En esta octava de la Navidad,
tenemos como centro de nuestra Comunidad monástica a Jesucristo, el Verbo
encarnado. Le damos gracias al Padre, porque nos amó tanto que nos dio a su
Hijo Unigénito. Jesús, hecho niño-ternura, ha traído al mundo el AMOR
DE TODO UN DIOS. Él,
ha venido para decirnos que Dios nos ama con AMOR
INFINITO y que
nosotros debemos amar a los demás, y no quedaremos defraudados, porque “hay más
alegría en dar que en recibir”. Por eso nosotras, monjas cistercienses, hemos
consagrado nuestras vidas por “amor a Él y a los hermanos”, viviendo el don de
la vocación en el carisma cisterciense: dando esplendor a la Liturgia de las Horas
(oración oficial de la Iglesia ),
y acogiendo a los que se acercan a nuestro Monasterio (hospitalidad). Agradecemos
a María, el haber aceptado ser la
Madre de Dios. En estos días de “Paz y Amor”, que el Padre nos manifiesta al
darnos a tu Hijo, le pedimos que bendiga abundantemente a todos los hombres, y de
manera muy especial a los que sufren por cualquier causa.
jueves, 29 de diciembre de 2016
viernes, 7 de octubre de 2016
XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
“Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros”. Así se dirigió a Jesús un grupo de leprosos
que, por razón de su enfermedad, vivían marginados de la familia, de la
sociedad, y del culto religioso, movidos por la esperanza de obtener su
curación. Su plegaria expresa de algún modo una fe inicial en el poder de Jesús,
y no cae en el vacío, aunque el milagro no tenga lugar inmediatamente. Jesús,
por toda respuesta, se limita a enviarlos al sacerdote, a quien correspondía
dictaminar, según la ley, la presencia o ausencia de la lepra. Aquellos hombres
se fían de la palabra de Jesús, y con la enfermedad aún a cuestas, pero con el
corazón henchido de esperanza, se ponen en camino. Su fe alcanza lo que
ansiaban y durante el viaje quedan curados de su dolencia.
Los enfermos curados eran diez y el
milagro ha sido el mismo para todos. Pero el evangelista hace notar que nueve
de ellos, que eran judíos, entienden su curación desde la perspectiva de la
ley: Jesús les ha enviado a los sacerdotes como pedía la ley, y después sabrán
anunciar a todos el beneficio recibido de la salud. Estos nueve han tenido la
fuerza moral de pedir y obtener un milagro, mostrando su fe y su confianza.
Pero les falta la fineza de espíritu para mostrarse agradecidos con quien les
ha curado gratuitamente.
En cambio, el décimo, que era
samaritano, un extranjero, al darse cuenta de haber quedado limpio vuelve para
dar gloria a Dios. Éste, como los otros nueve, había venido a Jesús para
obtener su curación, como los demás creyó en la palabra de Jesús y emprendió el
camino para presentarse a los sacerdotes, pero a diferencia de los otros nueve,
una vez curado, se siente obligado a volver sobre sus pasos para prostrarse
ante Jesús y proclamar la misericordia de Dios. En su curación palpa el amor
infinito de Dios, y un corazón que hace esta experiencia no puede dejar de
alabar y dar gracias sin límites.
Este episodio ayuda a penetrar de
alguna manera en la intimidad de Jesús y sentir la fuerza de sus sentimientos.
Jesús ha actuado movido por su misericordia hacia los hombres y no queda
infdiferente ante el comportamientos de quienes son objeto de su favor. En este
caso experimenta la ingratitud de los nueve, como deja entrever la pregunta que
formula a los presentes, al presentarse el samaritano: “¿No han quedado limpios
los diez? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extrajero
para dar gloria a Dios?”. Jesús es sensible a la amistad, al afecto, al amor de
las personas, y también vulnerable ante el olvido, la ingratitud y las ofensas.
Esta sensibilidad de Jesús confirma su condición de hombre y permite valorar la
la grandeza de lo que supone la entrega a su pasión y a su muerte.
“Levántate, vete, tu fe te ha
salvado”. El samaritano no ha sido solamente curado de la lepra: se ha acercado
a Jesús. Jesús ha venido para acercar a Dios al hombre que se había apartado,
para hacerle partícipe de la misma vida divina. Dice al samaritano: “Levántate,
vete”: es la invitación que Jesús hace al samaritano y en él a todos nosotros
para que le sigamos, en su subida hasta la cruz. El samaritano del evangelio,
como Naamán el sirio de la primera lectura han creído, los dos han tenido fe y
han obtenido en primer lugar la curación externa de su lepra, y en segundo
lugar la purificación del espíritu, el reconocimiento de la acción divina que
les hace entrar en el camino de la salvación.
Para nosotros es importante fijarnos
bien en los dos tipos de fe que muestra el episodio de la curación de los diez
leprosos: La fe común a los diez leprosos, que les impulsa a implorar a Jesús
capaz de curarlos, y la fe propia del samaritano, el cual, al constatar que ha
sido curado gratuitamente, no duda en volver sobre sus pasos y de acercarse de
nuevo a Jesús para postrarse a sus pies, dando gracias y alabando a Dios. Como
el samaritanos volvamos hacia Jesús, para vivir con él y como él, aceptando con
él la cruz, para poder reinar con él para siempre.
viernes, 29 de julio de 2016
"EL AMOR NO PASA NUNCA"
La paciencia es la capacidad de padecer o soportar mucho sin alterarse, deprimirse y desanimarse. Es saber esperar cuando algo deseamos mucho. Es saber respetar el ritmo de crecimiento y conversión del otro.
