El último
día del año es un buen día para recordar el principio. Quizá por eso la
liturgia nos hace leer las palabras iniciales del Evangelio de S. Juan, para
que se convierta en la clave de comprensión de todo lo que sucedió después. Sin
embargo, sería un problema comentar todo su contenido. Sin embargo, sí podríamos fijar nuestra atención en un detalle del mismo: la
ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo. Toda vida, para ser vivida, necesita riveras o espacios de descanso
relax o recreo. La Ley, de la que habla el Evangelio, nos es tan necesaria como
un árbol joven necesita un soporte para crecer hacia arriba. Pero la Ley no
basta. Toda vida, para ser verdaderamente digna de ese nombre, necesita no sólo
normas, sino sentido. Jesús es quien vino a traernos el sentido. Y es siempre
una experiencia de gracia y de verdad. La gracia es la experiencia de la
verdad, es sentirse amado, sentirse de alguien, sentirse único. La verdad es la
experiencia de la gracia que se convierte en dirección, orientación, sentido,
camino. Deberíamos preguntarnos cuánta gracia y verdad ha habido en nuestras
vidas este último año. Cuánta gracia y verdad hemos desperdiciado porque hemos
vivido sin método. Y cuánta gracia y verdad nos han salvado la vida. Este es
nuestro examen de conciencia que siempre debe terminar con un «gracias». Porque
el mayor regalo es sentir gratitud por las cosas buenas, pero también por lo
que hemos aprendido de las malas. La gratitud es el esplendor de la Palabra que
ha vencido las tinieblas del mundo, y de nuestro corazón. El diablo teme la
gratitud, siempre querría que viviéramos con culpa y arrepentimiento. No le
demos el gusto. Vivamos tal como S. Juan
nos presenta en su evangelio, el
movimiento de un fluir de Dios hacia nosotros: el trayecto de vida es de arriba
hacia abajo, de lo divino a lo humano y de las tinieblas a la luz. Con este
obrar incesante, Dios nos busca. Con este llegar hasta nosotros, quiere elevarnos.
Con esta presencia del Hijo en nuestro mundo, quiere que todos redescubramos
nuestra condición de hijos e hijas muy amados.
Jesús es el Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo
para hacernos conocer al Padre. De este modo, este tiempo de Navidad es una
oportunidad para dejarnos envolver por el Misterio de Dios; porque Él, siendo
grande se hizo pequeño, rompiendo con nuestras pretensiones; porque Él, que
siendo rico se hizo pobre, nos invita a ser agradecidos y a moderar nuestros
deseos; porque Él, que siendo Dios se hizo hombre, ha proclamado la cercanía y
la proximidad como características propias de la naturaleza divina… así ha
decidido confiar y creer en nosotros, no por nuestros méritos sino por pura
iniciativa suya. Esto los lleva a disfrutar descansando en la rivera de su
presencia amorosa en el mundo en cada uno de nosotros. Hoy podríamos preguntarnos
con sinceridad ¿qué está originando en mi esta “Dios-con-nosotros”?.
martes, 31 de diciembre de 2024
Reflexión Evangelio: Juan 1, 1-18. (31 de diciembre).
lunes, 30 de diciembre de 2024
Reflexión: Presentación de Jesús en el templo, Lucas 2,36-40.
