sábado, 25 de febrero de 2017

"Nadie puede estar al servicio de dos amos" . VIII Domingo TO - Ciclo A


“Nadie puede estar al servicio de dos amos. No podéis servir a Dios y al dinero”. Al hablar de los dos amos, Jesús no olvida que Dios nos ha enseñado que hemos de ganar el pan de cada día con el sudor de nuestra frente. Pero al mismo tiempo quiere inculcarnos que la natural preocupación por los bienes materiales no ha de crecer hasta el punto de hacernos vivir agobiados de modo que olvidemos el papel que corresponde a Dios en nuestra existencia cotidiana. Al hablar de los dos amos, Jesús utiliza el término “servir”, que supone una situación de real dependencia en el sentido propio de la palabra, que difícilmente se compagina con la condición de personas libras que nos corresponde como hijos de Dios que somos. Es desde esta perspectiva que hemos de entender la recomendación de Jesús: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con que os vais a vestir”. Esta forma de hablar podrá parecer poco realista para quienes, día tras día, se esfuerzan por asegurar la buena marcha de la familia, especialmente en estos momentos difíciles de crisis. Naturalmente hay que comer y vestirse, y buscar el modo de dar de comer y de vestir a los nuestros. Pero interesa hacerlo sin agobio, de una manera serena, evitando hacer de lo material la única obsesión de nuestras vidas. Jesús invita a dar a cada cosa la importancia que le toca, procurando al mismo tiempo evitar la frenética carrera del consumismo a la que está abocada nuestra sociedad, al crear continuamente necesidades superfluas.

Desde su visión de la realidad, Jesús se permite utilizar la  imagen de los pájaros del cielo que encuentran comida, sin sembrar ni segar ni almacenar, y la de las flores del campo que, sin esfuerzo, se visten con ropajes de calidad inigualable. A pesar de su contenido poético, estas imágenes podrán parecer a muchos fuera de lugar. Pero conviene entender estas imágenes como invitación a entender la vida en el contexto del plan o designio de Dios, que reclama abrirse a la confianza en la bondad de Dios. De ahí la conclusión que Jesús propone: “Buscad el Reino de Dios y su justicia. Lo demás se os dará por añadidura”. Jesús ha venido para anunciar el reinado de Dios entre los hombres, y ante esta realidad quiere asegurarnos que todo lo demás, que comprende cuanto necesitamos para la vida corriente, tiene su importancia, pero no depende únicamente de nuestro esfuerzo, sino que contamos con la voluntad de Dios que quiere ayudarnos.

            Pero quizás cabe preguntarse si realmente es posible aún confiar en Dios, contar con él en el quehacer de nuestra existencia. Hoy la primera lectura invita a reflexionar acerca de esta delicada realidad. Un profeta habla en nombre del pueblo: “Sión decía: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. Se trata de una reflexión de un pueblo que, destrozado por los contratiempos y agotado por las dificultades, se plantea la eterna cuestión, que tantos y en tantas ocasiones no han dudado en decir: ¿Dónde está Dios? Pero ante esta angustia del pueblo, el profeta se siente inspirado para dar una respuesta que, aunque a veces cueste aceptar, es la única válida para todos y para todos los tiempos. Y así continúa: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura; no conmoverse por el hijo de sus entrañas?”. La experiencia, lamentablemente, ha demostrado que una madre puede llegar a olvidar su amor por el hijo de sus entrañas, pero Dios quiere inculcarnos que, a pesar de todo, el amor que él tiene para con los hombres no puede pasar. Y  afirma: “Pues aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré”. Dios nos ama hasta el extremo, y lo ha demostrado entregando por nosotros su propio hijo, Jesús, permitiendo que fuera clavado en la cruz. Mantengamos pues firme nuestra confianza en el amor de Dios, que quiere salvarnos por encima de todo.


jueves, 29 de diciembre de 2016

NAVIDAD ES AMOR



En esta octava de la Navidad, tenemos como centro de nuestra Comunidad monástica a Jesucristo, el Verbo encarnado. Le damos gracias al Padre, porque nos amó tanto que nos dio a su Hijo Unigénito. Jesús, hecho niño-ternura, ha traído al mundo el AMOR DE TODO UN DIOS. Él, ha venido para decirnos que Dios nos ama con AMOR INFINITO y que nosotros debemos amar a los demás, y no quedaremos defraudados, porque “hay más alegría en dar que en recibir”. Por eso nosotras, monjas cistercienses, hemos consagrado nuestras vidas por “amor a Él y a los hermanos”, viviendo el don de la vocación en el carisma cisterciense: dando esplendor a la Liturgia de las Horas (oración oficial de la Iglesia), y acogiendo a los que se acercan a nuestro Monasterio (hospitalidad). Agradecemos a María, el haber aceptado ser la Madre de Dios. En estos días de  “Paz y Amor”, que el Padre nos manifiesta al darnos a tu Hijo, le pedimos que bendiga abundantemente a todos los hombres, y de manera muy especial a los que sufren por cualquier causa.


viernes, 7 de octubre de 2016

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -C-



      “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Así se dirigió a Jesús un grupo de leprosos que, por razón de su enfermedad, vivían marginados de la familia, de la sociedad, y del culto religioso, movidos por la esperanza de obtener su curación. Su plegaria expresa de algún modo una fe inicial en el poder de Jesús, y no cae en el vacío, aunque el milagro no tenga lugar inmediatamente. Jesús, por toda respuesta, se limita a enviarlos al sacerdote, a quien correspondía dictaminar, según la ley, la presencia o ausencia de la lepra. Aquellos hombres se fían de la palabra de Jesús, y con la enfermedad aún a cuestas, pero con el corazón henchido de esperanza, se ponen en camino. Su fe alcanza lo que ansiaban y durante el viaje quedan curados de su dolencia.