La afabilidad es ser
agradable, dulce, suave, porque el amor no es ni agresivo, ni irónico, ni
cínico.
La envidia es
antagónica total con el amor. El verdadero amor está centrado en el otro y el
que envidia se alegra del mal ajeno o se entristece por su bien. Es un
sentimiento muy mezquino.
La presunción es una
forma de narcisismo, es vanagloriarse, estar muy pagado de uno mismo, es ser
autocéntrico, egocéntrico y alterocéntrico. El verdadero amor, al menos,
piensa en su hermano como en sí mismo.
El Engreimiento, es vanidad y
soberbia. El verdadero amor no busca destacar, sino que vive en la gratuidad,
en el amor como un don inmerecido.
Irritar es
provocar ira y la ira causa indignación o enojo. El amor lucha por la felicidad
y bienestar del otro.
El amor no es
mal educado ni egoísta y desde el amor, todo se soporta, se
sufre, se acoge con humildad.
Llevar cuentas
del mal es una forma de rencor. El que ama perdona y olvida. No
acusa de los pecados pasados del hermano ni se venga humillándolo.
Alegrarse de la
injusticia es incompatible con el auténtico amor, ya que el que ama
vive en la verdad y goza con ella y la injusticia es una forma muy cruel de la
mentira.
El que ama disculpa sin límites y disculpar es quitar la culpa de otro. Buscar razones para atenuar la responsabilidad moral del que ha obrado mal.
El que ama se
fía del otro sin límites, aunque tenga sospechas en contra. No duda de él.
El que ama
espera en el otro sin límites, no se desanima pensando que no hay
remedio para él. Que no tiene la solución, confía siempre en encontrarla.
El
que ama aguanta sin límites y lucha sin desfallecer por sostener al
otro, por no dejarlo caer. Sabe soportar lo adverso, lo desagradable, ama al
otro por lo que es y no por lo que hace.
sábado, 2 de julio de 2016
LA ALEGRÍA CRISTIANA !!
¿Hay
lugar para la alegría en un mundo tan lacerado por el dolor?
La
alegría verdadera, la que perdura por encima de las contradicciones y del
dolor, es la de quienes se encontraron con Dios en las circunstancias más
diversas y supieron seguirle. Y, entre todas, la alegría de María, como ejemplo:
“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está transportado de alegría en
Dios, mi salvador. El cristiano no puede
hablar de alegría sin hablar de la Cruz,
porque cuando ofrecemos nuestras propias
cruces amorosamente, Dios las transformará en alegría. “Los que sembraban con
lágrimas cosechan entre cantares, dice el salmo”.
Para el que vive así su vida cristiana la
ofrenda que hizo el Señor de Su propia Vida por nuestra redención cobra un
papel fundamental en su vida. El cristiano sufre, llora, tiene momentos amargos
y siente dolor como cualquier otro ser humano. Sin embargo, la opción por el
seguimiento de Jesús y la identificación con Él
en todo, también en el “acto supremo del amor”: pasión y muerte, le hace
encontrar sentido y utilidad salvífica a
todo el dolor que le toca vivir por la certeza de que no solo él sino también tantos
hermanos llegarán por el ofrecimiento de su sufrimiento, con Jesucristo a la Gloria
de la Resurrección. Entonces… “Vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Dios
transforma nuestro dolor en gozo, la pena en júbilo, la muerte en resurrección.
Y esta Resurrección en esperanza y en parte, de un modo muy real, comienza en
esta vida ya. Aunque llegará a plenitud en la otra.
A poco que hayamos vivido nuestro
cristianismo, todos hemos experimentado de una u otra forma, esta feliz
realidad.
lunes, 20 de junio de 2016
LA ALEGRÍA CRISTIANA I
Santo Tomás
de Aquino define la alegría como la
consecuencia del amor, es decir, la alegría es el brillo que existe cuando hay
amor, y es tanto más grande cuanto mayor es el amor y cuanto más noble es
aquello que se ama. La alegría es una de las características más
importantes de la vida cristiana.
Pero ¿qué
es la alegría? Cuando nos encontramos con aquello que amamos, sentimos alegría
y esta es tanto más grande cuanto es el amor que tenemos a lo encontrado. Concluye
Santo Tomás diciendo que la alegría en el cristiano, está en el encuentro con
Dios, que es encuentro con su amor infinito.
Entonces,
nuestra alegría tiene la medida del amor de Dios que hemos acogido en nosotros.
Y la alegría más grande, efectivamente, está en el amor más grande, pero el
amor más grande está en el amor que Dios nos tiene, es decir, que la
alegría más grande se da cuando reconocemos experimentalmente que Dios me ama.
Por eso cuando reconocemos y experimentamos en nosotros y a nuestro alrededor la
acción amorosa de Dios a través de tantas cosas, a lo largo del día y de los
días, nos sentimos alegres, incluso en los momentos más dolorosos de la vida.
La alegría más grande, pues, es saberse
amado por Dios. Es esa alegría, que nada ni nadie puede quitarnos. Por tanto nada
tampoco puede ocultar la profunda alegría al que se sabe amado por Dios.
HMJP
viernes, 20 de mayo de 2016
GRORIAL AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO
Este
domingo celebramos el gran amor que Dios nos tiene. Él nos invita a compartir
su propia vida trinitaria. Su vida es dar y darse. Por el amor del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo somos hijos de Dios. Por lo cual, cuando llamamos
Padre a Dios, expresamos el misterio más grande que existe, la “Trinidad
Santísima”. Dios mismo ha abierto su "corazón", su
"intimidad"; ha revelado que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un sólo
Dios y tres Personas que desde toda la eternidad viven en íntima comunidad, en
amor recíproco y la entrega más completa.