A la historia de Simeón, el Evangelio de hoy añade la de Ana. Si Simeón es el icono de la espera, Ana lo es de la fidelidad. “Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel (...). Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años después de casarse, enviudó y ahora tenía ochenta y cuatro años. Nunca abandonaba el templo, sirviendo a Dios día y noche con ayunos y oraciones. La suya es la fidelidad a la realidad tal como la vida se la puso delante. No hay victimismo, ni depresión, ni cerrazón, ni ira en esta mujer. Ha convertido la tragedia de perder a su marido a una edad temprana en un servicio. Su oración no es una ocurrencia tardía o un llenar un vacío, es una elección consciente de seguir siendo fructífera y amorosa a pesar de todo. También ella, que puede no haber tenido hijos, trabaja como una madre y esposa extraordinaria, «noche y día», nos dice el Evangelio. Pero ella ha sustituido la santidad de las cosas de familia por 'ayunos y oraciones'. Ana es la anti-bigot. No es la imagen de esas mujeres molestas que sueltan rosarios y cotilleos y son todo rezos y asuntos ajenos. No, es alguien capaz de ayunar. Y el ayuno es también una cuestión de lenguaje. De hecho, es el ayuno lo que más pesa. A esta mujer, Jesús le hace el regalo de ver en pañales al Mesías, al Dios hecho niño: «Cuando llegó, también ella se puso a alabar a Dios». Ana nos muestra así que la Navidad es también el cumplimiento de vidas que parecían a medio vivir. De vidas que podrían haber suscitado la duda de un destino adverso. Todos nosotros podemos a veces mirar nuestras vidas y pensar que hay demasiados agujeros, y demasiadas torceduras como para poder decir que hemos tenido una vida con suerte y plena. Pero la plenitud de la vida no depende de lo que nos sucede, sino de lo que encontramos en lo que nos sucede. Ana, en sus vicisitudes personales de viudez y esterilidad, no llegó a esa objetiva plenitud, sin embargo, tuvo la alegría de encontrarse con Cristo. Es este “encuentro” el que da sentido a su vida, no los meros acontecimientos tal como le sucedieron. Es así como Ana nos enseña a tener fe en que el tiempo de Dios no es el nuestro. Nos enseña a tener confianza incluso si la promesa de Dios tarda más de lo que nos gustaría; nos enseña que cualesquiera que sean las dificultades que hemos tenido en el pasado, Dios no nos abandona y tenemos la posibilidad de poder quedarnos con él. Esta mujer, viuda y profeta, es la imagen de la fidelidad en la espera.
domingo, 29 de diciembre de 2024
San Lucas 2,41-53
El objetivo principal de la Fiesta de la Sagrada Familia es presentarla como
modelo para todas las familias cristianas y para la vida doméstica en general. Nuestra
vida familiar se santifica cuando vivimos la vida de la Iglesia dentro de
nuestros hogares. Esto se llama la "iglesia doméstica".
La familia es el único bien que el Hijo de Dios vino a necesitar para
entrar en el mundo y en la historia. Pero la familia no es un lugar ideal, sino
un lugar real donde suceden cosas que pueden herirnos de muerte o curarnos de
por vida. Es un lugar donde podemos perdernos y un lugar donde podemos
encontrarnos. Un lugar donde dar por sentado y un lugar donde aprender a prestar
atención. Un lugar de pruebas y malentendidos, y un lugar donde nos perdonamos
y empezamos de nuevo. Estando en Roma me llamó la atención un dicho que decían
que era popular romano, y que entiendo que podríamos aplicarlo aquí: “la familia puede ser pluma y puede ser
hierro”. Sin embargo, hay algo que como cristianos nunca podemos olvidar: sin
familia, es decir, sin relaciones significativas, la vida es menos vida. Por
eso, «ser familia» significa intentar cada día serlo.
La Sagrada Familia representa una
respuesta coral a la voluntad del Padre, son un ejemplo de docilidad amorosa en
la convivencia y en todo. Jesús de Nazaret y sus padres, María y José,
representaban el modelo perfecto del hogar cristiano al que toda familia
cristiana debe seguir, Cada día, cada uno nosotros tenemos la oportunidad de aceptar la voluntad
de Dios manifestada en cada circunstancia familiar.
lmjp
sábado, 28 de diciembre de 2024
Reflexión evangélica: Santos inocentes: San Mateo 2,13-18
La historia
de Jesús comienza inmediatamente con una serie interminable de dificultades.
Decía un gran santo que toda rosa tiene siempre sus espinas, es más, que la
presencia de espinas es el testimonio más verdadero de la existencia de la rosa.