            Los enfermos curados eran diez y el milagro ha sido el mismo para todos. Pero el evangelista hace notar que nueve de ellos, que eran judíos, entienden su curación desde la perspectiva de la ley: Jesús les ha enviado a los sacerdotes como pedía la ley, y después sabrán anunciar a todos el beneficio recibido de la salud. Estos nueve han tenido la fuerza moral de pedir y obtener un milagro, mostrando su fe y su confianza. Pero les falta la fineza de espíritu para mostrarse agradecidos con quien les ha curado gratuitamente.

            En cambio, el décimo, que era samaritano, un extranjero, al darse cuenta de haber quedado limpio vuelve para dar gloria a Dios. Éste, como los otros nueve, había venido a Jesús para obtener su curación, como los demás creyó en la palabra de Jesús y emprendió el camino para presentarse a los sacerdotes, pero a diferencia de los otros nueve, una vez curado, se siente obligado a volver sobre sus pasos para prostrarse ante Jesús y proclamar la misericordia de Dios. En su curación palpa el amor infinito de Dios, y un corazón que hace esta experiencia no puede dejar de alabar y dar gracias sin límites.

            Este episodio ayuda a penetrar de alguna manera en la intimidad de Jesús y sentir la fuerza de sus sentimientos. Jesús ha actuado movido por su misericordia hacia los hombres y no queda infdiferente ante el comportamientos de quienes son objeto de su favor. En este caso experimenta la ingratitud de los nueve, como deja entrever la pregunta que formula a los presentes, al presentarse el samaritano: “¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extrajero para dar gloria a Dios?”. Jesús es  sensible a la amistad, al afecto, al amor de las personas, y también vulnerable ante el olvido, la ingratitud y las ofensas. Esta sensibilidad de Jesús confirma su condición de hombre y permite valorar la la grandeza de lo que supone la entrega a su pasión y a su muerte.

            “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”. El samaritano no ha sido solamente curado de la lepra: se ha acercado a Jesús. Jesús ha venido para acercar a Dios al hombre que se había apartado, para hacerle partícipe de la misma vida divina. Dice al samaritano: “Levántate, vete”: es la invitación que Jesús hace al samaritano y en él a todos nosotros para que le sigamos, en su subida hasta la cruz. El samaritano del evangelio, como Naamán el sirio de la primera lectura han creído, los dos han tenido fe y han obtenido en primer lugar la curación externa de su lepra, y en segundo lugar la purificación del espíritu, el reconocimiento de la acción divina que les hace entrar en el camino de la salvación.


            Para nosotros es importante fijarnos bien en los dos tipos de fe que muestra el episodio de la curación de los diez leprosos: La fe común a los diez leprosos, que les impulsa a implorar a Jesús capaz de curarlos, y la fe propia del samaritano, el cual, al constatar que ha sido curado gratuitamente, no duda en volver sobre sus pasos y de acercarse de nuevo a Jesús para postrarse a sus pies, dando gracias y alabando a Dios. Como el samaritanos volvamos hacia Jesús, para vivir con él y como él, aceptando con él la cruz, para poder reinar con él para siempre.

viernes, 29 de julio de 2016

"EL AMOR NO PASA NUNCA"

   
         La paciencia es la capacidad de padecer o soportar mucho sin alterarse, deprimirse y desanimarse. Es saber esperar cuando algo deseamos mucho. Es saber respetar el ritmo de crecimiento y conversión del otro.

La afabilidad es ser agradable, dulce, suave, porque el amor no es ni agresivo, ni irónico, ni cínico.

La envidia es antagónica total con el amor. El verdadero amor está centrado en el otro y el que envidia se alegra del mal ajeno o se entristece por su bien. Es un sentimiento muy mezquino.

La presunción es una forma de narcisismo, es vanagloriarse, estar muy pagado de uno mismo, es ser autocéntrico,  egocéntrico y alterocéntrico. El verdadero amor, al menos, piensa en su hermano como en sí mismo.

El Engreimiento, es vanidad y soberbia. El verdadero amor no busca destacar, sino que vive en la gratuidad, en el amor como un don inmerecido.

Irritar es provocar ira y la ira causa indignación o enojo. El amor lucha por la felicidad y bienestar del otro.

El amor no es mal educado ni egoísta y desde el amor, todo se soporta, se sufre, se acoge con humildad.

Llevar cuentas del mal es una forma de rencor. El que ama perdona y olvida. No acusa de los pecados pasados del hermano ni se venga humillándolo.

Alegrarse de la injusticia es incompatible con el auténtico amor, ya que el que ama vive en la verdad y goza con ella y la injusticia es una forma muy cruel de la mentira.

         El que ama disculpa sin límites y disculpar es quitar la culpa de otro. Buscar razones para atenuar la responsabilidad moral del que ha obrado mal.

El que ama se fía del otro sin límites, aunque tenga sospechas en contra. No duda de él.

El que ama espera en el otro sin límites, no se desanima pensando que no hay remedio para él. Que no tiene la solución, confía siempre en encontrarla.

        El que ama aguanta sin límites y lucha sin desfallecer por sostener al otro, por no dejarlo caer. Sabe soportar lo adverso, lo desagradable, ama al otro por lo que es y no por lo que hace.

sábado, 2 de julio de 2016

LA ALEGRÍA CRISTIANA !!

¿Hay lugar para la alegría en un mundo tan lacerado por el dolor?



