estos valores del mundo son  entre otros: el tener, el poder, la fama, el relativismo, consumismo, el hedonismo etc. La sociedad de hoy en general es lo que vive. Frente a ellos hay que poner los valores del amor, el servicio y la humildad.
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Es preciso manifestar con toda nuestra vida que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que hay otros valores más importantes por los que merece la pena luchar.

Dios está continuamente en camino hacia el hombre, hacia ti, concretamente, allanando tu camino, llamándote por medio de los profetas. Si quieres caminar hacia su encuentro tienes que hacerlo con frutos de justicia y con la conversión del corazón, superando los obstáculos de los valores del mundo.

Que el Señor nos ayude a dejar nuestro aislamiento y a salir a su encuentro, para que unidos a nuestros hermanos acojamos felices su venida. Caminemos unidos. Salgamos juntos al encuentro de Dios que se hace niño para compartirse, darse, entregarse y regalarnos la salvación.

sábado, 28 de noviembre de 2015

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2015



El Adviento se caracteriza por ser un tiempo de esperanza. La espera del nacimiento de aquel que será luz y gloria de las naciones, también de la nuestra, que lo necesita con urgencia. El Adviento es, pues, una invitación a esperar con alegría el nacimiento de Jesús, y además es también una llamada a vivir con ilusión la fe en Él.

            El tiempo de la espera es tiempo necesario e importante. Es en la espera donde tenemos la posibilidad de ser y hacer lo que realmente elegimos personalmente. Es en “la espera del Señor” donde vamos demostrando que vivimos en su presencia. Se prepara la venida del Señor viviendo en su presencia, mientras esperamos que venga.

            En este primer domingo de Adviento estamos invitados a hacernos la pregunta por qué y por quién  viene Señor. El creyente es un esperador de Dios; el creyente vive en la esperanza de Dios. El Señor viene, en el Señor espero, en el Señor he puesto mi esperanza. Son frases que resumen la convicción profunda del creyente. La esperanza hace vivir al creyente de manera diferente a todos los demás hombres. Mientras los demás tiemblan, él permanece en pie.

                 El peligro del creyente y de todo hombre reside en que se nos embote la cabeza con otras esperanzas menores, a las que les damos el rango de mayores. Todo lo que nos aparta de vivir en presencia del Señor se convierte en posibilidad de embotamiento de nuestro corazón. El creyente vive el mismo mundo, los mismos acontecimientos que los demás, pero los vive con otra perspectiva: los vive en esperanza por que apuesta firmemente por algo que no falla: la venida del Señor. El Señor, a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos, vendrá. Esta es la convicción que vence todo temor y toda angustia.

                La vida en esperanza es la que crea esperanza y abre a otros a la esperanza. Creer en la esperanza y crear  situaciones de esperanza, es dar razones para que otros confíen y esperen. Lucas apunta una manera de vivir la esperanza y en esperanza: la vigilancia y la oración. La desesperanza se apodera de nosotros cuando no somos capaces de ver de cerca al Señor o cuando lo perdemos de vista o cuando no nos relacionamos  con él y vivimos como si no estuviera presente, por eso no es una espera de brazos cruzados, sino activa.

 Hay que velar, estar  Despiertos y atentos para descubrir a Dios cerca de nosotros. Despiertos y atentos para verle en nuestros hermanos que sufren y en los más necesitados. Solo así podremos experimentar que Él nos fortalece, nos colma y nos hace rebosar de amor internamente. No hay otra manera de vivir la fe, de reconocer a Dios en nuestra vida, que a través del amor. La fe nos mueve a la esperanza y también a la caridad. Y al mismo tiempo, la esperanza y la caridad fortalecerán nuestra fe.

En este tiempo de Adviento estamos llamados a permanecer vigilantes y activos frente a tantas necesidades que hay a nuestro alrededor. El nacimiento de Jesús fue motivo de alegría para los más pobres, los pastores, que pasaban la noche al raso. También lo ha de ser para los pobres de hoy, para los necesitados, para nuestros vecinos, para los que se han quedado sin trabajo, para los que buscan refugio porque se ven obligados a huir de su país, para aquellos que sufren las consecuencias de las guerras y de cualquier clase de violencia. Para que no pierdan la esperanza, para que no la perdamos nosotros tampoco.  El Señor nos invita a mirar la vida con la cabeza alta. Él viene a nuestro encuentro. "Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación". Es todo un Dios que se hace niño, el que se hace pobre, el que emigra y busca refugio en otro, es decir, se hace extranjero, se hace cercano, humilde, pequeño… para hacernos a nosotros grandes.