Y, al parecer, las espinas que rodean la belleza de la venida de Cristo no
tardan en aparecer. Una de ellas es la persecución que Herodes desata contra el
niño Jesús: «Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se enojó mucho y
mandó matar a todos los varones que había en Belén y en todo su territorio de
dos años para abajo, según el tiempo del que había sido informado exactamente
por los magos». Esta es casi siempre la reacción de quien se siente amenazado
en su posición, en su trono. Y cada uno de nosotros corre a veces el riesgo de
estar en la posición de Herodes, porque le cuesta destronarse a sí mismo,
quitarse del centro, dejar de pretender sentirse Dios, sentirse dueño de la
vida, soberano indiscutible de su destino y del de los que le rodean. Suele ser
la vida la que la mayoría de las veces nos rebaja. A veces basta una fiebre un
poco alta que nos deja desamparados en la cama para que nos demos cuenta de
que, después de todo, no mandamos nosotros. Y sólo si es Él quien nos ayuda
entonces la vida no sólo es posible, sino también humana. Sin Él dejamos de ser
plenamente humanos y nos volvemos malvados hasta el punto de sacar lo peor de
nosotros, como hace Herodes. Pero Jesús sobrevive a esa actitud, y lo consigue
porque hay personas como José: «Un ángel del Señor se apareció en sueños a José
y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí
hasta que yo te avise; porque Herodes está a punto de buscar al niño para darle
muerte”. Así que se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se marchó a
Egipto». San José nos ofrece un testimonio bien claro de respuesta decidida
ante la llamada de Dios. En él nos sentimos identificados cuando hemos de tomar
decisiones en los momentos difíciles de nuestra vida y desde nuestra fe: Nuestra
fe en Dios implica a nuestra vida. Hace que nos levantemos, es decir, nos hace
estar atentos a las cosas que pasan a nuestro alrededor, porque
—frecuentemente— es el lugar donde Dios habla. Nos hace tomar al Niño con su
madre, es decir, Dios se nos hace cercano, compañero de camino, reforzando
nuestra fe, esperanza y caridad. Y nos hace salir de noche hacia Egipto, es decir,
nos invita a no tener miedo ante nuestra propia vida, que con frecuencia se
llena de noches difíciles de iluminar. Sólo si comprendemos que el cristianismo
consiste en hacer como José, es decir, en llevar con nosotros «al niño y a su
madre», podremos salvar lo esencial a pesar de todo. Jesús y María son lo
esencial para nosotros.
viernes, 27 de diciembre de 2024
Reflexión: Fiesta de San Juan Evangelista - Jn 20, 2-8
San Juan 20,2-8
jueves, 26 de diciembre de 2024
San Esteban, protomártir: exigencia extrema del amor
San Esteban fue el primer mártir del cristianismo. Murió lleno del Espíritu Santo, rezando por los que le apedreaban. «Ayer, Cristo fue envuelto en pañales por nosotros; hoy, cubre Él a Esteban con vestidura de inmortalidad. Ayer, la estrechez de un pesebre sostuvo a Cristo niño; hoy, la inmensidad del cielo ha recibido a Esteban triunfante. El Señor descendió para elevar a muchos; se humilló nuestro Rey, para exaltar a sus soldados».