 La alegría verdadera, la que perdura por encima de las contradicciones y del dolor, es la de quienes se encontraron con Dios en las circunstancias más diversas y supieron seguirle. Y, entre todas, la alegría de María, como ejemplo: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está transportado de alegría en Dios, mi salvador. El cristiano no  puede hablar de  alegría sin hablar de la Cruz, porque  cuando ofrecemos nuestras propias cruces amorosamente, Dios las transformará en alegría. “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares, dice el salmo”.
Para el que vive así su vida cristiana la ofrenda que hizo el Señor de Su propia Vida por nuestra redención cobra un papel fundamental en su vida. El cristiano sufre, llora, tiene momentos amargos y siente dolor como cualquier otro ser humano. Sin embargo, la opción por el seguimiento de Jesús y la identificación con Él  en todo, también en el “acto supremo del amor”: pasión y muerte, le hace encontrar sentido  y utilidad salvífica a todo el dolor que le toca vivir por la certeza de que no solo él sino también tantos hermanos llegarán por el ofrecimiento de su sufrimiento, con Jesucristo a la Gloria de la Resurrección. Entonces… “Vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Dios transforma nuestro dolor en gozo, la pena en júbilo, la muerte en resurrección. Y esta Resurrección en esperanza y en parte, de un modo muy real, comienza en esta vida ya. Aunque llegará a plenitud en la otra.
A poco que hayamos vivido nuestro cristianismo, todos hemos experimentado de una u otra forma, esta feliz realidad.


lunes, 20 de junio de 2016

LA ALEGRÍA CRISTIANA I


Santo Tomás  de Aquino define la alegría como la consecuencia del amor, es decir, la alegría es el brillo que existe cuando hay amor, y es tanto más grande cuanto mayor es el amor y cuanto más noble es aquello que se ama.  La alegría es una de las características más importantes de la vida cristiana.
Pero ¿qué es la alegría? Cuando nos encontramos con aquello que amamos, sentimos alegría y esta es tanto más grande cuanto es el amor que tenemos a lo encontrado. Concluye Santo Tomás diciendo que la alegría en el cristiano, está en el encuentro con Dios, que es encuentro con su amor infinito.
Entonces, nuestra alegría tiene la medida del amor de Dios que hemos acogido en nosotros. Y la alegría más grande, efectivamente, está en el amor más grande, pero el amor más grande está en el amor que Dios nos tiene, es decir, que la alegría más grande se da cuando reconocemos experimentalmente que Dios me ama. Por eso cuando reconocemos y experimentamos en nosotros y a nuestro alrededor la acción amorosa de Dios a través de tantas cosas, a lo largo del día y de los días, nos sentimos alegres, incluso en los momentos más dolorosos de la vida.

 La alegría más grande, pues, es saberse amado por Dios. Es esa alegría, que nada ni nadie puede quitarnos. Por tanto nada tampoco puede ocultar la profunda alegría al que se sabe amado por Dios. 
HMJP

viernes, 20 de mayo de 2016

GRORIAL AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO


 Este domingo celebramos el gran amor que Dios nos tiene. Él nos invita a compartir su propia vida trinitaria. Su vida es dar y darse. Por el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo somos hijos de Dios. Por lo cual, cuando llamamos Padre a Dios, expresamos el misterio más grande que existe, la “Trinidad Santísima”.  Dios mismo ha abierto su "corazón", su "intimidad"; ha revelado que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un sólo Dios y tres Personas que desde toda la eternidad viven en íntima comunidad, en amor recíproco y la entrega más completa.

Este Misterio trinitario es evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia. El Nuevo Testamento, nos muestra con claridad una estructura trinitaria actuando en conjunto en la salvación, que ha continuado en la Iglesia desde los orígenes, en la raíz de la fe viva de la primera comunidad cristiana haciéndose presente, principalmente, en el acto del bautismo de cada uno y en la expresión de fe del mismo Bautismo encuentra su plenitud. “…Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo.” 

               La Solemnidad de la Santísima Trinidad nos recuerda cada año más viva e íntimamente que Dios Padre quiere venir a vivir en nosotros y con nosotros, y que debemos crecer en el deseo de estar siempre con el corazón abierto a la acogida de la presencia Trinitaria en un continuo ¡Gloria al Padre!

               Nos recuerda también que el Hijo, Jesús, la Palabra, nos invita a escuchar del Padre: “eres mi hijo, eres mi alegría” y que debemos acoger  esta Palabra en nuestro interior y vivir en un continuo ¡Gloria al Hijo!


Y por último, nos recuerda que debemos estar a la escucha, porque el Espíritu Santo grita en nosotros, que somos hijos en el Hijo y por tanto hermanos en Él y por Él, que debemos tener continuamente nuestras manos extendidas, acogiendo a todos los hombres y mujeres en su diversidad de rostros, viviendo en un perenne ¡Gloria al Espíritu Santo!