Este
Misterio trinitario es evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y
comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia.
El Nuevo Testamento, nos muestra con claridad una estructura trinitaria actuando en conjunto en la salvación, que ha
continuado en la Iglesia desde los orígenes, en la raíz de la fe viva de la
primera comunidad cristiana haciéndose presente, principalmente, en el acto del
bautismo de cada uno y en la expresión de fe del mismo Bautismo encuentra su
plenitud. “…Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
santo.”
La
Solemnidad de la Santísima Trinidad nos recuerda cada año más viva e
íntimamente que Dios Padre quiere venir a vivir en nosotros y con nosotros, y
que debemos crecer en el deseo de estar siempre con el corazón abierto a la
acogida de la presencia Trinitaria en un continuo ¡Gloria al Padre!
Nos
recuerda también que el Hijo, Jesús, la Palabra, nos invita a escuchar del
Padre: “eres mi hijo, eres mi alegría” y que debemos acoger esta Palabra en nuestro interior y vivir en un
continuo ¡Gloria al Hijo!
Y por
último, nos recuerda que debemos estar a la escucha, porque el Espíritu Santo
grita en nosotros, que somos hijos en el Hijo y por tanto hermanos en Él y por
Él, que debemos tener continuamente nuestras manos extendidas, acogiendo a
todos los hombres y mujeres en su diversidad de rostros, viviendo en un perenne ¡Gloria
al Espíritu Santo!
viernes, 6 de mayo de 2016
VOY A PREPARAR UN LUGAR PARA VOSOTROS EN EL CIELO
La
Ascensión clava nuestra esperanza de forma indemne nuestra en propia felicidad
eterna. Así como Jesús, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo glorificado
al cielo, así tú, yo y todos los fieles
que se esfuercen en entrar y vivir el misterio, subirá para nunca bajar, para
quedarse para siempre allí.
La
Ascensión, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse vivir
mirando siempre al suelo. Es un deseo continuo de Subir, siempre subir; querer ser otro,
distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo
espiritual. Cuando uno se para, enferma; cuando uno se para definitivamente, ha
comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta
tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi
meta, esa es mi cima, tu meta, tu cima.
Al
ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los
hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había
escrito el nombre de todos, de cada uno, en el cielo, tu nombre y el mío, el de
cada uno. El Cielo es tuyo, el Cielo es mío, es nuestro, do todo el que tiene
ese deseo constante y creciente de subir. Es preciso que nos preguntemos, al
menos de vez en cuando: ¿Subimos o nos quedamos? Recordemos siempre que Jesús subió a “preparanos
un lugar”. Si no subimos, lo perdemos. ¡Cómo debe emocionarnos esto: Dios mismo preparando un lugar, mi lugar, en
el cielo.
Dios creó al hombre, a ti y a mí
concretamente, para que, al final, vivamos eternamente felices en la gloria. Si
nos disponemos a subir, Dios consigue su plan, y nosotros logramos nuestro
sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...
¡Con
cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos compañeros
de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no quiso... Se salva
sólo quien quiere salvarse. El nos ofrece la salvación, cada uno debemos
aceptarla y acogerla.
Si
Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, no quisieron
aceptar su salvación. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti y
por mí, cuando le hemos cerrado la puerta de nuestra alma. Ojalá que esas
lágrimas, sumadas a su sangre, logren llevarnos con Él al Cielo.
Si
le pedimos con la misma sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de mí,
Señor, cuando estés en tu Reino", no hay duda de que escucharemos también:
"Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en
el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida".
Dios
a través de la Segunda Persona de la Trinidad –El Hijo- nos ha regalado al
Cielo, para nosotros, es hora de responder. No podemos vivir sin su amor. La
vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y amarguras. Amar
es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que infinitamente nos ha
amado. El Cielo lo grita: Dios es amor.
La
ascensión nuestra al cielo, será el último peldaño de la escalera que tenemos
que subir; será la etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos
pensar en ella, soñar con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo
será muy poco para conquistarla. Después del Cielo sólo sigue el Cielo. Todos
nuestros anhelos más profundos y entrañables, estarán, por fin, definitivamente
cumplidos.
Al
final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por
nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume
bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y “la Eterna
Felicidad” el Cielo, para quien la desee de Verdad.
sábado, 26 de marzo de 2016
"RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA" ¡ALELUYA!
Ha llegado la Pascua , Cristo ha
resucitado y todos los creyentes nos sentimos felices. Quizá porque ha acabado la Cuaresma y ya podemos
dejar los ejercicios ascéticos (si los hemos practicado) empezando por el ayuno,
y para eso nada mejor que empezar por una buena comida. Psicológicamente está
comprobado que cuánto más una persona se ha esforzado en la ascesis cuaresmal,
cuando acaba la Cuaresma ,
esta tensión explota y muchas veces se da el fenómeno contrario y se piensa en
liberarse de tanto sacrificio buscando el placer con más denuedo que antes de
empezar el período Cuaresmal.
Así es, la conversión no es algo triste y
penoso, es algo maravilloso pues nos ayuda con la gracia de Dios a vivir más
íntimamente en unión con Él. A vivir en lo más profundo de Su compasivo y
misericordioso Corazón recibiendo sin cesar ríos de bendiciones. Podríamos
decir sin miedo a equivocarnos, que Dios es también alegría, Felicidad, Dicha,
Gozo…, por tanto, cuánto más nos identifiquemos con Cristo, cuánto más seamos
morada de la Trinidad ,
cuánto más amemos con el mismo amor de Cristo (sólo posible si vivimos de, en y
por Su Amor) más felices seremos sin
duda alguna.
sábado, 5 de marzo de 2016
HIJOS PRODIGOS Y PADRE MISERICORDIOSO
“El
padre” Simboliza a Dios Padre y refleja su misericordia y su amor gratuito
hacia cada uno de nosotros, que con más o menos conciencia de esta realidad,
somos pecadores que deseamos no serlo, por lo que, en algunos momentos de
nuestra vida, al menos, pedimos perdón a Dios de una u otra forma.