La historia del primer mártir Esteban parece
desentonar con el ambiente alegre de la Navidad. En cambio, pensándolo bien, su
historia está absolutamente en consonancia con la Navidad, porque la hermosura
de algo se mide por lo que uno está dispuesto a perder por ese algo. Y saber
que Esteban estuvo dispuesto a morir por amor a Cristo nos recuerda a cada uno
de nosotros que ayer no nació un niño cualquiera, ni simplemente un niño
prodigio, sino un niño por el que un día legiones de personas preferirán dar su
vida para no negarle, para no faltar a la buena nueva de amor que vino a
proclamar. No es fanatismo, es la exigencia extrema del amor. Es la misma
lógica de una madre: nunca cambiaría a su hijo para salvar su vida. El
sacrificio de esa madre no es fanatismo, es una exigencia de amor. Los mártires
son ante todo personas profundamente enamoradas de la vida, pero ante la
disyuntiva de tener que elegir por qué razón vivir prefieren no negar esa razón
hasta el punto de morir, porque ya no tendría sentido vivir negando la razón
por la que la vida es digna de ese nombre. Siempre se trata de elegir entre lo
que merece la pena y lo que no. Es el criterio último por el que deberíamos vivir
cada día: deberíamos preguntarnos siempre si las cosas que vivimos merecen la
pena o no. Siempre debemos preguntarnos si estamos eligiendo o simplemente
dejándonos llevar por los acontecimientos. Pero lo cierto es que, por muy
dramática que sea la historia del martirio, el Evangelio nos tranquiliza al
menos en una cosa: «Cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué
diréis, porque en esa hora se os dará lo que tenéis que decir: porque no sois
vosotros los que habláis, sino que es el Espíritu de vuestro Padre el que habla
en vosotros». Los más grandes mártires murieron con estas palabras subversivas:
«Yo os perdono». Son las mismas palabras que Jesús dirigió en la cruz a sus
verdugos. Son las mismas palabras que Esteban dirigió a sus verdugos.
El Ejemplo
de San Esteban nos hace entender que todo cristiano ha recibido la apasionante
misión de difundir el anuncio de Jesucristo con sus palabras y sobre todo con su
vida, mostrando la alegría del evangelio aún en el martirio si surge de este
testimonio cono de tantos otros puede tomar la fuerza para su propia misión.
lunes, 23 de diciembre de 2024
Evangelio: Sábado 23 de Diciembre (1,57-66)c
Un nacimiento siempre nos abre a la vida, al futuro y a la esperanza. Así fue para Isabel y Zacarías, por eso el nombre del niño tiene que ver con su ser, su identidad, su vocación y misión que tendrá en la vida. “Se va a llamar Juan”, porque ese nombre significa, ¡Dios nos dio un regalo!”; Dios nos regala el ser parte activa de su iniciativa de salvación. Necesitamos una esperanza activa, creadora y trasformadora. Que sea una esperanza que se abra a lo definitivo. Juan recibe la misión de propiciar esa actitud preparando caminos al Señor que viene. ¿Cómo podemos abrir caminos de esperanza hoy? Tal vez sea necesario abrir puertas, propiciar encuentros, dejarnos interpelar por lo distinto, mirar lo pequeño, ir a lo profundo y no quedarnos en la superficialidad.
La
liturgia parece querer prepararnos para la Navidad mediante relatos sobre el
nacimiento del precursor: Juan el Bautista. Habíamos dejado a Isabel
embarazada, y a Zacarías mudo por su incredulidad, por lo que resulta apropiado
que la escena se llene de las palabras de Isabel, que desafiando la costumbre y
la tradición, se obliga a sí misma a poner al niño el nombre de Juan: «Ocho
días después vinieron a circuncidar al niño y querían llamarle por el nombre de
su padre, Zacarías. Pero su madre intervino: “No, se llamará Juan”. Le dijeron: «No hay nadie de tu parentela
que se llame así». Entonces le preguntaron a su padre con gestos de
asentimiento cómo quería que se llamara. Pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron
asombrados». Y no está claro si se asombraron de la elección del nombre o de la
comunión total que Isabel y Zacarías tenían entre sí. Me gusta pensar lo
segundo, porque es difícil encontrar armonía entre dos personas que están
juntas en un mundo que sólo tiende a oponerse, como los vecinos del evangelio
de hoy. Y creo que esta sintonía es la verdadera causa de la curación de
Zacarías: «Al instante se le abrió la boca y se le soltó la lengua, y habló
bendiciendo a Dios. Todos sus vecinos se llenaron de temor, y por toda la región
montañosa de Judea se hablaba de todas estas cosas. Pero el otro elemento
significativo de este pasaje reside en el hecho de que el nombre de Juan es un
nombre ajeno a la tradición familiar de Zacarías e Isabel. Hay como una
decisión de subrayar la diversidad del
bautista. Isabel y Zacarías muestran amor porque defienden la singularidad, la
originalidad, la diversidad de su hijo. Amar no es conformarse a uno mismo,
sino preservar lo que hay de único, de irrepetible, de diferente en el otro. Es
amar lo que del otro no corresponde. Es permitir que el otro sea plenamente él
mismo, que sea diferente de las expectativas mías y de quienes le rodean.