viernes, 6 de mayo de 2016

VOY A PREPARAR UN LUGAR PARA VOSOTROS EN EL CIELO

 
La Ascensión clava nuestra esperanza de forma indemne nuestra en propia felicidad eterna. Así como Jesús, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo glorificado al cielo, así tú, yo  y todos los fieles que se esfuercen en entrar y vivir el misterio, subirá para nunca bajar, para quedarse para siempre allí. 
  La Ascensión, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse vivir mirando siempre al suelo. Es un deseo continuo de  Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se para, enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi meta, esa es mi cima, tu meta, tu cima.
  Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había escrito el nombre de todos, de cada uno, en el cielo, tu nombre y el mío, el de cada uno. El Cielo es tuyo, el Cielo es mío, es nuestro, do todo el que tiene ese deseo constante y creciente de subir. Es preciso que nos preguntemos, al menos de vez en cuando: ¿Subimos o nos quedamos?  Recordemos siempre que Jesús subió a “preparanos un lugar”. Si no subimos, lo perdemos. ¡Cómo debe emocionarnos esto:  Dios mismo preparando un lugar, mi lugar, en el cielo. 
 Dios creó al hombre, a ti y a mí concretamente, para que, al final, vivamos eternamente felices en la gloria. Si nos disponemos a subir, Dios consigue su plan, y nosotros logramos nuestro sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...
¡Con cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos compañeros de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no quiso... Se salva sólo quien quiere salvarse. El nos ofrece la salvación, cada uno debemos aceptarla y acogerla.
Si Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, no quisieron aceptar su salvación. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti y por mí, cuando le hemos cerrado la puerta de nuestra alma. Ojalá que esas lágrimas, sumadas a su sangre, logren llevarnos con Él al Cielo.
Si le pedimos con la misma sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino", no hay duda de que escucharemos también: "Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida". 
Dios a través de la Segunda Persona de la Trinidad –El Hijo- nos ha regalado al Cielo, para nosotros, es hora de responder. No podemos vivir sin su amor. La vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y amarguras. Amar es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que infinitamente nos ha amado. El Cielo lo grita: Dios es amor.
La ascensión nuestra al cielo, será el último peldaño de la escalera que tenemos que subir; será la etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos pensar en ella, soñar con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo será muy poco para conquistarla. Después del Cielo sólo sigue el Cielo. Todos nuestros anhelos más profundos y entrañables, estarán, por fin, definitivamente cumplidos.
Al final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y “la Eterna Felicidad” el Cielo, para quien la desee de Verdad.


sábado, 26 de marzo de 2016

"RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA" ¡ALELUYA!



          Ha llegado la Pascua, Cristo ha resucitado y todos los creyentes nos sentimos felices. Quizá porque ha acabado la Cuaresma y ya podemos dejar los ejercicios ascéticos (si los hemos practicado) empezando por el ayuno, y para eso nada mejor que empezar por una buena comida. Psicológicamente está comprobado que cuánto más una persona se ha esforzado en la ascesis cuaresmal, cuando acaba la Cuaresma, esta tensión explota y muchas veces se da el fenómeno contrario y se piensa en liberarse de tanto sacrificio buscando el placer con más denuedo que antes de empezar el período Cuaresmal.

La Cuaresma nos pide una purificación del corazón, una conversión profunda, y esto no es algo que dure 40 días. La conversión es una actitud que debe acompañarnos cada día de nuestra existencia ya que es un crecer en el amor. Si Dios es Amor, si Su Amor es infinito, entonces este crecimiento no puede acabar nunca sino que llegará a plenitud cuando resucitemos con Cristo.

Así es, la conversión no es algo triste y penoso, es algo maravilloso pues nos ayuda con la gracia de Dios a vivir más íntimamente en unión con Él. A vivir en lo más profundo de Su compasivo y misericordioso Corazón recibiendo sin cesar ríos de bendiciones. Podríamos decir sin miedo a equivocarnos, que Dios es también alegría, Felicidad, Dicha, Gozo…, por tanto, cuánto más nos identifiquemos con Cristo, cuánto más seamos morada de la Trinidad, cuánto más amemos con el mismo amor de Cristo (sólo posible si vivimos de, en y por Su Amor)  más felices seremos sin duda alguna.

La Resurrección de Jesús inaugura la nuestra, y debemos empezar ya a vivir una vida nueva. Jesús resucita por nosotros, porque nos ama, nos ha librado de nuestros pecados, nos ha salvado, redimido y nos abre las puertas del Cielo para poder gozar eternamente de Dios en una felicidad infinita. Él vive con nosotros, no nos ha dejado ni abandonado, sigue caminando junto a nosotros para ayudarnos a alcanzar la patria verdadera a la cual nos encaminamos. Cristo en la Eucaristía nos espera para inundarnos de Él mismo y vivir ya una vida resucitada que nos alcance la vida feliz y sin fin en el Cielo.

sábado, 5 de marzo de 2016

HIJOS PRODIGOS Y PADRE MISERICORDIOSO


“El padre” Simboliza a Dios Padre y refleja su misericordia y su amor gratuito hacia cada uno de nosotros, que con más o menos conciencia de esta realidad, somos pecadores que deseamos no serlo, por lo que, en algunos momentos de nuestra vida, al menos, pedimos perdón a Dios de una u otra forma.
Esta parábola también refleja mi historia, tu historia, la historia de cada uno. Es la historia de nuestra rebeldía, por no aceptar a Dios como Padre y Señor. Tantas veces, elegimos no quedarnos en la casa paterna, y preferimos vivir peregrinos en el pecado o al menos en una vida de relación con el Padre muy mediocre e interesada, como era el caso del hijo mayor. Mas nuestra lejanía de la casa paternas tiene consecuencias dolorosas que se van intensificando con el tiempo y eso nos hace recordar los beneficios de estar junto al Padre. Entonces decidimos volver con plena conciencia de que el amor Paterno no nos ha abandonado.  
El Padre deja marchar al hijo porque respeta su libertad. El adulto es consciente de lo que quiere, hace y cuáles son sus prioridades. Tantas veces a lo largo de nuestra vida, preferimos conscientemente disfrutar de la hacienda que como hijos nos corresponde más que del amor que El Padre nos está ofreciendo continuamente, que no tenemos ningún reparo en decirle: tengo cosas mías y no quiero que interfieras en ellas, no me controles en nada; ya decidí independizarme de Ti. Malgastamos la herencia recibida y nos quedamos sin posibilidades de supervivencia, en nuestro caso, espiritual. Un día, la memoria de la ternura paterna que habíamos despreciado se despierta, y decidimos regresar a casa, mostrándonos humildes para ser admitidos.
            El Padre que no deja de esperar nunca el regreso del hijo que se ha alejado, sale a nuestro encuentro habiendo perdonado, antes de que hayamos expresado con palabras nuestro arrepentimiento. El cariño, la compasión y el amor son atributos de la naturaleza de Dios. 
Igual que con el hijo pródigo del Evangelio, Dios no reniega de nosotros, no nos reprocha nada cuando volvemos, no nos reprueba por haber malgastado la hacienda -tantos valores, tanta gracia santificante, tanto amor derrochado con nosotros y en nosotros-. Todo está olvidado cuando queremos seguir con él, caminar en su presencia amorosa. Basta con que queramos aprovechar su ese amor de Padre Todocariñoso, disfrutando de su interminable abrazo de bienvenida. Porque este abrazo remedia el corazón del hijo herido que soy yo y eres tú y cada uno de nosotros. Es por este amor, por el que queremos reconciliamos con Él para siempre.
Y para terminar, el padre no solo se alegra del regreso de su hijo, sino que quiere que toda su casa comparta esta alegría. Festeja junto con todos, el regreso de su hijo pródigo. Así es el comportamiento de Dios con nosotros. Entonces no podemos dudar ya, que el arrepentimiento otorga una vida total, porque “Dios es la vida del hombre”, es decir, el pecado es muerte, y la “vida verdadera” es retorno desde aquella perdición.
El Padre celestial nos espera y se alegra con nuestro regreso para llevarnos de la oscuridad hacia la luz, de la muerte a la vida. Es por eso que nuestra “vida verdadera” depende de nuestro regreso a Él. Regreso que se da día a día y momento a momento, en ese continuo deseo de retorno a Dios.
Entonces, entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de Jesús resucitado.