Queramos, al menos desear vivir el Adviento con fe, con esperanza y con amor. Tenemos por delante cuatro semanas para ir con atención al encuentro de Dios, para no perdernos su venida. Cuatro semanas de estar despiertos, con la cabeza alta, esperando nuestra liberación.


MARANATHA -VEN SEÑOR JESÚS-

sábado, 21 de noviembre de 2015

VEN A REINAR EN NUESTRAS VIDAS SEÑOR

     
"MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO"
         Último domingo del año litúrgico. Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos a Cristo como el Rey del universo. Es decir, celebramos la pertenencia de todo y de todos a Dios. Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.
Celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones, deseándolo con intensidad, Este deseo es decirle que sí,  es abrirle la puerta de nuestra vida, de nuestro corazón para que reine y en él. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos,  en nuestros hogares, comunidades, empresas y ambiente en general.
          Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo: “es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”; “es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”; “es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
         En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será grande. Aunque ese crecimiento no sea visible y nadie sepa cómo ni cuándo, será eficaz.
      La Iglesia tiene el encargo de orar y predicar para extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su oración, predicación y extensión, debe ser el centro de nuestro afán y vida como miembros de la Iglesia. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
        Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
       Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
      El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
        Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de cada uno en su medio. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
        Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas, ellas nos sirven de estímulo y ejemplo. 






sábado, 5 de septiembre de 2015

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


         “Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará”. Para nosotros, cristianos, la Biblia, la Sagrada Escritura, es un libro que contiene una enorme colección de mensajes que Dios ha ido enviando sin cesar a su pueblo para infundirle esperanza, para ayudarle a superar los momentos difíciles que la vida depara de vez en cuando. El texto que hemos escuchado hoy como primera lectura  intentaba levantar el ánimo del pueblo en un momento especialmente difícil, y el profeta, para hacer entender la voluntad salvadora de Dios, no dudó en describir que esta acción anunciada llegaría hasta el extremo de despegar los ojos del ciego, de abrir los oídos del sordo, que haría saltar como un ciervo al cojo, y cantar la lengua del mudo. Es desde la perspectiva de este mensaje de esperanza, siempre actual y válido, de que el amor de Dios siempre está bien dispuesto en favor de la humanidad, que hoy hemos de leer e interpretar el relato que Marcos propone de la curación del sordomudo.

El evangelio ha recordado que, durante sus correrías por tierras palestinas, presentaron a Jesús a un hombre sordo, que apenas podía hablar, para que le impusiera las manos, es decir para que invocara sobre él la bendición de Dios. Es importante entender que Jesús no ha venido al mundo para ser el curandero de turno que resuelve todos los problemas que afligen a las personas que se cruzan en su camino y, que cuando el evangelista recuerda a aquel sordomudo concreto, de hecho está evocando a tantos millones de personas que han vivido, viven y vivirán sordos a la palabra de Dios, que son incapaces de relacionarse con los hermanos, que viven encerrados en sí mismos, sin poder establecer un diálogo esclarecedor que pueda facilitar la paz y la concordia.

Jesús se dio cuenta inmediatamente de la gravedad de la situación de aquella persona, que vivía marginada por el hecho de no poder oír ni poder hacerse entender por los que le rodeaban, y se la toma muy en serio. Jesús, para hacer entender a aquel hombre sus buenas intenciones, aunque pueda sorprender a nuestra sensibilidad actual, no duda en tocar sus oídos y su lengua. Después, en una forma sencilla de plegaria, mirando al cielo suspiró y dijo en su lengua materna. “Ábrete”, restituyéndole así las facultades de oir y hablar correctamente.

Con este gesto Jesús quiere indicarnos que el Hijo de Dios, hecho hombre, ha asumido todas las debilidades de la humanidad para ofrecer también a todos la fuerza para superar tales límites. Jesús quiere dar a los hombres la capacidad de escuchar la Palabra de Dios y de proclamar sus alabanzas, y así recibir la salvación que el Padre ofrece a todos, hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Pero el gesto de Jesús no pasó desapercibido, y la gente que presenció la escena prorrumpió con un clamor: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. De alguna manera, la multitud entiende que en la persona de Jesús encuentran su plenitud las promesas de salvación que habían anunciado repetidamente los profetas, y con sus palabras de entusiasmo muestran un comienzo de fe en Jesús, el Salvador.