Dios apela a nuestra disponibilidad, a
nuestra capacidad de jugarnos por aquello que abre caminos a la vida, una vida
plena y digna para cada ser humano. Al finalizar este tiempo de Adviento, tal
vez sea oportuno hacer eco en nuestro corazón de la letra de esa canción de Adviento:
«Señor, a Ti clamamos: envíanos tu
Salvador. Confiados esperamos, tu Luz, tu Vida y tu Amor. Ven, oh Señor! Danos
tu paz; tu pueblo ansioso clama a Ti, socórrenos, no tardes más.»
sábado, 21 de diciembre de 2024
Evangelio: Sábado 21 de Diciembre (1,39-45)c
LMJPA
viernes, 20 de diciembre de 2024
Evangelio: Viernes 20 de Diciembre (1,26-38)c
"Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo"
La
página de la Anunciación sigue siendo una obra maestra que uno nunca deja de
admirar. Aunque se conozcan todos los detalles de la historia, la belleza que
desprende nunca deja que uno se acostumbre a ella. Creo que María es la fuente
de esta luz. En ella, en efecto, la palabra de Dios no encuentra un obstáculo,
sino un espejo, una forma totalmente original de reflejarse, de propagarse, de
expandirse. Y todo esto sucede con todo lo que hay de más humano en nosotros:
el miedo, las preguntas, la incertidumbre. «Ella
se turbó ante estas palabras, y se preguntó qué significaba semejante saludo».
Pero el punto de inflexión de su historia no es no tener miedo ni preguntas,
sino ser capaz de confiar en Dios a pesar del miedo y las preguntas. «No temas, María, porque has hallado gracia
en Dios», le dice el ángel, pero tener miedo y que te digan que no tienes
que tener miedo no te hace superar el miedo, sólo te hace sentir incomprendida.
Creo que por eso María expresará toda su alegría ante Isabel y no ante Gabriel,
porque con su prima se sentirá lo suficientemente comprendida como para dar por
fin con la clave correcta de lo que le ha sucedido. Pero hoy el Evangelio nos
dice sólo el inmenso Aquí estoy: «María dijo: He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Es la entrega plena de su humanidad a eso
misterioso que Dios está a punto de realizar. Estas palabras de María son como
la prefiguración del Padre Nuestro. Su «aquí
estoy» es en realidad un «hágase tu
voluntad», pero no con la ceguera de quien realiza, sino con la confianza
de quien sabe que verá y comprenderá con el tiempo. Creo que por eso Dios no se
contenta con María como una sierva cualquiera, sino que la convierte en madre.
Y no una madre cualquiera, sino la Madre de Dios. Cada vez que decimos sí a
Dios, algo cambia en nosotros, pero siempre para mejor. Es lo mejor de quienes
se reconocen como arcilla en manos de un alfarero y esperan de él su forma, su
finalidad.