Esta
parábola también refleja mi historia, tu historia, la historia de cada uno. Es
la historia de nuestra rebeldía, por no aceptar a Dios como Padre y Señor.
Tantas veces, elegimos no quedarnos en la casa paterna, y preferimos vivir
peregrinos en el pecado o al menos en una vida de relación con el Padre muy
mediocre e interesada, como era el caso del hijo mayor.
Mas nuestra lejanía de la casa paternas tiene consecuencias dolorosas que se
van intensificando con el tiempo y eso nos hace recordar los beneficios de
estar junto al Padre. Entonces decidimos volver con plena conciencia de que el
amor Paterno no nos ha abandonado.
El
Padre deja marchar al hijo porque respeta su libertad. El adulto es consciente
de lo que quiere, hace y cuáles son sus prioridades. Tantas veces a lo largo de
nuestra vida, preferimos conscientemente disfrutar de la hacienda que como
hijos nos corresponde más que del amor que El Padre nos está ofreciendo
continuamente, que no tenemos ningún reparo en decirle: tengo cosas
mías y no quiero que interfieras en ellas, no me controles en nada; ya decidí
independizarme de Ti. Malgastamos la herencia recibida y nos quedamos sin
posibilidades de supervivencia, en nuestro caso, espiritual. Un día, la memoria
de la ternura paterna que habíamos despreciado se despierta, y decidimos
regresar a casa, mostrándonos humildes para ser admitidos.
El Padre que no deja de esperar nunca el regreso del hijo que se ha alejado,
sale a nuestro encuentro habiendo perdonado, antes de que hayamos expresado con
palabras nuestro arrepentimiento. El cariño, la compasión y el amor son
atributos de la naturaleza de Dios.
Igual
que con el hijo pródigo del Evangelio, Dios no reniega de nosotros, no nos
reprocha nada cuando volvemos, no nos reprueba por haber malgastado la hacienda
-tantos valores, tanta gracia santificante, tanto amor derrochado con nosotros
y en nosotros-. Todo está olvidado cuando queremos seguir con él, caminar en su
presencia amorosa. Basta con que queramos aprovechar su ese amor de Padre
Todocariñoso, disfrutando de su interminable abrazo de bienvenida. Porque este
abrazo remedia el corazón del hijo herido que soy yo y eres tú y cada uno de
nosotros. Es por este amor, por el que queremos reconciliamos con Él para
siempre.
Y
para terminar, el padre no solo se alegra del regreso de su hijo, sino que
quiere que toda su casa comparta esta alegría. Festeja junto con todos, el
regreso de su hijo pródigo. Así es el comportamiento de Dios con nosotros.
Entonces no podemos dudar ya, que el arrepentimiento otorga una vida total,
porque “Dios es la vida del hombre”, es decir, el pecado es muerte, y la “vida
verdadera” es retorno desde aquella perdición.
El
Padre celestial nos espera y se alegra con nuestro regreso para llevarnos de la
oscuridad hacia la luz, de la muerte a la vida. Es por eso que nuestra “vida
verdadera” depende de nuestro regreso a Él. Regreso que se da día a día y
momento a momento, en ese continuo deseo de retorno a Dios.
Entonces,
entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de
regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de
Jesús resucitado.
Entonces,
entendamos que el camino de la cuaresma expresa tanto nuestra voluntad de
regresar a la Casa Paterna, como nuestro anhelo de ver el radiante rostro de
Jesús resucitado.
H.MJP
sábado, 20 de febrero de 2016
SU ROSTRO RESPLANDECÍA COMO EL SOL
Lo
que la Iglesia
celebra en la fiesta de la
Transfiguración es la revelación de Jesús como Hijo de
Dios. Los apóstoles se dieron cuenta de que en Cristo “habita toda la
plenitud de la Divinidad ”.
En él se muestra la meta hacia la cual
avanzamos por la fe. Jesús se les muestra transfigurado antes de la Crucifixión , a fin de
que ellos sepan quién es el que sufrirá por ellos, y qué es lo que
Él, que es Dios, ha preparado para aquellos que le aman. Es decir, Jesús se
manifiesta ante sus discípulos como lo que Él es, como Hijo de Dios. Pero
también indica lo que somos nosotros para Él y a lo que estamos llamados.
Cuando
Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus
vestiduras blancas como la nieve, no está viendo simplemente a Cristo, sino
que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Ve el
estado en el que nosotros viviremos por la eternidad.
Es un misterio el que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Él mismo se convierte en la garantía, y da certeza de que, nuestra persona humana, nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no desaparece, no se acaba.
Está muy dentro del corazón del corazón humano el anhelo de felicidad, y de plenitud. Buscamos y hacemos muchas cosas para encontrarla y conseguirla, pero nunca la encontraremos si no es en Cristo, porque la felicidad esta unida a Él. Por eso
Este
pasaje del Evangelio nos está diciendo que la felicidad es tener a Cristo en el
en y con nosotros como el único que llena el alma, como el único que da sentido
a todas las obscuridades y sufrimientos, y eso es lo que hace exclamar a Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Porque
tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad nos introduce en el reino de Dios cuya ley es
el amor, fuente de alegría y de paz.