          En la medida en que creemos en Jesús también nosotros hemos sido salvados. Pero la fe no puede quedar en gestos vacíos o meras palabras. Hoy, en la segunda lectura, el apóstol Santiago urgía para que traduzcamos nuestra fe en obras. Si creemos que Dios ha escogido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman, hemos de evitar los falsos criterios de la sociedad en que vivimos, sin dejarnos guiar por el egoísmo, el poder, la fuerza, el dinero, el prestigio, sino más bien, adoptando los criterios de Dios, evitando la acepción de personas y poniéndonos al servicio de los desheredados, de los que sufren. Dios quiera que nos abramos a la acción del Espíritu Santo para ajustar nuestros caminos a los criterios de Dios, que nos han sido manifestados con toda claridad en la persona de su hijo amado, Jesucristo nuestro Señor.

martes, 1 de septiembre de 2015

CALENDARIO 2015

DICIEMBRE 2015

MARANATHA - VEN, SEÑOR JESÚS - 
 "Amén; sí, ven, Señor Jesús" 




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SEPTIEMBRE 2015



AGOSTO 2015


domingo, 16 de agosto de 2015

Domingo XX del Tiempo Ordinario (Ciclo B)


“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Estas afirmaciones de Jesús provocaron un  escándalo entre quienes escuchaban sus enseñanzas, pues no entra en la normalidad expresarse del modo como lo hizo Jesús, y así se explica que muchos de sus seguidores se apartaren, afirmando la dureza de tales palabras. Y sin embargo estas mismas palabras ofrecen el sentido y el contenido de la Eucaristía, el gesto ritual típico de quienes nos confesamos cristianos. Desde hace más de veinte siglos, los bautizados en Jesús se reúnen, sobre todo el domingo, para escuchar las Escrituras y participar en el convite de pan y vino que Jesús dejó a sus apóstoles la noche del jueves santo, poco antes de su Pasión.

            Pan y vino son alimentos que el hombre utiliza a diario, desde tiempo inmemorial, en cuanto fortalecen el cuerpo y alegran el corazón, y que puestos sobre la mesa crean alianzas y renuevan amistades. Si se puede decir que estos elementos son portadores de vida ya desde su dimensión material, es fácil comprender que Jesús los haya escogido como signo de la realidad de su vida y de su obra de salvación, que culminó con su muerte de cruz y su resurrección. Muriendo en la cruz venció a la muerte y ofreció vida abundante a todos los que creen en él. Y para que esta promesa no quedase en meras palabras, quiso dejar un gesto muy concreto que significase y realizase lo que prometía.

            Al realizar la vinculación entre carne y pan, sangre y vino, Jesús se ofrecía a si mismo como manjar y bebida para que los creyentes tuviesen vida y la tuviesen en abundancia. El pan que Jesús ofrece no es un pan cualquiera, ni el vino de la copa es un vino cualquiera. Son el cuerpo y la sangre de Jesús que él quiere ofrecer como alimento y que producen una vida que va más allá de la muerte física. Eucaristía y resurrección de los muertos son dos conceptos que pueden aparecer muy distantes, y sin embargo en buena teología forman un única realidad. Dios ha enviado a su Hijo Jesús para ofrecer a la humanidad tener parte en su vida cuando les llegue la hora de morir, y no por un tiempo más o menos largo sino para siempre. Y como prenda de esta promesa, tenemos el banquete eucarístico en el que participamos del pan y del vino que son cuerpo y sangre de Jesús y que operan en nosotros poco a poco esta preparación que culminará en nuestra resurrección. Toda el ansia de vida sin término que aletea en el corazón de todo mortal encontrará su satisfacción en la promesa divina, que la eucaristía anuncia e incoa día a día.

Hoy, la primera lectura nos ha recordado el banquete de pan y vino que la Sabiduría prepara para los inexpertos, es decir, los sencillos, los pobres, que acogen su invitación. La sabiduría, atributo divino y fuente de vida verdadera, ofrece un alimento que hace amigos de Dios, que aparta de la inexperiencia e introduce en el camino de la vida. Este pasaje del libro de los Proverbios contiene un esquema de la historia de la salvación. Dios ha preparado para los hombres un encuentro de vida sin término, expresado bajo la imagen de un banquete. A lo largo de la historia ha enviado a sus siervos, los profetas, para invitar a los hombres a entrar en comunión con él, y la imagen se convierte en realidad en Jesús. En la Eucaristía nos hace entrar en comunión de vida con él, en el pan y en el vino nos da su cuerpo y su sangre. Pero la Eucaristía no es más que un signo, un sacramento, una anticipación del verdadero y eterno banquete mesiánico, que tendrá lugar cuando Él volverá en su gloria.