Lmjp
jueves, 19 de diciembre de 2024
Evangelio: Jueves19 de Diciembre (Lc 1,5-25)
Es bonito pensar que el Evangelio subraya que la Navidad sólo es posible si hay personas que se aman. Y las historias que estamos leyendo estos días dan testimonio precisamente de eso. De hecho, se trata de parejas, de familias, de circuitos del bien, y nunca de personajes solitarios que lo hacen todo solos. Hoy se nos cuenta la historia de una de estas parejas: Zacarías e Isabel. El Evangelio se afana en decirnos que se trata de personas buenas y justas, pero que, a pesar de este detalle, experimentan el gran sufrimiento de no poder tener un hijo. Pero Dios hará algo inesperado a partir de este sufrimiento, por eso envía al ángel Gabriel para anunciarles: «No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada; tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Tendrás gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni licores, y estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre; convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor, su Dios; irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la sabiduría de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Lo que puede parecer una buena noticia crea en realidad temor e incredulidad en Zacarías, y creo que es absolutamente muy humano reaccionar así, sobre todo después de haber pasado toda una vida esperando algo que no ha sucedido y que ahora parece muy improbable: «¿En qué conoceré esto? Porque soy viejo y mi mujer ya es anciana». Zacarías contrasta su vejez, su limitación, con la Palabra del Señor. Pero la cuestión es precisamente ésta: Dios es tal precisamente porque puede hacer cosas no sólo más allá de sus límites, sino precisamente a partir de ellos. «Pasados aquellos días, su mujer Isabel quedó embarazada». La Navidad echa raíces allí donde ya no podemos hacer nada.
miércoles, 18 de diciembre de 2024
Evangelio: Miércoles 18 de Diciembre (Mt 1,18-24)
El
Evangelio de Mateo nos narra la encrucijada en la que se encuentra José. Ha
tomado una decisión: repudiar a María en secreto. Pero, hay algo que no se lo
permite, algo en su interior le impide llevar a cabo tal decisión. José recibe
la misión de acoger al Hijo que María espera, de ponerle un nombre, de cuidarlo
y educarlo. “Le pondrás por nombre Jesús: porque él salvará a su pueblo de sus
pecados”.
La belleza de los evangelios de la
infancia que encontramos en Lucas y Mateo consiste en contemplar el mismo
acontecimiento desde dos puntos de vista preciosos, diferentes y al mismo
tiempo privilegiados. Lo que nos ofrece hoy el evangelio de Mateo es el punto
de vista de la historia vista desde el lado de José. Y la historia vista desde
los ojos de José parece aún más difícil y complicada. Porque debió de ser
difícil para este hombre tener que aceptar enfrentarse al embarazo de la mujer
que amaba, viendo cómo todos sus planes se desmoronaban en un solo instante.
Más aún la amargura en su boca de sentirse herido, traicionado en su confianza.
Y, sin embargo, seguir preocupándose por María, para que no la mataran. José
es, en efecto, un hombre justo. Pero para ser santo no basta con ser justo, hay
que ir más allá de la justicia, hay que entrar en el territorio más exigente de
la confianza en Dios y no sólo del sentido común o del buen corazón. Es un
sueño el que pone todo patas arriba, e incluso este detalle asombra, porque si
a María se le reserva un encuentro con un ángel, a José sólo se le da la
experiencia normal de un sueño. ¿Cómo se puede confiar en un sueño? Sin
embargo, José confía. Conoce la diferencia entre algo que parece ser verdad y
algo que uno siente que lo es. En el fondo de nuestro corazón, cuando algo es
verdad, lo sabemos, y poco importa que sea un sueño o un encuentro lo que te lo
diga. Lo que importa es seguir lo que sabes que es verdad aunque te lleve por
caminos y senderos que no conoces y que no habías calculado. José hace esto.
Asume la responsabilidad de lo que le ha sucedido y comienza a seguir lo que
siente que es verdad a pesar de todo y de todos. «Despertó José del sueño e
hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su mujer». En
esta anotación creo que está todo el cristianismo en el que creemos: despertar
y responsabilizarte de lo que te pasa
bueno o malo. Y es que no puedes
dejar de escuchar lo que en el fondo sabes que es verdad.
lunes, 16 de diciembre de 2024
Reflexión: Evangelio del día. lunes III semana de Adviento.