Entonces, entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de Jesús resucitado.

H.MJP

sábado, 20 de febrero de 2016

SU ROSTRO RESPLANDECÍA COMO EL SOL


Lo que la Iglesia celebra en la fiesta de la Transfiguración es la revelación de Jesús como Hijo de Dios.  Los apóstoles se dieron cuenta de que en Cristo “habita toda la plenitud de la Divinidad”. En él se  muestra la meta hacia la cual avanzamos por la fe. Jesús se les muestra transfigurado antes de la Crucifixión, a fin de que ellos sepan quién es el que sufrirá por ellos, y qué es lo que Él, que es Dios, ha preparado para aquellos que le aman. Es decir, Jesús se manifiesta ante sus discípulos como lo que Él es, como Hijo de Dios. Pero también indica lo que somos nosotros para Él  y a lo que estamos llamados.

            Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, no está viendo simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Ve el estado en el que nosotros viviremos por la eternidad.

            Es un misterio el que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Él mismo se convierte en la garantía, y da certeza de que, nuestra persona humana, nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no desaparece, no se acaba. 

            Está muy dentro del corazón del corazón humano el anhelo de felicidad, y de plenitud. Buscamos y hacemos muchas cosas para encontrarla y conseguirla, pero nunca la encontraremos si no es en Cristo, porque la felicidad esta unida a Él. Por eso la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad.
 
            Este pasaje del Evangelio nos está diciendo que la felicidad es tener a Cristo en el en y con nosotros como el único que llena el alma, como el único que da sentido a todas las obscuridades y sufrimientos, y eso es lo que hace exclamar a   Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Porque tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad  nos introduce en el reino de Dios cuya ley es el amor, fuente de alegría y de paz.

Ojala que contemplando a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta verdaderamente de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra auténtica felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión, de la comunión con Él y con los hermanos. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios en cada uno y en todos, en toda nuestra vida. Una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él.
H.MJP

  


sábado, 13 de febrero de 2016

Reflexión cuaresmal: No solo de pan vive el hombre

No sólo de pan vive el hombre, si no de toda
palabra que sale de la boca de Dios,



"NADIE QUE CREE EN ÉL QUEDARÁ DEFRAUDADO" (Rm 10,8-13)

El Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma con una enérgica llamada por parte de la Iglesia a la preparación de la Pascua que se avecina y a la definitiva en el Cielo. En esta espera que es nuestra vida terrena, seremos conducidos como Jesús al desierto. El Tentador aprovechará nuestra hambre de éxito y bienestar para sus engañosas ofertas. Como Jesús debemos responder que no sólo de eso vive el hombre.

Hay en nosotros impulsos malos que el Diablo aprovecha para excitarlos: la comodidad, la sensualidad, la ambición, la envidia, que desata la lengua y vierte en los demás el veneno de la crítica, la agresividad y el deseo inmoderado de imponernos a los demás... Todo un elenco de malicia que dañan a quienes nos rodean y también a nosotros mismos.

Mas todos estos sentimientos malos no debemos permitir que nos desorienten ni desanimen, sino que debemos, con la ayuda de Dios, luchar por combatirlos no consintiéndolos. Es más, las tentaciones desempeñan un importante papel en la madurez que se nos está llamado a alcanzar. "Nuestra vida, dice S. Agustín, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado" y la Carta de Santiago en 1,12, también afirma: "Dichoso el varón que soporta la tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió"

En uno de sus Sermones, el Santo Cura De Ars decía: "Si preguntáis a ese parroquiano de la taberna si el demonio le tienta, os responderá que no, que nada le inquieta. Interrogad a esa joven vanidosa cuáles son sus luchas, y os contestará riendo que no sostiene ninguna, ignorando totalmente en qué consiste ser tentado. La tentación más dañina es no ser conscientes de que somos tentados. Esa es la mayor victoria del demonio sobre nosotros, mantener nuestra conciencia cerrada a nuestra capacidad de pecado y al pecado mismo.

Pidamos  con insistencia al Señor que mantenga nuestros ojos abiertos a la luz se su amor misericordioso, sólo así seremos capaces de vernos tal como somos y estar atentos a las “insidias del enemigo que como león rugiente ronda buscando a quién devorar, para que resistamos firmes en la fe”.

sábado, 30 de enero de 2016

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Estas palabras que san Lucas pone en labios de Jesús rezuman tristeza y  desánimo. El Hijo de Dios que se había hecho hombre para llevar a los hombres a la amistad con Dios, ha de enfrentarse con la indiferencia y la oposición de aquellos mismos a los que quería salvar. Pero esta actitud negativa de sus contemporáneos no lo arredra, antes bien le estimula a mantenerse fiel a la misión que el Padre le ha encomendado y lo hará hasta que, el viernes santo desde la cruz, podrá decir: “Todo está cumplido”.