Ojala que
contemplando a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta verdaderamente de que ésa
es nuestra identidad, de que ahí está nuestra auténtica felicidad. Una
felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la
comunión, de la comunión con Él y con los hermanos. Una felicidad que no va a
significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios en cada uno y en todos,
en toda nuestra vida. Una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese
estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él.
H.MJP
sábado, 13 de febrero de 2016
Reflexión cuaresmal: No solo de pan vive el hombre
![]() |
No sólo de pan vive el hombre, si no de toda palabra que sale de la boca de Dios, |
El Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma con una enérgica llamada por parte de la Iglesia a la preparación
de la Pascua
que se avecina y a la definitiva en el Cielo. En esta espera que es nuestra
vida terrena, seremos conducidos como Jesús al desierto. El Tentador
aprovechará nuestra hambre de éxito y bienestar para sus engañosas ofertas.
Como Jesús debemos responder que no sólo de eso vive el hombre.
Hay en nosotros impulsos malos que el Diablo aprovecha para excitarlos:
la comodidad, la sensualidad, la ambición, la envidia, que desata la lengua y
vierte en los demás el veneno de la crítica, la agresividad y el deseo
inmoderado de imponernos a los demás... Todo un elenco de malicia que dañan a
quienes nos rodean y también a nosotros mismos.
Mas todos estos sentimientos malos no debemos permitir que nos desorienten
ni desanimen, sino que debemos, con la ayuda de Dios, luchar por combatirlos no
consintiéndolos. Es más, las tentaciones desempeñan un importante papel en la
madurez que se nos está llamado a alcanzar. "Nuestra vida, dice S.
Agustín, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza
por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado,
ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado"
y la Carta de
Santiago en 1,12, también afirma: "Dichoso el varón que soporta la
tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió"
En uno de sus Sermones, el Santo Cura De Ars decía: "Si preguntáis a
ese parroquiano de la taberna si el demonio le tienta, os responderá que no,
que nada le inquieta. Interrogad a esa joven vanidosa cuáles son sus luchas, y
os contestará riendo que no sostiene ninguna, ignorando totalmente en qué
consiste ser tentado. La tentación más dañina es no ser conscientes de que
somos tentados. Esa es la mayor victoria del demonio sobre nosotros, mantener
nuestra conciencia cerrada a nuestra capacidad de pecado y al pecado mismo.
Pidamos con insistencia al Señor
que mantenga nuestros ojos abiertos a la luz se su amor misericordioso, sólo
así seremos capaces de vernos tal como somos y estar atentos a las “insidias
del enemigo que como león rugiente ronda buscando a quién devorar, para que
resistamos firmes en la fe”.
sábado, 30 de enero de 2016
IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
“Os aseguro que ningún profeta es
bien mirado en su tierra”. Estas palabras que san Lucas pone en labios de Jesús
rezuman tristeza y desánimo. El Hijo de
Dios que se había hecho hombre para llevar a los hombres a la amistad con Dios,
ha de enfrentarse con la indiferencia y la oposición de aquellos mismos a los
que quería salvar. Pero esta actitud negativa de sus contemporáneos no lo
arredra, antes bien le estimula a mantenerse fiel a la misión que el Padre le
ha encomendado y lo hará hasta que, el viernes santo desde la cruz, podrá decir:
“Todo está cumplido”.
La
primera lectura habla hoy del profeta Jeremías. Hombre pacífico y sensible, fue
escogido por Dios para invitar a su pueblo a la conversión, en uno de los
períodos más dramáticos de la historia de Israel, y la misión de transmitir la Palabra de Dios que se le
había encomendado cuestionó las ilusiones y seguridades de su tiempo. Dios
había prometido a Jeremías su ayuda, pero el profeta vivió angustiado y
dolorido tanto por el contenido de su predicación como por la dureza de corazón
del pueblo a quien iban dirigidos los mensajes. Sin embargo, sus luchas
interiores y sus desánimos no pudieron quebrantar su fidelidad a Dios ni
inducirlo a retirarse de la brecha. La figura de Jeremías anuncia los rasgos
característicos del Siervo de Dios, fiel hasta la muerte, que encontrará su
realización plena en Jesús, el Profeta por excelencia.
Ni
Jeremías ni Jesús cayeron en la tentación en la que han caído infinidad de
profetas a lo largo de la historia: la de substituir el mensaje recibido de
Dios por un propio mensaje, atenuando las exigencias de la Palabra de Dios, para
evitar el rechazo, y ser escuchado por un público más numeroso. En distintas
ocasiones el evangelio muestra como Jesús no cede nunca ante la tentación de un
mesianismo fácil, orientado a evitar roturas, o buscar componendas. “Haz
también aquí, en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”, le
decían a Jesús sus conciudadanos. Jesús, a menudo, para confirmar sus palabras
y fortalecer la fe de quienes le
escuchaban, hacía signos y milagros. Pero su misión no maravillar sino invitar
a la fe. Sus conciudadanos de Nazaret le piden milagros pero al mismo tiempo no
demuestran una disposición a creer. Pero Jesús no cede, no se deja
instrumentalizar. Y esta actitud de firmeza y fidelidad debería hacernos reflexionar
seriamente y revisar nuestra actitud ante el mensaje del evangelio, para
constatar cómo respondemos.