            El apóstol Pablo insiste hoy en la segunda lectura: “Fijaos bien como andáis; no seáis insensatos, sino sensatos , aprovechando la ocasión: daos cuenta de lo que el Señor quiere”. Estas palabras invitan a una seria y responsable vigilancia entendida como sobriedad de vida, de una parte, y como compromiso para mejor emplear el tiempo presente, teniendo la vista fija en la vida eterna que se nos ha prometido y que nos espera indefectiblemente.


jueves, 6 de agosto de 2015

La transfiguración


La historia de la Transfiguración del Señor añade algo nuevo a nuestra vida: morir significa resurgir; en efecto, la Transfiguración no recuerda sólo un pasaje, una metamorfosis pasajera de Jesús, el resplandor en Él de la Gloria divina es una anticipación de Su Pascua, y también de nuestra Pascua.

Es fundamental comprender que Jesús sobre el Monte Tabor se manifiesta como Dios, la otra manifestación divina de Jesús, según el evangelista Juan, es la Cruz; por lo que Cruz y Tabor van juntos.

La fiesta de la Transfiguración es garantía del hecho que el Señor no abandona lo creado y a ninguna de sus criaturas, que no abandona la historia, como si fuese un actor teatral. A la sombra de la Cruz sabemos que precisamente así, los hombres van hacia la Transfiguración.

Permitidme un recuerdo hoy. En el mil novecientos setentaiocho, al llegar la tarde, moría el beato Papa Pablo Sexto. Su pontificado fue cada vez más, el ser clavado en la Cruz. Pablo Sexto desarrolló su servicio con fe, por eso hadebió aceptar crueles críticas. Pero un Papa, como también un simple cristiano, que no padezca críticas no cumplirá su misión de testigo de Cristo. Pablo Sexto pudo vivir de este modo porque no buscaba el éxito de la aprobación de la gente, sino que se apoyaba sobre la propia conciencia que se basa sobre la verdad y la fe. La vida de este Papa nos enseña que la fe es un morir, pero es también un paso para entrar en la vida auténtica, en la Transfiguración, como nos recuerda el Apocalipsis Él será el Dios con ellos. Y secará toda lágrima de sus ojos, no habrá más muerte, ni luto, ni lamentos ni afanes porque las cosas anteriores han pasado.


La Transfiguración nos preanuncia todo esto.

sábado, 30 de mayo de 2015

JUNIO 2015 - MES DEDICADO AL CORAZÓN DE JESÚS.



Hoy, para rondar la puerta de vuestro santo costado,
Señor, un alma ha llegado de amores de un muerto muerta.
Asomad el corazón, Cristo, a esa dulce ventana,
Oiréis de mi voz humana una divina canción.

Muerto estáis, por eso os pido el corazón descubierto
Para perdonar despierto, para castigar dormido.

Si decís que está velando cuando vos estáis durmiendo,
¿Quién duda que estáis oyendo a quien os canta llorando?
Y, aunque él se duerma, Señor, el amor vive despierto;
Que no es el amor al muerto, ¡vos sois el muerto de amor!
Que, si la lanza, mi Dios, el corazón pudo herir,
No pudo el amor morir, que es tan vida como vos.

Anduve de puerta en puerta cuando a vos no me atreví;
Pero en ninguna pedí que la hallase tan abierta.

Pues, como abierto os he visto, a Dios quise entrar por vos:
Que nadie se atreve a Dios sin poner delante a Cristo.

Y aún éste, lleno de heridas, porque sienta 
el Padre eterno que os cuestan,
Cordero tierno, tanta sangre nuestras vidas.
Gloria al Padre omnipotente, gloria al Hijo Redentor,
Gloria al Espíritu Santo: tres personas, sólo un Dios. Amén.


viernes, 1 de mayo de 2015

MES DE MAYO, MES DEDICADO LA VIRGEN MARÍA





FLORES A MARÍA 

Venid y vamos todos con flores a porfía, 
con flores a María, que Madre nuestra es 
con flores a María, que Madre nuestra es. 

De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, 
más que la luna, bella, postrados a tus pies. 

Venimos a ofrecerte las flores de este suelo, 
con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo ves. 

Por ellas te rogamos, si cándidas te placen, 
las que en la gloria nacen, en cambio, tú nos des.