Evangelio: Mt. 21,23-27
Al
entrar en el templo, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y
los ancianos del pueblo y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te
ha dado esta autoridad?». No se puede entender nada de este comienzo del
evangelio de hoy si se olvida un detalle importante: que Jesús había entrado en
Jerusalén montado en un asno, exactamente como decían las profecías sobre el
Mesías, y al cruzar el umbral del Templo lo había «purificado» expulsando a los
mercaderes. Precisamente por eso, los que se sienten dueños de la casa le piden
cuentas de su autoridad. Pero Jesús quiere ante todo desmontar la presunción de
tal pregunta, porque no se puede dar respuesta a quien no quiere oírla. Porque
hay preguntas, incluso serias, que hacemos sólo para afirmar nuestro propio
pensamiento y no porque nos interese encontrar una respuesta verdadera. Es el
tipo de actitud de quienes polemizan con todo con el único objetivo de demoler,
criticar, desmantelar, devaluar. A los que razonan así no se les puede dar
ninguna respuesta porque no hay voluntad de construir realmente nada. Lo más
que saben hacer es cavilar consigo mismos, pero son incapaces de un verdadero
diálogo: «Y cavilaban entre sí, diciendo: 'Si decimos “del Cielo”, nos
responderán: “¿Por qué entonces no le creísteis?”; si decimos “de los hombres”,
tenemos miedo de la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta'». Los
que viven así se pierden lo que vale la pena en la vida, pues ese derrotismo no
es más que la afirmación de la infelicidad disfrazada de orgullo y presunción.
«Respondiendo, pues, a Jesús, le dijeron: «No sabemos». Entonces él también les
dijo: «Ni yo os digo con qué autoridad hago estas cosas»». A veces, el silencio
de Dios no es un estado de la vida espiritual que se parezca a la noche oscura
de los místicos, sino que es sólo la consecuencia de que no queramos escucharle
de verdad y en serio, responsabilizándonos de ello.
sábado, 14 de diciembre de 2024
Reflexión: Evangelio del día. Sábado, II semana de Adviento.
Mateo 17,10-13
«Entonces los discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías tiene que venir primero?». Todo el Antiguo Testamento termina con la espera de Elías, y el corazón de los Evangelios tiene su punto culminante en la Cruz, cuando todos los presentes esperan la venida de Elías. Detrás de esta espera está la promesa de que lo importante siempre tiene algo que prepara el camino y señala la senda. Pero Jesús nos recuerda en voz alta que el destino de todos los profetas es pasar desapercibidos en el momento en que hablan y profetizan: «Y él respondió: Sí, Elías vendrá y restaurará todas las cosas. Pero yo os digo que Elías ya ha venido y no le han reconocido; al contrario, le han tratado como han querido. Así también el Hijo del hombre tendrá que sufrir a manos de ellos'». Es una amarga verdad: comprendemos la importancia de algo o de alguien cuando ya es demasiado tarde. Sin embargo, nos basta ser más sencillos, más humildes, más pacientes y más leales, para darnos cuenta de que el Señor llena nuestra vida de lo que importa a través de las cosas más ordinarias y menos evidentes de que está hecha nuestra existencia. Siempre queremos un efecto especial que nos diga que esto es así, pero la verdad es que quien busca efectos especiales no se da cuenta de cuánta belleza hay en las cosas sencillas que nos rodean y que nos hablan sin gritar. La verdad que buscamos ya no tiene que ver con el futuro, sino con el presente que tenemos ante nuestros ojos. Es una lección que los pastores aprenden inmediatamente cuando, la noche en que Jesús viene al mundo, reconocen al Hijo de Dios en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. En esa sencillez desarmante son capaces de realizar el gesto de fe más sublime: «y postrándose, lo adoraron». El Adviento es el tiempo en el que debemos hacer las paces con un Dios que no necesita llamar la atención para venir al mundo, sino que necesita un corazón atento que sepa discernir con detalle lo esencial que se busca y que, habiéndolo encontrado, llene la vida a rebosar
viernes, 13 de diciembre de 2024
Reflexión: Evangelio del día. viernes, II semana de Adviento.
jueves, 12 de diciembre de 2024
Reflexión: Evangelio del día. jueves, II semana de Adviento.