Tal
como ha afirmado el Concilio Vaticano II, todo cristiano, en virtud del
bautismo y de la confirmación que lo han configurado con Jesús, está llamado a
ser profeta, para anunciar el evangelio, para denunciar el mal y la injusticia,
el egoísmo y el odio, la envidia y el afán desordenado de poder y de bienes
materiales. Pero esta actitud no se puede ejercer sin más: reclama una
experiencia de Dios que es fruto de una actitud de escucha de la Palabra y de fidelidad en
la plegaria, en el cumplimiento de la voluntad de Dios en cada momento de la
vida. La llamada a ser profeta requiere una respuesta de parte nuestra, una
disponibilidad cargada de exigencias.
En
la segunda lectura recuerda una página de la primera carta de san Pablo a los Corintios,
conocida como el himno de la caridad. La caridad, tal como la describe el
Apóstol, es en el fondo la actitud fundamental que el cristiano ha de vivir y
mostrar si quiere ser verdaderamente profeta, si quiere hacer llegar a sus
hermanos el mensaje de salvación que Dios nos ha manifestado a través de su
Hijo hecho hombre. Ya podría tener el don de profecía, decía Pablo, y conocer
todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas;
si no tengo amor no soy nada. Los hombres de hoy están cansados de palabras:
quieren hechos y la experiencia de un amor vivido hasta el fin es el mejor
argumento para hacer comprender un mensaje. Vivamos pues en el amor y cuanto
intentemos decir con nuestros labios podrá ser acogido con benevolencia por
quienes nos escuchan.
viernes, 22 de enero de 2016
LITURGIA: Tiempo Ordinario
El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que debemos vivir gozosamente en cada momento del día, ya que es un Tiempo Litúrgico para contemplar a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, lo vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, lo vemos ir y venir, desvivirse por cumplir
Así
también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra
fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima
de Dios. Pero esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante las
33 semanas (aunque esté dividido en dos partes por otros tiempos litúrgicos)
dedicadas a este Tiempo Ordinario.
Crecer… el que no crece, se estanca, enferma y hasta puede morir. Debemos crecer en nuestro vivir diario: en la vida espiritual, en la vida profesional, en la santificación de nuestra tareas diarias: -cada cual tenemos las nuestras- mas, también y podemos afirmar, que sobre todas estas cosas, crecer en nuestra relación con los demás. Debemos crecer aún a pesar de nuestros sufrimientos y dificultades, éxitos, fracasos. Incluso vivir el sufrimiento, como una gracia de Dios muy especial, porque nos ofrece la ocasión de ejercitarnos en las virtudes. Con ello, el Tiempo Ordinario se convierte como en un gimnasio espiritual auténtico, para crecer en la identificación con Jesucristo en el acto supremo del Amor al hombre. Es decir, nos ayuda muy eficazmente a encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, nos ejercita en las virtudes cristianas y nos hace crecer en santidad, que es la santidad de Dios hecha vida en nosotros. Es así como todo en nosotros se convierte en tiempo de gracia de Dios, en tiempo de salvación y santificación.
De este modo,
todo es gracia para quien está atento al querer de Dios y lo vive con fe y
amor, haciéndose realidad lo que rezamos en el prefacio VI dominical de la
misa: “En ti vivimos, nos movemos y
existimos y todavía peregrinos en
este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que
poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque
tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los
muertos”.
Rogamos al Espíritu Santo que nos enseñe a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, y que no nos deje decaer nunca en la desesperanza, sino que nos haga crecer en el deseo continuo de vivir intensamente ese tiempo de gracia y salvación. No hay duda que así también es como encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día, viviremos las virtudes teologales en cada momento sin demasiado esfuerzo casi con naturalidad. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios está pasando por nuestro camino, lo recorre con nosotros y lo va santificando todo.
Rogamos al Espíritu Santo que nos enseñe a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, y que no nos deje decaer nunca en la desesperanza, sino que nos haga crecer en el deseo continuo de vivir intensamente ese tiempo de gracia y salvación. No hay duda que así también es como encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día, viviremos las virtudes teologales en cada momento sin demasiado esfuerzo casi con naturalidad. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios está pasando por nuestro camino, lo recorre con nosotros y lo va santificando todo.
Pues como
vamos viendo, el Tiempo Ordinario litúrgico nos enseña y posibilita Mirar a
Cristo Apóstol que desde temprano ora a su Padre, y durante el día se desvive
llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su
Padre, que lo consuela y lo llena de su infinito amor, de ese amor que nos
comunicará a raudales.
Cristo Jesús, en este Tiempo Ordinario, déjanos acompañarte para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Queremos caminar contigo siempre, queremos ser santos para contigo santificar y elevar nuestro mundo.
Cristo Jesús, en este Tiempo Ordinario, déjanos acompañarte para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Queremos caminar contigo siempre, queremos ser santos para contigo santificar y elevar nuestro mundo.
H. MJP
viernes, 15 de enero de 2016
Jesús y María en las bodas de Caná
Los efectos de la presencia
de Jesús María su Madre, en el corazón de los acontecimientos humanos, en el
caso concreto de las bodas de Caná de Galilea, suelen ser bien visibles para el
que esté dispuesto a aceptar esa,
realidad.
Jesús y María, aunque sea con intensidad diferente, hacen presente
la acción de Dios en todo lugar que se encuentren y donde está Dios, hay amor
actuante, porque Dios es amor y el amor nunca es extático. Allí, donde hay
amor, hay gracia y milagro. Hay milagro,
porque la acción de Dios en el hombre es un milagro. Dios es el bien, la
verdad, la belleza, la abundancia. Así como cuando el sol despliega sus rayos
en el horizonte, la tierra se ilumina, recibe calor y da su fruto. Cuando
dejamos los rayos del amor de Dios se acerquen nos iluminen y den su calor, el
bien, la paz, la belleza, la felicidad crecen en los corazones y los van
transformando en vida de Dios en nosotros.