            La primera lectura habla hoy del profeta Jeremías. Hombre pacífico y sensible, fue escogido por Dios para invitar a su pueblo a la conversión, en uno de los períodos más dramáticos de la historia de Israel, y la misión de transmitir la Palabra de Dios que se le había encomendado cuestionó las ilusiones y seguridades de su tiempo. Dios había prometido a Jeremías su ayuda, pero el profeta vivió angustiado y dolorido tanto por el contenido de su predicación como por la dureza de corazón del pueblo a quien iban dirigidos los mensajes. Sin embargo, sus luchas interiores y sus desánimos no pudieron quebrantar su fidelidad a Dios ni inducirlo a retirarse de la brecha. La figura de Jeremías anuncia los rasgos característicos del Siervo de Dios, fiel hasta la muerte, que encontrará su realización plena en Jesús, el Profeta por excelencia.

            Ni Jeremías ni Jesús cayeron en la tentación en la que han caído infinidad de profetas a lo largo de la historia: la de substituir el mensaje recibido de Dios por un propio mensaje, atenuando las exigencias de la Palabra de Dios, para evitar el rechazo, y ser escuchado por un público más numeroso. En distintas ocasiones el evangelio muestra como Jesús no cede nunca ante la tentación de un mesianismo fácil, orientado a evitar roturas, o buscar componendas. “Haz también aquí, en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”, le decían a Jesús sus conciudadanos. Jesús, a menudo, para confirmar sus palabras y  fortalecer la fe de quienes le escuchaban, hacía signos y milagros. Pero su misión no maravillar sino invitar a la fe. Sus conciudadanos de Nazaret le piden milagros pero al mismo tiempo no demuestran una disposición a creer. Pero Jesús no cede, no se deja instrumentalizar. Y esta actitud de firmeza y fidelidad debería hacernos reflexionar seriamente y revisar nuestra actitud ante el mensaje del evangelio, para constatar cómo respondemos.

            Tal como ha afirmado el Concilio Vaticano II, todo cristiano, en virtud del bautismo y de la confirmación que lo han configurado con Jesús, está llamado a ser profeta, para anunciar el evangelio, para denunciar el mal y la injusticia, el egoísmo y el odio, la envidia y el afán desordenado de poder y de bienes materiales. Pero esta actitud no se puede ejercer sin más: reclama una experiencia de Dios que es fruto de una actitud de escucha de la Palabra y de fidelidad en la plegaria, en el cumplimiento de la voluntad de Dios en cada momento de la vida. La llamada a ser profeta requiere una respuesta de parte nuestra, una disponibilidad cargada de exigencias.


            En la segunda lectura recuerda una página de la primera carta de san Pablo a los Corintios, conocida como el himno de la caridad. La caridad, tal como la describe el Apóstol, es en el fondo la actitud fundamental que el cristiano ha de vivir y mostrar si quiere ser verdaderamente profeta, si quiere hacer llegar a sus hermanos el mensaje de salvación que Dios nos ha manifestado a través de su Hijo hecho hombre. Ya podría tener el don de profecía, decía Pablo, y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor no soy nada. Los hombres de hoy están cansados de palabras: quieren hechos y la experiencia de un amor vivido hasta el fin es el mejor argumento para hacer comprender un mensaje. Vivamos pues en el amor y cuanto intentemos decir con nuestros labios podrá ser acogido con benevolencia por quienes nos escuchan.


viernes, 22 de enero de 2016

LITURGIA: Tiempo Ordinario


 En la liturgia, el  Tiempo Ordinario desarrolla el  misterio pascual de un modo progresivo y profundo y podríamos decir, que con mayor naturalidad aún que otros tiempos litúrgicos, cuyo contenido está a veces mucho más polarizado por una temática muy concreta. Para la mistagogia de los bautizados que al menos cada domingo  celebramos la Eucaristía, el Tiempo Ordinario, significa un programa continuado de penetración en el misterio de salvación, siguiendo la existencia humana de Jesús a través de los evangelios, contenido principal y esencial de la celebración litúrgica de la iglesia.

            El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que debemos vivir gozosamente en cada momento del día, ya que es un Tiempo Litúrgico para contemplar a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, lo vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, lo vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre y brindarse a los hombres.

            Así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Pero esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante las 33 semanas (aunque esté dividido en dos partes por otros tiempos litúrgicos) dedicadas a este Tiempo Ordinario.  

            Crecer… el que no crece, se estanca, enferma y hasta puede morir. Debemos crecer en nuestro vivir diario: en la vida espiritual, en la vida profesional, en la santificación  de nuestra tareas diarias: -cada cual tenemos las nuestras- mas, también y podemos afirmar, que sobre todas estas cosas, crecer en nuestra relación con los demás. Debemos crecer aún a pesar de nuestros sufrimientos y dificultades, éxitos, fracasos. Incluso vivir el sufrimiento, como una gracia de Dios muy especial, porque nos ofrece la ocasión de ejercitarnos en las virtudes. Con ello, el Tiempo Ordinario se convierte como en un gimnasio espiritual auténtico, para crecer en la identificación con Jesucristo en el acto supremo del Amor al hombre. Es decir, nos ayuda muy eficazmente a encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, nos ejercita en las virtudes cristianas y nos hace crecer en santidad, que es la santidad de Dios hecha vida en nosotros. Es así como todo en nosotros se convierte en tiempo de gracia de Dios, en tiempo de salvación y santificación.