“De verdad os digo que entre los
nacidos de mujer no se ha habido otro mayor que Juan el Bautista». Viniendo de
Jesús, este elogio nos hace comprender que la talla humana de Juan el Bautista
no es algo que deba pasarse por alto. Y, de hecho, quizá de todos los
personajes de los que está poblada la Biblia, Juan parece condensar el mejor de
ellos. Hombre, profeta, coherente, pobre, enérgico, encantador, honesto, libre,
abierto y, finalmente, mártir. Pero Jesús dice: «Sin embargo, el más pequeño en
el reino de los cielos es mayor que él». ¿Cómo es posible? Es posible porque la
lógica del reino ya no descansa en la calidad de nuestra humanidad, sino en la
capacidad que tiene el amor de Dios de hacer digno lo indigno. Si simplificáramos,
tendríamos que decir que entre el que es bueno y el que es amado, el que es
amado tiene ventaja. Y, en efecto, no tenemos más que mirar nuestra vida para
darnos cuenta de que es así. Muy a menudo es el amor que sentimos por nosotros
mismos lo único que mueve nuestra vida. Si descansara en nuestras propias
fuerzas, capacidades, constancia, fidelidad, encallaría rápidamente. Y muchos
de nosotros nos detenemos precisamente porque seguimos esperando sólo ser
buenos, mientras que el secreto está en sabernos amados. Porque el amor de Dios
no es algo que recibiremos un día, sino algo que ya está ahí. Ya somos amados,
ahora, pero el verdadero problema es que no somos conscientes de ello, no lo
sentimos en lo más profundo de nosotros. El descubrimiento de la vida espiritual
coincide con la constatación de cuánto somos amados ahora, aunque no lo
merezcamos, aunque no valgamos nada, aunque estemos en el más profundo de los
infiernos. La fe, antes de ser la capacidad de creer que Dios existe, es aún
más la capacidad de creer que somos amados. El verdadero problema no es, pues,
convencer a Dios de que nos ame, sino convencernos a nosotros mismos de que nos
rindamos a ese amor. Quitar nuestras defensas y dejar que llegue a lo más
profundo de nosotros. Es el gran trabajo de permitirnos dejar que Él nos ame. (Mt
11,11-25)
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Reflexión: Evangelio del día. Miércoles, II semana de Adviento.
martes, 10 de diciembre de 2024
Reflexión: Evangelio del día. Martes II semana de Adviento.
¿Cuánto valemos ante Dios? Jesús, en el Evangelio de hoy, trata de explicárnoslo con una historia contada expresamente para hacernos sentir el vértigo del exceso de amor con que somos amados: «Si un hombre tiene cien ovejas y pierde una, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte, para ir en busca de la perdida? Si la encuentra, os aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se perdieron». Cada uno de nosotros es esa oveja especial. Cada uno de nosotros debe sentirse tan único como esa oveja por cuyo amor el pastor lo arriesga todo para encontrarla. Jesús quiere decirnos que ante Dios no somos masa, no somos números, sino que somos únicos. Alguien dijo una vez que Dios sólo puede contar hasta uno. Cultivar la vida espiritual significa dejar que esta «preferencialidad» que Él manifiesta por cada uno de nosotros aflore hasta marcar indeleblemente nuestra vida. Porque si te sientes amado, puedes hacer maravillas. Saberse amado es el secreto de la alegría en la vida de cada hombre y de cada mujer. Dios nos da ese amor, un amor sin peros. Un amor digno de confianza. Un amor para siempre. ¿Te sientes amado así? (Mt 18,12-14)