La mediación que Dios ha escogido para hacerse presente entre los
hombres y comunicarse en la intimidad y profundidad con ellos, es Jesucristo.
La obra de Dios llega al corazón del mundo por su Humanidad y, secundariamente,
por la presencia de María. Poco o casi nada, sabían los novios de Caná a quién
habían invitado a su boda. La invitación a la boda respondía a un vínculo de
parentesco o amistad. Sin embargo, Jesús y María aceptaron la invitación porque
era la forma de estar cerca y actuar amorosamente y en aquél momento, en
aquella familia y aquellos invitados.
Ahora sigue aceptando con amor nuestras invitaciones a participar en los
acontecimientos más importantes de nuestra vida, pero también en todo momento,
porque quiere estar a nuestro lado para poder salir en nuestra ayuda en todas
nuestras necesidades, también en las humanas. Entendamos que desear y pedir que
Jesús y maría estén presentes en cada momento de nuestra vida, es darles
oportunidad de que sus rayos de luz y amor, vayan transformándonos en tierra
fecunda que da frutos de amor abundantes.
Acerquémonos
de este modo, también nosotros a la humanidad de Jesús, donde siempre está
presente maría, tratando de conocer y amar más y de manera progresiva, su
trayectoria humana, escuchando su palabra, creciendo en fe y confianza, hasta
ver en Él el rostro del Padre.
viernes, 4 de diciembre de 2015
PREPAREMOS LOS CAMINOS DEL SEÑOR
«Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad
sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo
escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo
escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
Juan Bautista
nos exhorta que nos preparemos para
encontrarnos con Dios. Nuestra vida tiene que reflejar en todo momento que
somos cada uno de nosotros, los hombres y mujeres, la comunidad de los
creyentes, los que nos ponemos en camino. Sin embargo, es preciso recordar que
si nos podemos encontrar con Dios es, en primer lugar, porque Él sale a
nuestro encuentro. Él tiene la iniciativa en la relación con el hombre,
nosotros la respuesta.
En este
encuentro, Dios nos pone todas las facilidades y nos hace propicio el camino:
"Dios ha mandado abajarse a todos
los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen
los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad,
guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes
hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de
su gloria, con su justicia y su misericordia". Israel ahora somos cada
uno de nosotros, es la comunidad eclesial a la que pertenecemos es la Iglesia entera.
En la relación
entre Dios y las personas, en este encuentro que preparamos en el tiempo del
adviento, la iniciativa es de Dios. El camino que lleva a Dios no lo hemos
construido nosotros, es Dios quien lo ha trazado en la vida y obra de su Hijo
Jesucristo.
Este
encuentro con Dios, de da porque primero Dios del hombre y la respuesta del
hombre se da hoy y aquí con cada uno de nosotros. Entonces, en Belem, fue una
presencia real, y hoy es un encuentro real, con las connotaciones históricas y culturales
propias de nuestra época. Pero para que el encuentro se pueda realizarse, el hoy
hombre también tiene que andar su parte de camino.
"Preparad el camino al Señor". El
camino, se prepara con frutos de justicia: "así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de
frutos de justicia..." No podemos olvidar que el mejor modo de estar
dispuestos a recibir a Cristo en nuestra vida es una vida repleta de frutos que
se corresponden con la voluntad de Dios. La justicia divina es lo que se ajusta
a la voluntad de Dios. Lo que se ajusta a la voluntad de Dios es el amor. Amor
a Dios mismo, como correspondencia, amor a los hermanos y a todo lo creado y
redimido por Él.
Para que todo
eso pueda darse, debe haber un cambio de mentalidad y proceder en nosotros, eso
significa que tenemos que ir disponiéndoos una identificación creciente con
Jesús, para parecernos más a él cada día
en todo.
Juan, el
bautista habla de un bautismo de
conversión. Y es que ese cambio es precisamente un camino de conversión.
Nuestro bautismo es una continua llamada a convertirnos a un cambio de
actitudes, es una invitación a vivir cada momento de nuestra vida en común-unión
con Dios. Y así se hace plena realidad la buena noticia, porque es “real” que Dios está cerca de nosotros, con
nosotros, en nosotros. El está viniendo en cada persona y acontecimiento, está
llamando a la puerta de nuestro corazón con su mano divina, invitándonos a
caminar juntos, a mirar juntos hacia el mismo horizonte.
Pero como
hemos dicho, la conversión solo se dará si estamos dispuestos a salir de
nuestro aislamiento, a dejar esa soledad egoísta en la que a menudo nos
escondemos para que no nos moleste nadie, y abrir nuestro corazón a este Dios
que llega. No podemos dejar que los valores de este mundo se metan en nuestro
modo de pensar y actuar, valores que, si no estamos vigilantes entran muy
sutilmente en nuestros sentidos nos incapacitan para encontrarnos con Jesús.
Estos valores del mundo son entre otros:
el tener, el poder, la fama, el relativismo, consumismo, el hedonismo etc. La
sociedad de hoy en general es lo que vive. Frente a ellos hay que poner los
valores del amor, el servicio y la humildad.
.
Es preciso
manifestar con toda nuestra vida que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios, que hay otros valores más importantes por
los que merece la pena luchar.
Dios está
continuamente en camino hacia el hombre, hacia ti, concretamente, allanando tu
camino, llamándote por medio de los profetas. Si quieres caminar hacia su
encuentro tienes que hacerlo con frutos de justicia y con la conversión del
corazón, superando los obstáculos de los valores del mundo.