De este modo, todo es gracia para quien está atento al querer de Dios y lo vive con fe y amor, haciéndose realidad lo que rezamos en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.

            Rogamos al Espíritu Santo que nos enseñe a  aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, y que no nos deje decaer nunca en la desesperanza, sino que nos haga crecer en el deseo continuo de vivir intensamente ese tiempo de gracia y salvación. No hay duda que así  también es como encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día, viviremos las virtudes teologales en cada momento sin demasiado esfuerzo casi con naturalidad. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios está pasando por nuestro camino, lo recorre con nosotros y lo va santificando todo.


Pues como vamos viendo, el Tiempo Ordinario litúrgico nos enseña y posibilita Mirar a Cristo Apóstol que desde temprano ora a su Padre, y durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que lo consuela y lo llena de su infinito amor, de ese amor que nos comunicará a raudales.

            Cristo Jesús, en este Tiempo Ordinario, déjanos acompañarte para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Queremos caminar contigo siempre, queremos ser santos para contigo santificar y elevar  nuestro mundo.

                                                                                                                        H. MJP

viernes, 15 de enero de 2016

Jesús y María en las bodas de Caná


Los  efectos de la presencia de Jesús María su Madre, en el corazón de los acontecimientos humanos, en el caso concreto de las bodas de Caná de Galilea, suelen ser bien visibles para el que esté dispuesto a aceptar esa,  realidad.

Jesús y María, aunque sea con intensidad diferente, hacen presente la acción de Dios en todo lugar que se encuentren y donde está Dios, hay amor actuante, porque Dios es amor y el amor nunca es extático. Allí, donde hay amor, hay gracia y milagro.  Hay milagro, porque la acción de Dios en el hombre es un milagro. Dios es el bien, la verdad, la belleza, la abundancia. Así como cuando el sol despliega sus rayos en el horizonte, la tierra se ilumina, recibe calor y da su fruto. Cuando dejamos los rayos del amor de Dios se acerquen nos iluminen y den su calor, el bien, la paz, la belleza, la felicidad crecen en los corazones y los van transformando en vida de Dios en nosotros.

La mediación que Dios ha escogido para hacerse presente entre los hombres y comunicarse en la intimidad y profundidad con ellos, es Jesucristo. La obra de Dios llega al corazón del mundo por su Humanidad y, secundariamente, por la presencia de María. Poco o casi nada, sabían los novios de Caná a quién habían invitado a su boda. La invitación a la boda respondía a un vínculo de parentesco o amistad. Sin embargo, Jesús y María aceptaron la invitación porque era la forma de estar cerca y actuar amorosamente y en aquél momento, en aquella familia y aquellos invitados.  Ahora sigue aceptando con amor nuestras invitaciones a participar en los acontecimientos más importantes de nuestra vida, pero también en todo momento, porque quiere estar a nuestro lado para poder salir en nuestra ayuda en todas nuestras necesidades, también en las humanas. Entendamos que desear y pedir que Jesús y maría estén presentes en cada momento de nuestra vida, es darles oportunidad de que sus rayos de luz y amor, vayan transformándonos en tierra fecunda que da frutos de amor abundantes.


                Acerquémonos de este modo, también nosotros a la humanidad de Jesús, donde siempre está presente maría, tratando de conocer y amar más y de manera progresiva, su trayectoria humana, escuchando su palabra, creciendo en fe y confianza, hasta ver en Él el rostro del Padre.

viernes, 4 de diciembre de 2015

PREPAREMOS LOS CAMINOS DEL SEÑOR


«Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo
escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»

Juan Bautista nos exhorta que nos  preparemos para encontrarnos con Dios. Nuestra vida tiene que reflejar en todo momento que somos cada uno de nosotros, los hombres y mujeres, la comunidad de los creyentes, los que nos ponemos en camino. Sin embargo, es preciso recordar que si nos podemos encontrar con Dios es, en primer lugar, porque Él sale a nuestro encuentro. Él tiene la iniciativa en la relación con el hombre, nosotros la respuesta.

En este encuentro, Dios nos pone todas las facilidades y nos hace propicio el camino: "Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia". Israel ahora somos cada uno de nosotros, es la comunidad eclesial a la que pertenecemos es la Iglesia entera.

En la relación entre Dios y las personas, en este encuentro que preparamos en el tiempo del adviento, la iniciativa es de Dios. El camino que lleva a Dios no lo hemos construido nosotros, es Dios quien lo ha trazado en la vida y obra de su Hijo Jesucristo.

            Este encuentro con Dios, de da porque primero Dios del hombre y la respuesta del hombre se da hoy y aquí con cada uno de nosotros. Entonces, en Belem, fue una presencia real, y hoy es un encuentro real, con las connotaciones históricas y culturales propias de nuestra época. Pero para que el encuentro se pueda realizarse, el hoy hombre también tiene que andar su parte de camino.

"Preparad el camino al Señor". El camino, se prepara con frutos de justicia: "así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia..." No podemos olvidar que el mejor modo de estar dispuestos a recibir a Cristo en nuestra vida es una vida repleta de frutos que se corresponden con la voluntad de Dios. La justicia divina es lo que se ajusta a la voluntad de Dios. Lo que se ajusta a la voluntad de Dios es el amor. Amor a Dios mismo, como correspondencia, amor a los hermanos y a todo lo creado y redimido por Él.

Para que todo eso pueda darse, debe haber un cambio de mentalidad y proceder en nosotros, eso significa que tenemos que ir disponiéndoos una identificación creciente con Jesús,  para parecernos más a él cada día en todo.