Que el Señor
nos ayude a dejar nuestro aislamiento y a salir a su encuentro, para que unidos
a nuestros hermanos acojamos felices su venida. Caminemos unidos. Salgamos
juntos al encuentro de Dios que se hace niño para compartirse, darse, entregarse
y regalarnos la salvación.
sábado, 28 de noviembre de 2015
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2015
El Adviento se
caracteriza por ser un tiempo de esperanza. La espera del nacimiento de
aquel que será luz y gloria de las naciones, también de la nuestra, que lo
necesita con urgencia. El Adviento es, pues, una invitación a esperar con
alegría el nacimiento de Jesús, y además es también una llamada a vivir con
ilusión la fe en Él.
El tiempo de la espera es tiempo
necesario e importante. Es en la espera donde tenemos la posibilidad
de ser y hacer lo que realmente elegimos personalmente. Es en “la espera del Señor” donde vamos
demostrando que vivimos en su presencia. Se prepara la venida del Señor
viviendo en su presencia, mientras esperamos que venga.
En este primer domingo de Adviento estamos invitados a hacernos la pregunta por qué y por quién viene Señor. El creyente es un esperador de Dios; el creyente vive en la esperanza de Dios. El Señor viene, en el Señor espero, en el Señor he puesto mi esperanza. Son frases que resumen la convicción profunda del creyente. La esperanza hace vivir al creyente de manera diferente a todos los demás hombres. Mientras los demás tiemblan, él permanece en pie.
El peligro del creyente y de
todo hombre reside en que se nos embote la cabeza con otras esperanzas menores,
a las que les damos el rango de mayores. Todo lo que nos aparta de vivir en
presencia del Señor se convierte en posibilidad de embotamiento de nuestro
corazón. El creyente vive el mismo mundo, los mismos acontecimientos que los
demás, pero los vive con otra perspectiva: los vive en esperanza por que apuesta
firmemente por algo que no falla: la
venida del Señor. El Señor, a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos, vendrá. Esta es la convicción que vence todo
temor y toda angustia.
La vida en esperanza es la que
crea esperanza y abre a otros a la esperanza. Creer en la esperanza y crear situaciones de esperanza, es dar razones para
que otros confíen y esperen. Lucas apunta una manera de vivir la esperanza y en
esperanza: la vigilancia y la oración. La desesperanza se apodera de nosotros
cuando no somos capaces de ver de cerca al Señor o cuando lo perdemos de vista
o cuando no nos relacionamos con él y
vivimos como si no estuviera presente, por eso no es una espera de brazos
cruzados, sino activa.
Hay que velar, estar Despiertos y atentos para descubrir a Dios
cerca de nosotros. Despiertos y atentos para verle en nuestros hermanos que sufren
y en los más necesitados. Solo así podremos experimentar que Él nos fortalece, nos
colma y nos hace rebosar de amor internamente. No hay otra manera de vivir la
fe, de reconocer a Dios en nuestra vida, que a través del amor. La fe nos mueve
a la esperanza y también a la caridad. Y al mismo tiempo, la esperanza y la
caridad fortalecerán nuestra fe.
En este tiempo
de Adviento estamos llamados a permanecer vigilantes y activos frente a tantas
necesidades que hay a nuestro alrededor. El nacimiento de Jesús fue motivo de
alegría para los más pobres, los pastores, que pasaban la noche al raso.
También lo ha de ser para los pobres de hoy, para los necesitados, para
nuestros vecinos, para los que se han quedado sin trabajo, para los que buscan
refugio porque se ven obligados a huir de su país, para aquellos que sufren las
consecuencias de las guerras y de cualquier clase de violencia. Para que no
pierdan la esperanza, para que no la perdamos nosotros tampoco. El Señor nos invita a mirar la vida con la
cabeza alta. Él viene a nuestro encuentro. "Levantaos, alzad la cabeza, se
acerca vuestra liberación". Es todo un Dios que se hace niño, el que se
hace pobre, el que emigra y busca refugio en otro, es decir, se hace extranjero,
se hace cercano, humilde, pequeño… para hacernos a nosotros grandes.
Queramos, al
menos desear vivir el Adviento con fe, con esperanza y con amor. Tenemos por
delante cuatro semanas para ir con
atención al encuentro de Dios, para no perdernos
su venida. Cuatro semanas de estar despiertos, con la cabeza alta,
esperando nuestra liberación.
MARANATHA -VEN SEÑOR JESÚS-
sábado, 21 de noviembre de 2015
VEN A REINAR EN NUESTRAS VIDAS SEÑOR
![]() |
"MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO" |
Último domingo del año litúrgico. Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos a Cristo como el Rey del universo. Es decir, celebramos la pertenencia de todo y de todos a Dios. Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.
Celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones, deseándolo con intensidad, Este deseo es decirle que sí, es abrirle la puerta de nuestra vida, de nuestro corazón para que reine y en él. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos, en nuestros hogares, comunidades, empresas y ambiente en general.
Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo: “es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”; “es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”; “es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será grande. Aunque ese crecimiento no sea visible y nadie sepa cómo ni cuándo, será eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de orar y predicar para extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su oración, predicación y extensión, debe ser el centro de nuestro afán y vida como miembros de la Iglesia. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de cada uno en su medio. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas, ellas nos sirven de estímulo y ejemplo.
Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo: “es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”; “es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”; “es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será grande. Aunque ese crecimiento no sea visible y nadie sepa cómo ni cuándo, será eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de orar y predicar para extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su oración, predicación y extensión, debe ser el centro de nuestro afán y vida como miembros de la Iglesia. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de cada uno en su medio. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas, ellas nos sirven de estímulo y ejemplo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)