Juan, el bautista habla de un bautismo de conversión. Y es que ese cambio es precisamente un camino de conversión. Nuestro bautismo es una continua llamada a convertirnos a un cambio de actitudes, es una invitación a vivir cada momento de nuestra vida en común-unión con Dios.  Y así se hace plena realidad la buena noticia, porque es  “real” que Dios está cerca de nosotros, con nosotros, en nosotros. El está viniendo en cada persona y acontecimiento, está llamando a la puerta de nuestro corazón con su mano divina, invitándonos a caminar juntos, a mirar juntos hacia el mismo horizonte.

Pero como hemos dicho, la conversión solo se dará si estamos dispuestos a salir de nuestro aislamiento, a dejar esa soledad egoísta en la que a menudo nos escondemos para que no nos moleste nadie, y abrir nuestro corazón a este Dios que llega. No podemos dejar que los valores de este mundo se metan en nuestro modo de pensar y actuar, valores que, si no estamos vigilantes entran muy sutilmente en nuestros sentidos nos incapacitan para encontrarnos con Jesús. Estos valores del mundo son  entre otros: el tener, el poder, la fama, el relativismo, consumismo, el hedonismo etc. La sociedad de hoy en general es lo que vive. Frente a ellos hay que poner los valores del amor, el servicio y la humildad.
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Es preciso manifestar con toda nuestra vida que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que hay otros valores más importantes por los que merece la pena luchar.

Dios está continuamente en camino hacia el hombre, hacia ti, concretamente, allanando tu camino, llamándote por medio de los profetas. Si quieres caminar hacia su encuentro tienes que hacerlo con frutos de justicia y con la conversión del corazón, superando los obstáculos de los valores del mundo.

Que el Señor nos ayude a dejar nuestro aislamiento y a salir a su encuentro, para que unidos a nuestros hermanos acojamos felices su venida. Caminemos unidos. Salgamos juntos al encuentro de Dios que se hace niño para compartirse, darse, entregarse y regalarnos la salvación.

sábado, 28 de noviembre de 2015

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2015



El Adviento se caracteriza por ser un tiempo de esperanza. La espera del nacimiento de aquel que será luz y gloria de las naciones, también de la nuestra, que lo necesita con urgencia. El Adviento es, pues, una invitación a esperar con alegría el nacimiento de Jesús, y además es también una llamada a vivir con ilusión la fe en Él.

            El tiempo de la espera es tiempo necesario e importante. Es en la espera donde tenemos la posibilidad de ser y hacer lo que realmente elegimos personalmente. Es en “la espera del Señor” donde vamos demostrando que vivimos en su presencia. Se prepara la venida del Señor viviendo en su presencia, mientras esperamos que venga.

            En este primer domingo de Adviento estamos invitados a hacernos la pregunta por qué y por quién  viene Señor. El creyente es un esperador de Dios; el creyente vive en la esperanza de Dios. El Señor viene, en el Señor espero, en el Señor he puesto mi esperanza. Son frases que resumen la convicción profunda del creyente. La esperanza hace vivir al creyente de manera diferente a todos los demás hombres. Mientras los demás tiemblan, él permanece en pie.

                 El peligro del creyente y de todo hombre reside en que se nos embote la cabeza con otras esperanzas menores, a las que les damos el rango de mayores. Todo lo que nos aparta de vivir en presencia del Señor se convierte en posibilidad de embotamiento de nuestro corazón. El creyente vive el mismo mundo, los mismos acontecimientos que los demás, pero los vive con otra perspectiva: los vive en esperanza por que apuesta firmemente por algo que no falla: la venida del Señor. El Señor, a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos, vendrá. Esta es la convicción que vence todo temor y toda angustia.

                La vida en esperanza es la que crea esperanza y abre a otros a la esperanza. Creer en la esperanza y crear  situaciones de esperanza, es dar razones para que otros confíen y esperen. Lucas apunta una manera de vivir la esperanza y en esperanza: la vigilancia y la oración. La desesperanza se apodera de nosotros cuando no somos capaces de ver de cerca al Señor o cuando lo perdemos de vista o cuando no nos relacionamos  con él y vivimos como si no estuviera presente, por eso no es una espera de brazos cruzados, sino activa.

 Hay que velar, estar  Despiertos y atentos para descubrir a Dios cerca de nosotros. Despiertos y atentos para verle en nuestros hermanos que sufren y en los más necesitados. Solo así podremos experimentar que Él nos fortalece, nos colma y nos hace rebosar de amor internamente. No hay otra manera de vivir la fe, de reconocer a Dios en nuestra vida, que a través del amor. La fe nos mueve a la esperanza y también a la caridad. Y al mismo tiempo, la esperanza y la caridad fortalecerán nuestra fe.

En este tiempo de Adviento estamos llamados a permanecer vigilantes y activos frente a tantas necesidades que hay a nuestro alrededor. El nacimiento de Jesús fue motivo de alegría para los más pobres, los pastores, que pasaban la noche al raso. También lo ha de ser para los pobres de hoy, para los necesitados, para nuestros vecinos, para los que se han quedado sin trabajo, para los que buscan refugio porque se ven obligados a huir de su país, para aquellos que sufren las consecuencias de las guerras y de cualquier clase de violencia. Para que no pierdan la esperanza, para que no la perdamos nosotros tampoco.  El Señor nos invita a mirar la vida con la cabeza alta. Él viene a nuestro encuentro. "Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación". Es todo un Dios que se hace niño, el que se hace pobre, el que emigra y busca refugio en otro, es decir, se hace extranjero, se hace cercano, humilde, pequeño… para hacernos a nosotros grandes.

Queramos, al menos desear vivir el Adviento con fe, con esperanza y con amor. Tenemos por delante cuatro semanas para ir con atención al encuentro de Dios, para no perdernos su venida. Cuatro semanas de estar despiertos, con la cabeza alta, esperando nuestra liberación.


MARANATHA -VEN SEÑOR JESÚS-